Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.
De las “novedades” ya impresas en la nueva “Ortografía” refrendada y publicada por las academias de la cosa hispanolingüística, la que más me ha llamado la atención es la que promulga la erradicación de la Q en los vocablos que no se acomodan al uso tradicional de esta consonante, y más concretamente en Iraq, Qatar y quórum, que pasan a ser Irak, Catar y cuórum respectivamente.
El caso de “Qatar” era, hasta hace un mes, la “grafía recomendada para el nombre de este emirato”, según la doctrina universal de las academias hispanas, expresada tal cual en el Diccionario Panhispánico de Dudas, edición de 2005. ¿Qué ha pasado para que en solo cinco años (un suspiro en la cronología de un idioma) se haya dado tan drástico vuelco en la opinión de los académicos de toda el área hispanohablante?
Esto me ha recordado que la Q, esa letra que para Gómez de la Serna tenía forma gatuna, ha supuesto siempre para los gramáticos de nuestro idioma un pequeño pero pertinaz grano en el tafanario, especialmente por dos hechos: que su sonido velar es idéntico al representado por sus compañeras C y K, y por la misteriosa y sempiterna presencia de una U vocálica a su lado, emparejamiento que urdieron los latinos y que han heredado todas las grafías occidentales, al punto de que se diría que no existe como letra independiente sino como un dígrafo Qu.
Hay que reseñar, sin embargo, que esa vocal que tenemos por muda, sorda y ciega no lo fue en origen, sino que la elisión fonética se produjo, sabe Dios por qué, ante E e I en nuestra lengua y la francesa, pero no en otras, como en el inglés (quiet, question) ni en la más cercana lengua italiana (quindici, quella), donde la U existe y es claramente audible.
Adicionalmente, el hablante del castellano no tuvo durante centurias inconveniente alguno en escribirla y pronunciarla en decenas de palabras de ascendencia latina ante A y O, diciéndose quanto, quando, qualquiera o quota (Berceo, uno de los padres de nuestra literatura, abogaba por la “quaderna via”, y nótese que, en el vecino portugués, persisten las sílabas qua y quo), e incluso llegó a tocarse de diéresis para forzar la pronunciación de esa vocal ante E e I: qüestión, seqüela.
No fue sino hasta la aparición de la Real Academia y su Orthografía de 1741 que comenzó el acoso y derribo a la presencia de la Q ante U sonora, instando a la sustitución por C, en aras de una simplificación ortográfica, aun a costa de traicionar la etimología natural de los términos.
Cacería que ha venido en culminar con la caída de Qatar, en adelante Catar, último bastión en el Diccionario de la Q sonora, autónoma y soberana, libre además de esa U cadáver que de ella cuelga en el resto del vocabulario oficialista.
Hasta ahora, la admisión de nombres propios foráneos presentaba un proverbial respeto a la grafía y etimología original. Nunca se ha planteado escribir “Jaguay” en vez de Hawái bajo el argumento de que la “H” aspirada no es propia del castellano, ni se ha pretendido que el puerto croata de Split o la británica Stratford-on-avon comiencen por “Es-“.
Y lo cierto es que tanto Irak como Catar se escriben (y pronuncian) en árabe con la consonante qaf (ق) , y no con la kaf (ك). Sin embargo, esta “regularización” que propone (¿impone?) la academia y que en otros idiomas podría generar mayor controversia, es aceptablemente consecuente en una lengua que tiene tanto vocablo de etimología árabe y hebraica incrustado en su genética, como en alcazaba, alcalde, alcoba o cábala.
Lo que no me queda claro es si esa norma alcanza a topónimos menos frecuentes como Qumrán o la azerí Quba (que, tendríamos que hispanizar como Kuba, so pena de confusión con el estado caribeño), o si implica asimismo castellanizar la aerolínea Qantas como Kantas o Cantas; todo ello, insisto, bajo el argumento ligeramente peregrino de que la Q en español sigue reglas peculiares.
Tal vez, seamos honestos, sea caso muy distinto la sustitución de la grafía “quórum” por “cuórum”, ya que hablamos de una palabra que hace ya mucho que dejó de ser un cultismo latinista para incorporarse a entornos conversacionales más cotidianos que una sesión parlamentaria o una sala de justicia. Ya otros términos dieron ese paso hace tiempo, como cuota o cotidiano, y seguramente era hora de que se mudara de traje para lucir las galas de miembro de pleno derecho del léxico.
Afortunadamente para la Q, todavía resisten quásar o quark, términos que protegidos por su carácter científico y ámbito internacional escapan de las garras del uniformismo ortográfico, así como otros latinajos presentes en el Diccionario de la Lengua (statu quo, quid pro quo).
Y eso me lleva a preguntarme si la acometida incesante de préstamos lingüísticos novedosos, como drag-queen o quality (o más clásicos, como quattrocento) dejarán inútiles los esfuerzos académicos para constreñir el uso de la vieja Q al reducto de los Que y Qui, o si, por el contrario, será la ortografía del SMS la que implante Ke y Ki y termine por extinguir a la gatuna consonante de nuestro acervo gráfico.
El tiempo y el hablante decidirán, en fin, si el mundial futbolero de 2022 se ha de celebrar en Catar o en Qatar.
2010-12-28 13:10
Pues Señores,
Pues si hemos de catar algo en Qatar, acompañado por café con cardamomo, que sean las lenguas de gato de ShaQra.
Suyo, Z+——-
2010-12-28 15:47
Creo que los ilustrísimos académicos se aburren, y eso, es de las peores cosas del mundo.
2010-12-28 16:59
A mí me encanta la Q, así que me fastidia el cambio aunque sólo fuese por gustos personales. Pero es que además da toda la impresión de que la entidad se mueve en el espinoso terreno del mercado: hay que justificar una nueva gramática para la venta, así que vamos a hacer cambios. En fin, siempre nos queda la insumisión ortográfica.
Saludos