Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.
Cuando uno quiere empezar un texto con la frase “las personas de mi generación” me queda claro que en algo está atorándose en el accionar de nuestro entorno. Hemos extraviado las relaciones sociales ubicándolas en ámbitos de trato cercano, pero impersonal, sustituyendo con todas las herramientas de internet, el contacto que antes consistía básicamente en vernos en bulto, reunirnos e incluso hablar por teléfono.
Asumí las nuevas formas de comunicación inmediata por internet con suavidad y con parsimonia después de vivir conectada al mundo vía telefónica por mi vida personal y por el trabajo periodístico. Más que acoplarme creo que dulcemente me he dejado llevar, como lo hago al bailar, al pagar los impuestos, al leer.
Ingresé temprano al internet – recién nos maravillaba – por puro afán morboso y cuando acababa la carrera: demasiada información de todo el mundo, pornografía y dos o tres personas queridas fuera del país que no estaban a la mano, sabrían de mí más seguido gracias a la nueva vida online.
Luego el messenger cambió todo: siempre quien sea de inmediato y cerca.
Más opciones y relaciones. Internet ha hecho mucho, y mejor que cualquier otra herramienta, por la vida sexual, amorosa y social de las personas gracias a la comunicación inmediata a distancia con gente desconocida. Todo es posible.
Inauguré el messenger con el novio cuyo romance se fortaleció en incontables horas de chat, práctica que rompió por completo las llamadas telefónicas desde Ciudad Juárez y le seguimos online porque era más rápido y nos era conveniente. Gratis.
Después los demás chats y el skypy me ayudaron a diversificarme. Al alcance de la mano estaban todos mis seres queridos si yo podía tener pagado a tiempo el servicio de internet, indispensable y esclavizante a veces.
Ahora quizás, como lo he dicho muchas veces, extraño hablar por teléfono.
El móvil es sólo para textear, cosa que cada vez necesito menos; el facebook y el twitter son interactivos pero ciertamente algo fake y los chats en video inhiben la indecencia cuando deseada, porque se debe estar semi presentable para conversar online. Ahora somos también visibles.
El misterio de la llamada telefónica vía el aparato, ciertamente permitía un cierto nivel de fodonguez, una laxitud desparramada que nos ayudaba a tendernos en el goce intenso de un sólo sentido: a cerrar los ojos y escuchar.
Ahora quiero volver un poco al teléfono para tener contacto humano con quienes sé que nos será difícil estar juntos: me da alegría adolescente, exaspera a algunos seres que amo, y como es una tecnología con la cual crecimos y fortalecimos nuestras redes, nos resulta mágicamente manejable. Sabemos de estados de ánimo, desciframos a las personas, conformamos imágenes mentales sobre la gente del otro lado de la línea. Usar el teléfono nos da otro tipo de poderes.
Y en especial aprovechar las únicas formas de estar en este raudo camino con las personas de nuestras vidas.
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