Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.
— ¿Qué gigantes? – dijo Sancho Panza.
— Aquellos que allí ves —respondió su amo— de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
— Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento.
Nuestro idioma, como casi todas las lenguas indoeuropeas, estructura la oración en torno a tres formas personales: la primera, quien habla; la segunda, el destinatario de la información; y la tercera, objeto al que se refiere. Dicho con menos retortijones y apelando al paradigma del pronombre, hablamos de “yo”, “tú” o “él”, respectivamente. Así, en la frase “sugiero que compruebes que funciona”, entendemos, sólo con la flexión del verbo, que hay tres elementos personales implicados (el tercero de ellos, presumiblemente, un objeto, pues es obvio que el término gramatical “persona” no refiere necesariamente a un ser humano).
Sin embargo, mientras que el uso y significado de la tercera persona es bastante estable, al igual que el de la primera (con alguna excepción), el empleo gramatical de la segunda persona como receptor de la información presenta matices más complejos.
Y es que, no me canso de repetirlo, el habla es un mecanismo de relación personal; pero las relaciones personales se atienen a normas sociales y el idioma se ha visto forzado a adoptar las estructuras necesarias para reflejarlas; y lo ha hecho especialmente en la elección del tratamiento según el grado de confianza o familiaridad que existe entre el hablante y el oyente.
En el archiconocido fragmento del Quijote que abre hoy esta columna tenemos un ejemplo de esta dicotomía de la segunda persona, pues mientras el hidalgo tutea tranquilamente a su escudero, éste responde a su amo con un respetuoso “vuestra merced” que muda la forma verbal a la propia para la tercera persona: Mire.
¿Respetuoso?, sin duda. ¡Gracias sean dadas a los padres de nuestro idioma! Pues, merced a un sencillo giro gramatical, Cervantes esgrime la herramienta perfecta para revelar la asimétrica relación jerárquica entre ambos personajes: confianza del amo hacia el lacayo y pleitesía en sentido inverso, y que cinco siglos después aún entendemos sin problemas.
Hoy, claro, no hablamos con “vuestra merced” sino con su síncopa: “usted”, pero tanto el desplazamiento verbal a fórmula de tercera como la función social permanecen idénticas. Mortadelo y Filemón, tras 50 años hombro con hombro en disparatada lucha contra el crimen, siguen sin tutearse (supongo que sin vosearse, en la versión correspondiente).
Y es que, la elección del tratamiento de respeto no es, necesariamente, una cortesía reservada al trato distante entre desconocidos o semidesconocidos. Menos todavía en este nuevo milenio, donde los estereotipos sociales están en proceso de profunda revisión, aumentando la dificultad de optar por uno u otro modo hasta producir esquizofrenias lingüísticas como en el letrero “trabajamos para ti, disculpen las molestias”, o dislocaciones como la que me encontré hace poco en una compañía aérea donde las instrucciones de seguridad me tuteaban: “Estimado pasajero, abróchate el cinturón…”, no se bien si en un intento de hacerme el trato más cercano o para recordarme que era un donnadie en clase económica.
(Quede claro que vengo refiriéndome al “usted” cortés impuesto por la educación, frente al “tú/vos”, y dejo para otro día referirme al “ustedes” que es fórmula común y casi exclusiva en Canarias y casi toda América para la segunda persona del plural, sin que medie necesariamente una situación de respeto debido).
El caso es que hay un aparente retroceso del tratamiento de cortesía; desde luego entre la gente “joven” hacia los de su misma generación, fenómeno que ya era observable hace al menos un siglo y que produce un cierto desasosiego en quien nota que los más jóvenes empiezan a tratarle de “usted”. Pero es significativo encontrar dicha minoración en otros ámbitos del lenguaje:
— En publicidad está prácticamente erradicado, sea cual sea la edad o posición social del mercado objetivo de la misma: ¿Te gusta conducir?, porque tú te lo mereces, pensamos en ti, vota al partido tal, ven a las rebajas; cuando, no hace tantos años, se empleaba el “usted” en muchos mensajes similares: Consérvese sano bebiendo coñac Decano, cambie usted también a Omo y aproveche todas sus ventajas, le gustará el doble porque es caldo Starlux, no compre su televisor sin Thom ni Son, etcétera.
— Entre los profesionales sanitarios, sobre todo los médicos pero también los auxiliares, se viene extendiendo la costumbre de tutear al paciente y llamarle por su nombre de pila. Debo entender que esta familiaridad intenta crear un clima de confianza y afecto, probablemente beneficioso, pero la paradoja es que el paciente rara vez se “atreve” a tutear al galeno, con riesgo de crear una asimetría que pudiera confundirse con jerarquía.
