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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

La continuidad de los parques

Mi escuela secundaria estaba frente a un parque: la Alameda, en mi ciudad natal. Esta es una ubicación perfecta para cualquier escuela y más para una que albergaba cientos de millones de hormonas alborotadas a la menor provocación.

La Alameda era el sitio para el faje: el recinto sagrado a donde se acudía con él o los novios. A mediodía todos revoloteábamos alrededor de los árboles y en las bancas de las orillas del parque. Las parejas de estudiantes, agarrados de sus mochilas en una mano y de la otra tomados de la próxima piel a acariciar, se encaminaban hacia los laberintos de la Alameda.

La mirada del general Ignacio Zaragoza siempre se posaba sobre los muchos que aprovechaban el cobijo de las hojas de los árboles para practicar el deporte más extenuante de la adolescencia: el faje. Era cómo estar en un motel florido en donde la regla era tocar, pero no encuerarse.

Aunque se tenga mucha imaginación siempre es difícil a esa edad conseguir en donde tener un acostón con la noviecita adolescente (usen condón por favor). Entonces lo más socorrido para sacar el vapor que se lleva en el cuerpo a esa edad es fajar.

En la Alameda, como muchos parques en todo el país, se cumplía la sagrada función de acercarnos más a la piel de otra persona aunque nada más fuera para reconocer los pliegues de la ropa, los botones y los cierres.

El preámbulo de la vida sexual de generaciones enteras se vive en los parques y hasta cierto punto es una forma de sexo seguro: los fajadores tienen su lucha grecorromana erótica sin desvestirse y sin penetración, lo cual constituye una gran ayuda para el crecimiento demográfico y contra las enfermedades venéreas.
Yo he aprovechado los parques en todas mis etapas: tuve un romancito vertigoso con una persona comprometida, yo lo mismo, de mi centro laboral hace un buen, y acudíamos a calles oscuras y sitios en donde el alumbrado público estaba estropeado.

En cada parque de la ciudad hicimos un motel, un echadero, un fornicatorio. Nos encontramos en cada banca, en troncos de árbol echados, en monumentos y barditas, y le pusimos nombre a cada avanzada por cada calle.

Como no teníamos mucha experiencia como infieles, retornábamos a nuestro centro laboral con la ropa revuelta, el cabello como un nido abandonado.

En una de esas ocasiones nos fuimos a nuestro paraje favorito: una plaza coronada por un busto don Alfonso Reyes, decidimos hacer el amor. Ensayamos la muerte chiquita y estrenamos esa misma noche en el escenario de ese empedrado .

Terminamos y terminamos. Ahora sí que lo que siguió fue subirse las braguetas y bajar la escalinata del sitio. Nos cruzamos en el camino con dos policías, pero como en la Oda a Reyes del Jefe Borges, la indescifrable providencia, que distribuye lo pródigo y lo parco nos permitió bajar sin culpa y hasta decir buenas noches a los cuicos. En el terreno de los parques, amigable para el erotismo juvenil y benévolo para los amantes pobres, todos aprendimos a desarrollar la imaginación: el cuerpo se adivina debajo del hábito y todo lo que ahí subyace será reinventado en nuestras cabezas porque si la ropa vuela, la policía llega.
La vida sexual que se inicia en la Alameda desde chavos, continua y se desarrolla en los parques através de nuestra existencia.
Y cuando uno deja las calcetas y las mochilas y cree que se va a pasar a la divertida era de los moteles, se da cuenta que los parques, alrededor de las universidades y cerca de los departamentos de estudiantes, son el terreno por explorar a veces por necesidad, para disfrutar de la persona a quien amamos o con quien jugamos al amor.

Ya instalados en la adultez, los parques pasan del lugar para el faje, al territorio del adulterio. Si ves a chavitos fajando son noviecitos que juegan a que algún día estarán juntos para siempre desnudos en una cama. Si son adultos fajando, significa que ese día no tuvieron para el motel.

Los enemigos de los parques y de los amantes que se acarician bajo los árboles, han armado una sociedad secreta que critica a quienes buscan el escondite detrás de las estatuas y monumentos, pero ni ellos han logrado expulsar de esos paraísos a quienes no tienen mejor techo para el romance que el cielo y los árboles.

Les invito a encontrarnos en Facebook y en @Ivaginaria en Twitter.

Elia Martínez-Rodarte | 21 de diciembre de 2010

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