Libro de notas

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Román Paladino por Miguel A. Román

Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.

Con acento propio

La gramática, como ciencia que estudia la comunicación entre humanos a través de la lengua, agrupa a una serie de disciplinas que ilumina este conocimiento bajo distintos primas: sintaxis, etimología, morfología, etcétera. Cada rama aporta pues una visión parcial del conjunto para, entre todas aunadas, describirnos en detalle los elementos arquitectónicos de la catedral del idioma, tal vez la más sorprendente destreza de la mente humana.

Y podría deducirse que, si la realidad fuese una y absoluta, las facetas ensamblarían perfectamente para ofrecernos un poliedro cerrado sin fisuras.

Pero… hay dos aspectos de la lingüística ligeramente enfrentados, hermanas en perpetua discordia que no logran ponerse de acuerdo: la fonética y la ortografía. El motivo de las desavenencias es obvio: la primera atiende a la pronunciación oral del idioma, siendo pues una característica personalísima, decididamente influenciada por el entorno y que, grosso modo, resulta en lo que comúnmente llamamos “acento”. Por el contrario, la segunda dicta las formas escritas de los vocablos, intenta ser globalista y homogeneizante, de forma independiente al territorio del que proceda el hablante.

La fonética es liberal y espontánea, se adopta por imitación y su unidad de trabajo es un concepto elástico llamado fonema. La ortografía es restrictiva, se establece por convenio arbitrario debiendo aprenderse con esfuerzo; y su átomo, denominado grafema, puede ser incluso grabado en piedra.

Queda claro –visto así– que se trata de dos posturas irreconciliables.

Mas no siempre estos dos aspectos se enfrentan. En el idioma ideal cada fonema estaría ligado biunívocamente a un grafema. Los sonidos bilabiales /m/ y /p/, ambos aceptablemente universales, se representan de forma inequívoca por los caracteres latinos m y p, respectivamente (y similar pauta se sigue en otros alfabetos).

Sin embargo, es evidente que esta identidad entre el sonido y el símbolo gráfico se rompe con harta frecuencia; en castellano, en concreto, el mismo fonema puede ser transportado desde el alfabeto por varios grafismos, como sucede con b–v, c–k–q, g–j, dando lugar a las vacilaciones ortográficas que a todos nos asaltan (repito: a todos, no únicamente a los niños en edad escolar).

Y, al contrario, la pronunciación de la g1 varía desde una rasposa /j/ en genio o agitar, pasando por su característico sonido velar en gordo o guita, que se reduce ante vocales abiertas (gata, guerra) hasta licuefactarse al unirse a una u+vocal (quizá tachonada de diéresis) como en guasa, agüero o pingüino, casos donde prácticamente imita al vano sonoro de la hache (un grafema, por cierto, que no representa fonema alguno).

Más aún, la amplitud de oscilación fonética aumenta enormemente cuando introducimos la variable geográfica. Las palabras “conciso”, “choza” o “salado” ofrecen registros de enorme disparidad según las pronuncie un vasco, un murciano, un andaluz, un canario, un mexicano de Chihuahua o un uruguayo de Tacuarembó.

Ceceos, seseos, yeísmos, letras que casi desaparecen en la boca del hablante y otras que se arrastran por el paladar y los dientes como una cremallera; los sonidos se moldean en distinta forma para cada región, en cada pueblo, incluso por barriadas.

Durante mucho tiempo, en muchas gramáticas tanto sabias como pardas, se ha tachado a esas variantes fonéticas de “defectos” o “incorrecciones” y, a la fecha de este escrito, muchos maestros de escuela –bienintencionados sin duda– siguen intentando “corregir” entre sus alumnos los modos fonéticos peculiares de su zona.

Pero tengo yo personalmente –tal vez muy personalmente– la opinión de que no es así y que no es bueno corregir, uniformar, estandarizar el idioma en la fonética. Digo más: creo que deberían potenciarse, protegerse y difundirse el idioma teñido de acento descarado, especialmente a través de los medios sonoros.

