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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Mentira mata tedio

En su libro sobre las claves de la capital del cine en Estados Unidos “The Devil´s guide to Hollywood”, el millonario guionista Joe Eszterhaz dedica un buen tramo al arte de mentir, quizás la “cualidad” más desdeñada y para la que, por desgracia, nos tenemos que entrenar solos y como las diosas nos den a entender.

Ni siquiera todos tenemos las características idóneas para mentir, que esencialmente son dos: sangre fría y buena memoria. Por ejemplo, yo puedo tener la sangre fría pero mi memoria es un resumidero.

Ernest Hemingway cuando volvió jovencísimo de la primera guerra mundial dijo a la prensa que peleó al lado del ejército italiano y que había sido condecorado por su valor por el mismo rey Victor Manuel de Italia. Sin duda había pasado duras en los pocos días que trajinó en combate, pero sólo recibió una pequeña medalla al valor por salvar un soldado. Eso es un ejemplo de sangre fría. Pese a su juventud e inexperiencia, Hemingway sólo había alterado un poco la realidad magnificando los hechos hasta niveles casi irracionales, pero se cuidó de que no lo fueran tanto.

En uno de mis intentos de mentira mayúsculos le tuve que inventar una historia a la encargada de unos cursos para preparación del parto a una mujer, ahora muy amiga mía, quien no tenía compasión con las embarazadas.

El curso estaba lleno, yo no llevaba pareja masculina que me apoyara y le ofrecí pagarle en tres cuotas el curso, pese a que era en dos partes.

Le tuve que mentir: le dije con tanta naturalidad excusas y dislates inverosímiles, que terminó cediendo en mi ingreso al curso, me prestó a su primo como compañero de ejercicios, pero me exigió que le pagara en dos cuotas.

A lo largo del curso se cayó el teatrito: mi pésima memoria me descobijó y aunque seguí, los timados lo tomaron de buen ánimo. Quizás por ello el primo se hizo mi novio y ella es una de mis mejores amigas ahora. Todavía hablan y se burlan de ello, siendo yo un animal de circo que les provee cierto entretenimiento. Todo por no tener una buena memoria.

Eszterhas cita en su libro sobre Hollywood al guionista Dalton Trumbo y nos revela sabiduría de oro sobre el engaño, fragmento que definitivamente yo memorizaría: para ejercitar mi cabeza y para llevarlo a cabo.

“El arte de mentir es el arte de lo práctico. Nunca se debe mentir sólo por el placer de hacerlo ya que el exceso debilita el instrumento, corrompe el carácter y usurpa el espíritu…por lo que hay que frenar la imaginación”.

Una ocasión me vi sorprendida ante la evidencia. Estaban en el bote de basura los restos de un hermoso naufragio de un día anterior. Otra vez mi mala memoria y sin duda con un agravante toque de estupidez, evitó que yo me deshiciera de la evidencia la noche previa. Cuando fui inquirida sobre dichas pruebas creo que mi cerebro se reseteó. A dos mil por hora pensaba: ¡no me queda más remedio que la verdad!

Mi primer impulso —natural— fue culpar a alguien: pero no tenía a quién, además estaba abrumadísima haciéndome la misma pregunta estúpida: ¿cómo pude haberme descuidado así?

Hoy no recuerdo qué dije, pero sin duda ha de haber sonado tan idiota como la misma escena lo fue. Ese asunto me persiguió siempre. No sólo no pude mentir con sangre fría sino que tuve que recurrir a la confesión. Y lo hice como si ésta verdad fuese una mentira: esforzándome porque lo verdadero sonara como tal, como para amainar la culpa de una traición con la limpidez de una certeza. No recuerdo haberme sentido tan imbécil.

Dalton Trumbo sentencia: “La mentira debe decirse frente a frente, mirando a los ojos y sin dudar. Debe ser franca y directa, y tan simple que pueda repetirse con detalles y bajo juramento diez años más tarde. Aunque simple, debe contener un elemento fantástico de ingenuidad creativa, uno y no más, diseñado para capturar la atención de quien escucha y debe convencerlo de que, como nadie se atrevería a inventar la improbabilidad que has creado, es cierto”. “E se non é vero, é ben trovato”, dirían los italianos, citado directamente de la página de “etimologías.dechile.net”:http://etimologías.dechile.net/: “Si no es cierto, está bien cantado”. Esa es la técnica.

Pero la sabiduría y la habilidad para mentir, por desgracia, es un don que sólo pulen la cauda de los años y la práctica, y es casi como las súper habilidades que poseen los héroes de cómic: no todo mundo tiene ese poder: es único y extraordinario; es muy difícil a veces controlarlo y tarde que temprano, pese a todos sus premios y recompensas, éste se puede volver en nuestra contra.

Esta evasión de la verdad, dolorosa y siempre punible, es la única forma que el género humano ha tenido para agregarle al tedio irremediable de la vida, pequeñas dimensiones paralelas en las que uno puede ser otro o tratar de serlo: es un escape ante el horror de la realidad. Es una forma de sueño, de recreación y de reinvención de uno mismo.

Anatole France consideraba que sería intolerable la vida de un ser humano si éste careciera del don del sueño, del soñar despierto o dormido, porque en éste se permitía un espacio fuera de sí mismo y de su percepción tangible de lo real. A las mentiras les daba, hasta cierto punto la misma dimensión: “sin mentiras, la humanidad moriría de desesperación y aburrimiento”.

Elia Martínez-Rodarte | 06 de junio de 2010

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