TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
El diario, como género, es la más libre de las formas literarias. Recuerda a esas misceláneas renacentistas en las que cabía cualquier cosa, una heterogeneidad casi postmoderna y sumamente creativa que puede, sin embargo, hacer caer al emisor en ciénagas de lodo insalvables. La trampa no viene de los materiales, sino de su tratamiento: la libertad es nudista, y el cuerpo al descubierto deja visibles todas las imperfecciones. El buen diarista no ha de cuidar de qué habla, qué inserta, que acumula, sino por encima de todo cómo lo hace y cómo aplica la argamasa.
Días de Brooklyn es el tercer volumen de los diarios de Hilario Barrero, dedicado a los años 2004 y 2005 (los anteriores: Las estaciones del día Reseñas), 2001, y De amores y temores, 2002 y 2003). Si hablar del libro de un amigo siempre es difícil, hacerlo del diario de un amigo lo es mucho más, porque falta ese alejamiento entre narrador y autor que se produce en la novela, o entre voz y poeta en la poesía: aquí todo huele a Hilario, y uno sufre o se alegra con él, llora o siente su cansancio, ama y se desangra de pasado. Hay, entre este y los anteriores libros, una continuidad con turbulencias; el de estos años es un Hilario menos agrio, menos polemista y mucho más melancólico. La lenta constatación de la muerte en las esquelas da paso en Días de Brooklyn a una ataraxia frayluisiana, al tiempo que el pasado cobra un protagonismo que no había tenido hasta ahora: largas rememoraciones, recuerdos de su infancia toledana que ayudan a configurar con más datos sensibles al autor. También cobra importancia en estos años su labor de traducción, y se refleja en las varias salpicaduras de poemas norteamericanos traducidos aquí y allá, como un regalo descuidado sobre una mesilla. Por lo demás, la ópera, Nueva York y, sobre todo, su núcleo de amistades y vecinos siguen sirviendo de apoyo y ligadura: su pareja, presencia constante, sombra que justifica cada página del diario; o Estelle, la vecina decrépita, militante incansable de causas perdidas a cuya lenta, inacabada y literariamente hermosísima desaparición asistimos los lectores con angustia, un poco por cariño y otro poco porque su final de arbusto marchito pudiera ser el nuestro. Está desnudo Hilario, pero se mueve con la pericia necesaria para ofrecer su piel más tersa.
«Está el que ha vivido aquí casi toda su vida y está ya un poco de vuelta de los tópicos, de las ventanas, de los cortos, de los largos, que tiene cuerpos enterrados en cementerios sin verjas y a ras de hierba, que se entretiene en primavera, verano, otoño e invierno en fotografiar el mismo árbol, que conoce al perro de la vecina del quince, que invita a ina viejecita de ochenta y nueve años a una copita de Jerez y que, con cautela y miedo, escribe sobre el olor de una panadería, el color de unos ojos, la fuerza de una nevada, sobre el descubrimiento de una librería de viejo, de un libro de un escritor desconocido que vivió en esta ciudad, Nueva York, y escribió un diario que hablaba de cosas cotidianas que no pasan nunca, como la muerte.» Hilario Barrero, Días de Brooklyn, Llibros del Pexe, Gijón, 2007.
2007-09-27 13:35
Qué bien. Al fin tu magnífico y sentido comentario, Marcos.
«Un diario es prosa escrita en zapatillas, bata de casa, con los pies calientes, la cabeza fría y el corazón encendido.», dice Hilario Barrero.
Acercarse a un diario es una mirada indiscreta a un modo de sentir la vida y el mundo. Al hacerlo, uno de mis sentimientos es de pudor.
Escribir un diario me parece un acto heroico. Desmenuzar momentos que desearíamos enterrar en el olvido definitivamente, un esfuerzo supremo. Pero también hay muchos días de dicha. Todos ellos ofrecidos generosamente y con mano maestra.
Parte de la magia de los diarios de Hilario Barrero reside en su bondadosa mirada al mundo. Mirada que no hace una fría disección de palabras, de miradas o de hechos, que nos traslada, en acertada y benévola traducción poética, los ruidos, los gestos, la música, los rostros, el temor, y el amor.
Me emocionaron los contenidos de muchos días. Por ejemplo, el de aquel jueves, 1 de Abril de 2004. Y otros, también muy hermosos —serían tantos— como éste del martes 7 de Diciembre del mismo año:
«Siete fechas son siete flechas clavadas en los siete sentidos del amor. La primera en esos ojos que vieron lo que nadie vio. La segunda en esos labios que mordieron lo que nadie mordió. La tercera traspasando el hueco del sonido que apague los sonidos que tú solo oíste. La cuarta para saciar el hambre que solo tú tuviste. La quinta en la mano derecha que tantas caricias despertó. La sexta en tu pie izquierdo que a veces busco en lo oscuro. La séptima atravesando tu sexo que tantas veces fue atravesado.»
O el del miércoles, 6 de Abril de 2005:
«No uses la palabra sueño cuando vayas a contar uno, parecerá una narración. Cuando escribas un cuento usa el pretérito, parecerá un sueño. No cuentes nada y pensarán que no sueñas. No sueñes y pensarán que no piensas. Si el sueño es en color al revelarlo no te olvides de usar Kodak. Si el sueño es en blanco y negro olvídate de Freud y acuérdate de Homero.»
Leedlo y soñareis.
Un abrazo.