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Román Paladino por Miguel A. Román

Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.

Impromptu en LE mayor

El forense estudia minuciosamente el cadáver que da pie a un nuevo episodio del serial policíaco:

– Que haya tanto moho sugiere que le quemaron hace unos días.
– ¿Le…?
– He medido la pelvis… Es un varón.

Un paso por delante de la acción, supuse que el policía respondería sagazmente: En tal caso, debieras haber dicho “lo quemaron”. Pero no, el policía asume el leísmo como un efímero insecto al que se espanta con un simple manotazo y continúa con su tarea detectivesca.

El leísmo es prácticamente un catarro lingüístico, una patología leve del idioma que obra escaso impacto sobre la salud. Tanto la Academia de la cosa como los manuales de estilo, han empezado a flexionar visiblemente su brazo, aviniéndose sin mucho regañadientes a que la suplantación del canónico “lo“ por un inopinado “le“ vaya tomando carta de naturaleza; el ejemplo que encabeza hoy esta columna, sacado literalmente del doblaje de una popular serie de ficción, es muestra evidente de la infiltración de esta anomalía en el habla común.

En esta laxitud de la norma influirá, supongo, que sea la vieja Castilla la que más comúnmente incurre en la falta; algo así como un derecho de infalibilidad que ostenta el reino sobre la criatura.

Pero, por otro lado, resulta complicado acusar a nadie de transgredir, a la velocidad del habla cotidiana, una norma cuyo trasfondo es más costumbrista que intuitivo.

La culpa de esta ambigüedad la tienen los romanos. Aquellos imperialistas decidieron que los verbos podían requerir de elementos sobre los que actuar o bien, sencillamente, hacerlos destinatarios de la acción. Si el objeto era transido por el verbo, aquél figuraba en acusativo –nuestro complemento directo–, pronominalizados con illa/illo (la/lo), mientras que los comparsas de la acción figuraban en dativo –el hoy complemento indirecto– y su personalización era por illi (le).

Más de un milenio hace ya que se desgajó nuestra lengua del latín, y aún estamos dilucidando (sin saberlo) en qué ocasiones usaremos el dativo y cuales pintarán acusativo. Porque la evolución del leísmo, en dos o tres siglos, difícilmente tendrá marcha atrás, sino que será el verbo el que mude de carácter para adaptarse a la falta. Creánlo, así evoluciona un idioma, asimilando sin traumas lo que es normal en la calle.

Sin embargo, debo pensar que nos encontramos en un momento de transición, toda vez que la transgresión aún cuenta con límites incluso entre sus más acérrimos usuarios.

Para empezar, este “le“ ubicuo no asume a la fecha todos los casos del acusativo, sino únicamente aquellos referidos al masculino singular, dejando a los femeninos –con “la“–, a salvo de la sustitución. Esto es manifiesto en el ejemplo ut supra, donde el agente de la ley entiende que si es le no es la. “La quemaron“, hubiera dicho el galeno sin dudar, para expresar que la medida pélvica delataba que el cuerpo fue en vida el serrano de una señora.

Pero además, el uso anómalo del clítico, de momento al menos, no se ciñe a todo el género masculino, sino específicamente a los varones, esto es, aquellos seres que, en evidencia biológica, tienen sexo y lo ejercitan. Principalmente personas, pero no escasean los animales, sobre todo si les conferimos una personalidad distintiva al resto de su especie: Tenemos que llevar al perro a vacunarle contra la rabia.

Pero cuando el complemento es una cosa, un objeto sin alma, el dativo “lo“ recupera su legítima posición. Pocos usuarios del español, por recalcitrantes leístas que fuesen, dirían que ese edificio “le“ quemaron en la guerra, que un paquete “le“ trajo un mensajero o que el coche “le“ llevé al taller (aunque en éste último caso, tal vez haya quien opine que el vehículo familiar es casi una mascota).

Y, tal vez por esto mismo, cuando el sustantivo referente no es un singular identificable, sino que forma parte de un colectivo plural, también muchos leístas se retraen y regresan a un correcto “los“.

Así, el observador con criterio gramático asiste, entre perplejo y divertido, a una desviación de la norma que es ampliamente tolerada, siempre y cuando se ajuste a una sobrevenida nueva norma, todavía a medio hilvanar.

