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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Minificción

La anécdota es muy famosa y se ha repetido hasta el mareo: durante una cena de gala en honor de Augusto Monterroso una encumbrada, mas ígnara, dama le dice: maestro, he leído su cuento de El dinosaurio*. Él le responde: ¿y qué le ha parecido? Ella, echando sus pechos enjoyados hacia el frente le dice: maravilloso maestro, me está pareciendo maravilloso, pero aún no lo termino de leer…

Aunque prefiero la anécdota de la exfuncionaria de una dependencia cultural que gustaba de presumir sus lecturas y citar a la “poeta” Zara Pound (sic), la minihistoria de Monterroso sobre su minihistoria, viene a cuento para hacer una pequeña loa a este género.

La minificción es el género tocado por el dedo de Dios: es omnipresente, inacabable, versátil y demanda del creador una capacidad de síntesis y uso del lenguaje efectivo.

Y lo mejor: es la continuación de la tradición oral: todos los pueblos del mundo han conocido más de sí mismos gracias a los relatos cortos, fábulas, cuentos y leyendas populares en formatos que permitan una fácil difusión.

Una minificción no permite a los autores tropezarse con sus palabras. Es inviable para quien decide sacar del joyero todas sus jitanjáforas para ponerlas al servicio de los críticos, los amigos o los lectores, pero adecuada para quien es benévolo y congruente con la tradición oral, visual, mediática a la que estamos expuestos y que se empata a cada momento con este género.

Lauro Zavala en su pieza “Algunas hipótesis sobre el boom en Hispanoamérica” enumera puntualmente y de forma muy clara cómo las minificciones se mimetizan y se adaptan a todos los entornos como el tráiler cinematográfico, los spots de la teve, las baladas, las novelas transmitidas a través de los celulares y más recientemente en las redes sociales como Twitter o Facebook.

La estética de los ejemplos que él analiza se entrecruza de forma armónica con el género del cuento breve, lo hace mutar y lo vuelve accesible a todas las miradas.
Tan difícil de lograr como un buen haikú. Tan complicado para la economía y el silencio, para el ritmo y el corte abrupto, las minificciones demuestran lo complicado que es torear a este miniminotauro, que demanda un laberinto hecho a la medida, con sus paredes de frases precisas y figuras literarias aparentemente sin pretensiones.

Las minificciones cuentan con la virtud de conjugar instantes de valor cotidiano y universal volcados en pocas líneas: a donde quiera que miremos se encuentra una historia esperando ser cautiva y transportada hacia el universo en donde habitan los vocablos necesarios.

Un cuento corto posee o debe poseer el mismo espíritu guerrero del haikú, que convierte en armas certeras sus pocas palabras para llevar a la mente del lector una imagen detonadora hacia más imágenes: de pasmo o de saudade, de alegría y exaltación, de orgasmo y purificación.

Al final del breve tramo del minicuento debe existir la paz de la conclusión para abrirle las puertas a otro universo contento. Una nueva historia siempre está a la espera.

Tengo que decirlo: ni conozco a la dama emcumbrada, ni si en realidad fue en una cena de gala, pero sí fueron los personajes Monterroso y la señora que habita en la inopia, es cualquiera de las que por ahí andan coleccionando intelectuales para llevarlos a cenar a su casa, y que dan pie para inventar sabrosos chismes del mundo literario.

Pero ésa es la gracia de la minificción: también en la vida nos asiste.

*El dinosaurio.
Por Augusto Monterroso.
Cuando despertó el dinosaurio todavía estaba ahí.

Elia Martínez-Rodarte | 06 de abril de 2010

Comentarios

  1. Pablo González Cuesta
    2010-04-09 04:15

    Muy interesante tu artículo y en cierta manera revelador. Cuando llegué al final y leí por enésima vez el cuento de Augusto Monterroso (al verlo escrito sin comas) se me ocurrió una variante (seguramente tópica):
    El original dice:
    “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”
    ¿Qué tal sería…
    “Cuando despertó el dinosaurio, todavía estaba ahí” ?
    Un beso y gracias por el artículo.
    PABLO GONZ
    http://pablogonz.wordpress


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