Miguel A. Román pretende aquí, el vigésimo octavo día de cada mes, levantar capas de piel al idioma castellano para mostrarlo como semblante revelador de las grandezas y miserias de la sociedad a la que sirve. Pueden seguirse sus artículos en Román Paladino.
Para el idioma español, por alguna recóndita razón, hemos elegido al verbo haber como auxiliar por excelencia, imprescindible fulcro donde apoyar las formas verbales compuestas, mecanismo clave de las lenguas latinas.
Y sin embargo, este verbo que los hispanohablantes hemos hecho objeto de continuo uso, es uno de los más endiablados y díscolos dentro de la fauna léxica del castellano.
Para empezar, su ortografía, ya desde el infinitivo, auna la hache y la be, bestias negras de los transcriptores por su ambiguedad fonética y que inducen al muy frecuente error de trocarlo, o ser a su vez suplantado, por la locución “a ver” (pese a que el sentido gramatical de ambas formas es obviamente dispar).
Además, su conjugación es en extremo irregular, con formas tan alejadas de la raíz como he, haya, hubo, culminando su excentricidad en una excepcional doble fórmula de la tercera persona del presente: ha o hay, según preste funciones auxiliares a otro verbo, o bien obre como verbo autónomo.
De las incorrecciones a que induce esta irregularidad baste nombrar el difundido uso, sobre todo en Centroamérica, de la forma habemos, que no existe en el castellano actual (la forma correspondiente será hemos, pero sólo puede dársele un uso auxiliar, así que el verbo a emplear en este caso debiera ser existimos o estamos).
Por otro lado, mientras que en su latín natal (habere), significaba tener (en el sentido de poseer), oscila hoy su significado entre existir (hay una solución para cada problema), estar (hay una mosca en la sopa), deber (he de ir a la oficina) u ocurrir o acontecer (hubo un accidente).
Mas, frente a estos verbos, de más regular comportamiento, ostenta una curiosa e infrecuente propiedad: es impersonal, al mismo tiempo que transitivo.
Estas dos características sumadas significan que el verbo haber no acepta sujeto ejecutor alguno; y que, además, el sustantivo que pueda merodear en sus cercanías sólo puede entenderse como complemento directo.
Mas esta ligera anomalía del lenguaje lleva a catastróficos empleos del verbo, pues el hablante tiene con frecuencia la tentación de asignar al objeto pasivo el papel del inexistente sujeto activo, y aplicar mecánicamente la flexión al plural, frente al uso intuitivo del singular característico de los verbos impersonales.
En consecuencia, construcciones como “hubieron días en que pensé lo peor”, o “en el futuro habrán aviones no tripulados”, pecan de transgresión gramatical, donde debió escribirse “hubo días…” o “habrá aviones…”, ya que las jornadas y las aeronaves, respectivamente, no son el sujeto de la acción sino el objeto de ellas.
El mismo caso sucede cuando el “haber” es modificado por perífrasis pero no pierde su caracter impersonal: “Pueden haber heridos bajo los escombros” (será correcto “puede haber heridos…”).
En suma, un error inadmisible, que menudea sin embargo en la letra impresa periodística, y contra el que es fácil prevenirse: basta con imaginar la frase en presente de indicativo para que la forma hay, en riguroso singular (hay días, aviones, heridos, etcétera), se imponga a cualquier veleidad pluralizante.