Una prueba más –me sé otras muchas– de que el idioma es un juguete, una herramienta blanda y ajustable al capricho de sus legítimos propietarios: los hablantes. Luego, vienen los escribientes, que dejan constancia indeleble del uso acostumbrado; y, en el peldaño más bajo, los lingüistas, a los que ya solo les queda aceptar, por obviedad, que manejan una materia viva y escurridiza, y que, nos pongamos como nos pongamos, eso es más bueno que malo.

Miguel A. Román | 28 de enero de 2007

Comentarios

  1. Alberto
    2007-01-29 07:48

    Uy, pues no te creas, leistas “de objeto” he visto muchísimos, sobre todo en Navarra. Mi primera novia era de Pamplona y siempre decía “Se te está cayendo el vaso, cógele, cógele”.

  2. Miguel A. Román
    2007-01-29 12:10

    Alberto: ciertamente, las zonas de influencia del euskera tienden al leismo, en parte porque minimiza el conflicto con la carencia de género en esa lengua, y en parte también por el distinto tratamiento de los transitivos y dativos.

    Esto no requiere que el hablante leísta de esas zonas sea bilingue (ni siquiera que conozca el euskera), ya que el lenguaje es imitativo: se habla lo que se escucha.

    Un efecto parecido sucede en las zonas de influencia de lenguas precolombinas en Hispanoamérica, como el quechua o el guaraní.

    Sin embargo, al respecto de lo que cuento en el artículo, este leísmo no es tan tolerado en el uso culto del castellano, y su uso “choca” a la mayoría de la comunidad hispanohablante.

  3. Alberto
    2007-01-29 12:37

    Desde luego me rechinaba muchísimo, siempre le tomaba el pelo (que no “la” tomaba el pelo).

    Gracias por la explicación, profe :-)

  4. Candi
    2007-01-30 13:12

    Un estímulo, estas clases magistrales, a las que llego en segundo curso. La lengua, sí, es algo a lo que tendríamos que prestar cuidadosa atención, y he de entonar el mea culpa.

    Me daban muchísima envidia —sana— aquellos dictados nacionales de Bernard Pivot, en nuestra vecina Francia, adonde acudían, humildemente, congresistas, senadores, hombres de letras y ciencias, personas de distintas profesiones y estratos sociales y culturales, que tenían a bien someterse a aquel, nada sencillo, ejercicio de amor ortográfico.

    Saludos admirativos.

  5. Sonia
    2007-10-21 22:00

    Pués tengo una pregunta en referencia a este artículo, como se dice: mandarle a la mierda, o mandarla a la mierda?

  6. Haplo
    2008-09-01 12:55

    Pues precisamente ese leísmo que comentas en las últimas líneas (“Ese disco no le tengo”) es lo que más me chocaba cuando me vine a Madrid. y créeme que se usa y mucho. Al menos en la zona donde he vivido y trabajado: sierra oeste de Madrid y algunos pueblos de Ávila limítrofes.
    Y al principio me aterrorizaba la idea de acabar algún día adoptando esa costumbre, pero cinco años después aún siguen doliéndome los oídos cada vez que lo escucho, aunque, por fortuna últimamente es en pocas ocasiones, porque casi todos mis compañeros de trabajo actuales son de fuera (ya de otro país, ya de otra ciudad).

  7. Rocambole
    2008-12-01 18:51

    No sé si podra contestarme a una duda ya que este post es del año pasado. Espero que sí. Por si acaso he realizado la misma pregunta en el post del 28/11/2008.

    Esta frase referida al mar, al sonido del mar:

    “Le escuchaba……” se supone que es incorrecta claro y se debería escribir “lo escuchaba” pero……..si es en un texto literario y la persona que lo escribe considera al mar como un ente con cierta “personalidad” no una cosa inanimada….¿Se podría decir le escuchaba (al mar) en vez de lo escuchaba ?
    ¿Que diría un académico?

    Gracias, un saludo.

  8. Paco
    2008-12-01 20:29

    Dejando al margen el hecho de que “escuchar” al mar no suena muy literario :-) te diría, Rocambole, que la respuesta la tienes en el propio artículo: la naturaleza del objeto no tiene nada que ver con el problema, sino sólo su función lingüística. Si el mar es el objeto directo (o acusativo en latín) hay que usar lo, independientemente de que el mar sea un ente, cosa o ser vivo.

    No obstante, si asumimos, como Alberti, que mar es femenino, y de nuevo sea cual sea su naturaleza, habría que decir “la escuchaba (a la mar)”.

  9. Rocambole
    2008-12-02 00:19

    Gracias, me lo temía…:) pero por si acaso… :)


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