Echo en falta locutores de corbata ladeada con acento, presentadoras de sonrisa chispeante y con acento, actores de series policíacas que suelten las palabrotas habituales pero con un deje que revele sutilmente su patronímico. Noto una uniformidad, neutralidad, estandarización en las voces públicas y cada vez me parecen más vacías, monocordes, computarizadas.

La lengua es un patrimonio cultural impregnado de idiosincrasia, adaptado al medio y a las gentes que lo habitan, herencia de generaciones que nos precedieron y que ahora descansan bajo la tierra que pisamos. Conservarla y transmitirla es garantía de pervivencia del pueblo al que pertenecemos. Pero eso sí: con su fonética intacta, orgullosa de su dejo, con su acento.

Luego, por supuesto, vendrá la ortografía a recordarnos que ese idioma personal sigue escribiéndose de igual forma para 500 millones de hablantes. Aunque suenen ligeramente distintos.

1 La fonética solo admite dos fonemas verdaderos para el grafema G: el fricativo velar (ge,gi) y el velar oclusivo (ga,gue,gui,go,gu), las otras son variantes “aproximativas”

Miguel A. Román | 28 de julio de 2007

Comentarios

  1. yodio
    2007-07-28 12:27

    Sumamente interesante. Gracias.

  2. María José
    2007-07-28 22:39

    Miguel, ¿aplicarías esto mismo para otras peculiaridades como el laísmo, leísmo,…? Últimamente he discutido mucho sobre este tema, porque a mí me gusta cómo hablan en cada sitio y que eso se conserve. Pero en este caso es más complicado que luego se escriba según las reglas de la gramática. Yo creo que es fácil pronunciar “sapato” y que su referente a la hora de escribir sea “zapato”, pero que alguien diga “la pegó” y su referente escrito sea “le pegó” es muy complicado, yo diría que casi imposible.

    En mi pueblo dicen una expresión que a mí me encanta: “si fueras ido”, en lugar de “si hubieras ido”, a mí me da pena que se pierda.

  3. Ana Lorenzo
    2007-07-30 10:46

    Me gusta el artículo, Miguel. Además, ¿qué variante es la correcta? ¿La que más gente habla? ¿La de mayor tradición? Lo bueno, como tú dices, es la cantidad de acentos y expresiones; que todo se parezca cada vez más en los locutores da una sensación de pérdida de riqueza y, sí, parece que le hayan puesto un uniforme al hablar.
    María José, yo creo que hasta las pequeñas diferencias sintácticas hacen que uno identifique el habla de los otros (aunque, claro, Miguel habla solo de la fonética). Por ejemplo, en Latinoamérica les hace gracia nuestro continuo dudar laísta y leísta, mientras que en algunas zonas ellos tienen una concordancia estupenda (se los juro) en que el pronombre de acusativo asume el plural del complemento indirecto; a mí me suena precioso, y el proceso por el que se construye no es arbitrario.
    Preciosa la expresión de tu pueblo, por cierto.
    En fin, la lengua tiene eso, que está bien viva.

  4. Miguel A. Román
    2007-07-30 14:46

    No estoy seguro de si Maria José será murciana, pero ese uso auxiliar del verbo ser es característico de por allí, aunque hay otras regiones que lo mantengan.

    Desde luego que tampoco me gustaría que desaparecieran las variantes morfológicas que hacen diverso el español. Algunas, como el voseo, son aceptadas y legitimadas en la norma culta.

    El leismo está aceptado —tal vez a regañadientes— en algunas situaciones. Los laismos y loismos tienen más difícil justificación, pero estoy de acuerdo en que forman parte del habla particular y precioso de ciertas regiones.

    Creo que no hay problema en aceptar ciertas peculiaridades propias e identificativas de cada comunidad, siempre que no se pierda de vista cuál es la fórmula general del español y no se abuse en la lengua escrita. Por ejemplo, la aceptación de la diversidad fonética no es una excusa para incurrir en faltas de ortografía.

