Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.
Sí existe un problema de seducción general que excluye a las mujeres, como ya hemos visto. Una psicosis colectiva que se da principalmente entre los varones y que tiende a suprimirlas del pensamiento mediante su eliminación en el lenguaje. No tanto en los cargos y las profesiones (ministra, médica…), en que poco a poco se impone la opción femenina […], sino en los usos más ocultos de la expresión de las personas. Pero este problema se puede atajar sin alterar la gramática. No tiene la culpa el lenguaje, sino su uso. […] Es su empleo en determinadas frases lo que reduce o elimina el papel de las mujeres en el lenguaje y en la sociedad.
(La seducción de las palabras, Álex Grijelmo, Ed. Taurus, 2001)
El lenguaje, la forma de expresarse de cada cual, puede, efectivamente, ser machista, y lo será cuando el personaje hablante posea una mente machista. El idioma, como simple herramienta para construir el lenguaje, no lo es y, de hecho, sus estructuras debieran estar preparadas para no priorizar a uno de los géneros.
Parte del problema, si es que existe un problema, nos proviene de los romanos… y a estos de los griegos. Aquellos señores decidieron, no se sabe muy bien con qué criterios, que el mundo estaba poblado de elementos masculinos y femeninos. Pese a que el latín usaba del género neutro, éste se pierde en la transición a la lengua castellana, y queda sustituido por un uso “genérico” del masculino. Las causas de esta mutación no son ni completamente sociales ni necesariamente lingüísticas; probablemente una mezcla de ambas tendencias.
Casi todas las lenguas romance heredaron esta extraña gestión del género gramatical que desconcierta a los hablantes de lenguas donde el neutro es paradigma como el inglés, el holandés o el euskera (aunque estos últimos suelen ser biligües); sin embargo no parece demostrarse empíricamente que los idiomas que no diferencian géneros por sexos correspondan a sociedades menos sexistas (sirva el persa iraní como ejemplo).
Como quiera que sea, la lengua tiende a la economía, y el hecho adicional de que prácticamente todas las profesiones productivas fueran ejercidas por hombres a lo largo de varios siglos generó que las mismas recibieran un sentido masculino, tanto gramático como intuitivo. Pero si la sociedad cambia, y afortunadamente lo viene haciendo, el idioma tiene que cambiar.
El cambio de mentalidad necesario que acepta con naturalidad la llegada de la mujer a todos los ámbitos sociales y profesionales ha de aceptar con idéntica naturalidad la feminización de los términos asociados. Ante la pregunta de en cuáles profesiones puede usarse una flexión al femenino, la respuesta es en todas, en todas en las que haya oportunidad (y aun sin haberla). Las dudas, ambigüedades y vacilaciones en este extremo son alimentadas más por los prejuicios y ridículos del hablante que por la gramática. Al fin y al cabo, ésta es nuestra y haremos con ella lo que mejor nos cuadre.
No se trata, como algunos y algunas proclaman, promover un cambio de pensamiento a través de forzar la estructura de la lengua; es al contrario: creo que es exigible que la actitud tolerante y el talante igualitario se trasladen sin complejos ni fracturas al lenguaje cotidiano.
No obstante, y por si alguno o alguna se pierde en estas lides, hagamos un sucinto repaso de la situación actual en materia laboral:
De momento, los grados militares permanecen inalterables: soldado, cabo, alférez, capitán, comandante, general… Esto puede ser aconsejable por dos motivos: el primero es dejar claro a la mentalidad militar que el rango no entiende de sexo, pero además, supongo, se trata de eludir la costumbre popular de nombrar con –a a la esposa del varón de la respectiva graduación.
Poca duda puede quedar ya de que los trabajos terminados en –o, –or, -n o -s mudan fácilmente con la simple adición de una –a, salvo cuando esté establecido por la costumbre un femenino diferente: actor/actriz, o bien esté ampliamente aceptado un uso genérico: modelo, testigo, …
Igualmente que los que ya terminaban en –a quedan prácticamente todos invariable para ambos géneros, con alguna excepción en los femeninos ya establecidos (poetisa, profetisa). En algunos casos, sin embargo, se ha generado, no sin cierto ridículo, la versión estrictamente masculina cuando refiere a profesiones tradicionalmente femeninas: azafato, modisto. Recientemente he sido testigo de la reticencia a llamar “limpiador” a los caballeros que efectuan labores de limpieza (nunca hubieran dudado en decir “limpiadora” para referirse a una dama con idéntica función).
La terminación en –e queda ambigua. Si bien hablamos de presidenta, jefa y dependienta, no sucede lo mismo con agente, representante o dibujante. La voz “gerenta” que es comunmente utilizada en América no parece haber calado en el español peninsular, y sin embargo no debiera haber timidez en su empleo.
Más problemas se encuentran en las terminaciones consonantes. Normalmente son asimilables para ambos géneros: chófer, cónsul, ujir, sumiller, chef, etcétera. El término “cancillera” causó algún revuelo cuando Angela Merkel fue elegida para la presidencia alemana, sin embargo ya venía siendo utilizado sin complejo alguno en el español de América (donde el cargo corresponde a la ministra de asuntos exteriores).
“Juez” puede feminizarse sin gran quebranto a “jueza”, y se hace con frecuencia, pese a que muchos otros sustantivos en –ez son femeninos: nuez, tez, … así como la mayor parte de los adjetivos sustantivados con esa desinencia (palidez, rapidez, dejadez, estupidez, ..). Este escaso respaldo gramatical hace a algunos pensar que se tratara de un exceso de feminización, y sin embargo –insisto- si una magistrada desea que se le denomine “jueza” ¿qué problema hay? Es escribible, pronunciable y con una carga semántica impecable.Más curioso es el caso de “fiscala”, no porque la fórmula sea insólita, ya que podemos hacerlo también con concejala e incluso con albañila. Pero en este caso únicamente la forma sustantiva acepta femenino, ya que, por el momento, los calificativos en “-al” no aceptan variación (total, general, formal, …). Así tenemos presión, intervención u oficina fiscal y no “fiscala”, mientras que en otros ámbitos nunca hubo vacilación: opinión médica, llave maestra, empresa decana,…
En otras situaciones, por desgracia, el femenino de una profesión ya venía siendo ocupado por un concepto diferente al que se quiere expresar, como en los casos de cartera, sobrecarga o gobernanta. Bueno, pues úsese el que aconseje el sentido común y mejor respete la dignidad personal de la aludida.
Y, en último y definitivo caso, serán las féminas las que decidan como quieren ser llamadas; válganse ellas del privilegio que esta situación de transición les otorga para usar del “genérico” o del explícitamente femenino, según más les convenga.
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