Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.
Me encuentro en estos días desplazado al hogar de mis ancestros, pleno de afectos familiares, recuerdos infantiles y rancias tradiciones navideñas, pero carente de la tecnología que me permitiera dejaros, como cada mes, las prendas lingüistas que caracterizan a esta humilde columna.
Aprovecharé, sin embargo, esta furtiva escapada de mi retiro para desear a todos los lectores de LdN, a todos sus colaboradores y, muy especialmente, al equipo redactor, que durante el 2007 (y siguientes) gocéis de no peor salud y moderada pero suficiente felicidad.
Y que yo lo vea.