  5. María José
    2007-07-30 16:09

    Soy de Jaén, pero el ejemplo que puse no es de uso generalizado por allí, así que no me extrañaría que los que lo utilizan procedan de esa zona.

    El problema que te planteaba, tiene que ver justo con el final de tu comentario “la aceptación de la diversidad fonética no es una excusa para incurrir en faltas de ortografía”. Eso es más o menos fácil de conseguir, pero no lo es cuando las variedades no son de tipo fonético.

    Aunque soy de Jaén y voy mucho, nunca he vivido allí. Además, de pequeña estuve viviendo en diferentes ciudades de España, hasta acabar en Madrid, así que he escuchado muchas formas de hablar que siempre me parecieron totalmente correctas, unas me gustaban más y otras menos, pero lo mismo me pasa con los acentos (por cierto, el de Jaén es uno de los que menos me gusta porque se hace el plural sustituyendo la s por una vocal muy abierta, pero es pura estética). Por lo tanto, no soy laísta y el laísmo no me gusta mucho. Pero recuerdo que para mis compañeras de clase era casi imposible corregirlo y, sobre todo, sólo podían escribirlo bien aquellas que dejaban de utilizarlo hablando. Mi única ventaja sobre ellas era que yo no lo utilizaba al hablar. Por eso pienso, y quizá estoy equivocada, que la única forma de escribir “correctamente” es que desaparezca el uso en la forma hablada. No se me ocurre otra. Y no sé, me da un poco de rabia.

  6. Miguel A. Román
    2007-07-30 21:48

    La cuestión es si es bueno (¿para quién?) que desaparezca el laísmo o si lo toleramos como peculiaridad del castellano—leonés, que esos hablantes podrían defender como seña de identidad (normalmente argumentan, no sin razón, que Quevedo, Gracián, Feijoo y Calderón fueron laístas hasta lo chirriante).

    Entiéndase que tolerar no es aceptar. Evidentemente no es fácil establecer un muro de contención entre la norma y la peculiaridad, pero creo que sea mejor arma la educación en el conocimiento de que esa no es la forma correcta, aunque en su pueblo sea usual (y allí se le permita).

    El problema del laísta es cuando cree que es la suya la forma correcta, como sería un problema para un “andalú” creer realmente que a esa vocal abierta al final no le sigue una “s” (o una “z” en este caso concreto).

    El laísmo “moderado”, como ese “fueras ido”, que según me cuentas ha traspasado la Sierra de Cazorla, o como el “¿vieron la película?” que le pregunta una chica canaria a sus amigos (nunca dirá “vísteis”, y mucho menos “habéis visto”) son pecas del idioma, que muchas y muy marcadas afean, pero unas pocas confieren alguna simpatía al rostro.

  7. Francisco
    2007-11-14 03:42

    Soy nuevo por aqui y me parece que los escritos, he leido tres, de Miguel A. Roman son muy buenos; especialmente agradable es su actitud poco dogmatica y abundantemente erudita.

    Coincido, plenamente, que la diversidad fonetica es mas una riqueza que un defecto y que gracias a las diferencias de pronunciacion podemos agradablemente reconocer nuestro origen al hablar. Eso es una gozada y un patrimonio de uno de los mas bellos y nobles idiomas de este planeta, que esta en la antesala de convertirse en el idioma materno mas extendido en el hemisferio occidental.

    Lo preocupante del espanol, empero, es su ortografia. Es arcaica y acartonada.

    Estoy escribiendo sin acentos, no por desconocimiento de sus reglas ortograficas, que me las se de memoria; sino porque me parecen innecesarios. Si me entiendes, comprenderas su inutilidad; claro que habra ejemplos excepcionales como: “Por que, cuando, donde, como? – Porque cuando donde como …” que podria pedir necesariamente los acentos en la interrogante.

    Y asi como los acentos sobran, tambien sobra la boina que le pusieron a la N.

    Ese no es el castellano de Nebrija ni de Cervantes.


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