— También en el comercio de bienes y servicios vengo notando una tendencia al tuteo. Inicialmente se restringía a las tiendas de moda: “Esos pantalones te quedan muy bien, te los acortamos un poco y mañana los recoges”; pero también vienen apuntándose a esta corriente los corredores de seguros, asesores bancarios, agentes inmobiliarios o de viajes y otros comerciales de mesa y presupuesto y, he creído notar, incluso se empieza a usar en el marketing telefónico.
¿Debo entender que, con el tiempo, el idioma castellano terminará por prescindir definitivamente de esta forma de dirigirnos a la segunda persona en verbo de tercera persona, quedando circunscrita –si acaso- a las cortes de justicia y al protocolo reservado a ciertas dignidades civiles, militares y eclesiásticas?
Espero que no, y no crean (ustedes) que juzgo, deploro o lamento en base a su simple significado social que, en no pocas ocasiones, conlleva una carga de desigualdad y, por ende, de injusticia. No creo que esas diferencias se resuelvan por un simple uso del idioma (como tampoco creo que el forzamiento del género gramatical provoque una identidad de oportunidades entre los sexos, insisto en que el idioma se adapta a la sociedad y no al revés). Como tampoco pienso que el respeto, la educación y la cortesía dependan de este giro (y es prueba evidente que puede insultarse sin apear el “usted”).
Es sencillamente, y en el ámbito de esta columna, que me gusta mi idioma y que me apetece que los recursos que lo enriquecen en matices no se vean amenazados por modas y uniformismos que a la postre nos hagan ver como un arcaísmo distante la deferencia de Sancho Panza hacia su señor Don Quijote.
Les dejo hoy con un chiste muy viejo: Un detective privado informa a un cliente que días antes le encargó que indagara sobre las actividades de su socio.
— Siento darle esta noticia, pero ayer este sujeto, al salir del trabajo, se fue a su casa, se bebió su whisky y después se fue a su cama con su mujer.
— Pero no entiendo por qué me cuenta eso.
—Ah, claro, permítame que le tutee: se fue a TU casa, se bebió TU whisky y se acostó con TU mujer.
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Otras referencias:
Amando de Miguel
Wikipedia
Rafael Robles, Uso del ‘usted’ en clase (via Libro de Notas )
Nueva gramática de la lengua española, 16.15 (lamentablemente sin versión disponible en red)
2010-06-28 15:06
dejo para otro día referirme al “ustedes” que es fórmula común y casi exclusiva en Canarias y casi toda América para la segunda persona del plural, sin que medie necesariamente una situación de respeto debido
Estupendo artículo. Me ha encantado, como todos los tuyos.
Fíjate, en euskera, nosotros en casa empleamos ese usted que no es de cortesía (“zuka”). Es lo habitual en mi dialecto, tanto para dirigirte al gato como al obispo: todo en “zuka”. Pero hay otras partes de las zonas vascohablantes donde se emplea el tuteo (“hika”), que a mí se me hace tan raro que tengo que pensarlo dos veces cuando lo escucho.
Eso sí, la capacidad de usar ambos según el destinatario se ha perdido por completo. Sólo alguna gente mayor lo conserva. Por ejemplo, esta anciana dice que (te lo traduzco entero si te interesa) tutear a los padres le parece una falta de respeto y que cree que, para una chica, está feo hablar tuteando (debería usar el “zuka”, a juicio de la señora, más elegante y educado).
2010-06-28 17:58
Excelente, Miguel.
Creo además que ese cambio lo estamos viviendo ahora, y lo que de pequeños teníamos tan claro ahora es todo dudas: le trato de usted, de tú, él me trató de tú pero yo considero que debo hacerlo de usted aunque igual piensa que lo digo por viejo pero si no quizás opine que trato de faltarle al respeto pero…
Saludos
2010-06-29 05:56
Una curiosidad: me llamó la atención como en Bogotá usan “su merced” para dirigirse (sin mayor deferencia) a cualquiera. Apenas entendía cuando me referían así. Nosotros, en Uruguay, somos voseadores de pura estirpe (dije voseadores, no boxeadores, que no le pegamos a nadie). Saludos, y como siempre, un gusto leerlo, estimado Román.
2010-08-27 11:54
¡Estupendo artículo! Corroboro lo que apuntas respecto a que a veces con el tuteo parece que pretendan recordarte que eres un donnadie: después de tener varios años el teléfono móvil con contrato y de ser tratada de usted (y de doña Raquel) en todas las reclamaciones, pasaron directamente al tuteo en cuanto me cambié a tarjeta prepago. ¿Coincidencia? ¡No lo creo!