Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.
“Ir de putas” es el título del libro del psicoanalista Juan Carlos Volnóvich, quien ha abordado las motivaciones de los hombres para acudir con prostitutas.
La teoría de Volnóvich plantea que los usuarios de sexoservidoras están ejerciendo un papel machista, porque toman a la mujer como objeto.
Están siendo capitalistas porque esencialmente convierten el cuerpo de la mujer en una mercancía y están fomentando el patriarcado, porque prostituirse es un estado de sumisión de la mujer y una violación autorizada en la que media el dinero.
Sin embargo, y basándome en la “Historia de los grandes burdeles del mundo” de Emmet Murphy, los hombres acuden a los bordelos por una llana calentura que pueden resolver fácil gracias al oficio de la prostitución que ejercen mujeres y varones.
Debido a lo elemental del ser humano en general no creo que exista un dilema existencial demasiado severo cuando se trata de ir a descargar los testículos o la genitalia.
Pero los psicoanalistas ven más allá de lo que vemos en resto de los mortales menos laberínticos que ellos, como bien diría el filósofo Jack McLaughlin en su blog.
Volnóvich asume que la visita de los hombres a un prostíbulo se debe a que en su fuero interno, allá perdido en la inmensidad de su machista ser (en mayor o menor medida que lo sea), los hombres desean ejecutar “un acto de denigración y humillación a lo femenino”.
Es decir, los varones acuden con las merectrices sólo por vengar a su género de una afrenta aún no especificada.
Quizás en algunos casos deberá tener razón, ya que la violencia sí vive en los corazones masculinos durmiendo su sueño de muerte, como el puñal del poema del Gran Jefe Borges.
Los varones son más violentos que las mujeres y su violencia genera más ídem. Testosterona, ésa sería la ponzoña de la perdición.
Volnóvich asegura que los señores al ir de putas, como se titula su libro, lo que realizan es: “Pagar por sexo es un acto confiscatorio del deseo de las mujeres”.
Pero cuando la cosa se va volviendo más coherente es cuando habla de la liberación que sienten los señores al acudir con una meretriz: le pierden el miedo a conseguir el placer de la mujer porque van a pagar.
La lógica es: si yo aporto el parné para descargarme, me vale si ella tuvo un orgasmo o si sintió algo…
Sin embargo yo le diría al Sr. Volnóvich que ésa es la situación de muchas mujeres en el mundo entero, y lo peor, ni cobran.
Muchos hombres acuden a sus parejas como si éstas fuesen depósitos de semen y siguen la misma lógica, pero sin poner el billete: llegan despreocupados al sexo porque, prostituta o no, ven en la mujer la posibilidad de desfogarse.
Y tampoco sienten culpa ni mucho menos preocupación por el placer femenino.
Quizás la falla del Dr. Volnóvich, fue haber basado su trabajo de campo a partir de una muestra de sus sujetos de estudio limitada, es decir sus pacientes, y le faltó más investigación en el sector que verdaderamente sabe la netas: las prostitutas.
Tal vez deba visitar una sexoservidora. En nombre de la ciencia.
2010-03-07 14:27
Me ha gustado el final. Cuantos análisis de gente sesuda se olvidan de la realidad para dedicarse a demostrar lo que los autores creen antes de comenzar su estudio.
2010-03-14 12:01
Que muchos hombres obtengan lo mismo de sus parejas legales o gratuitas, y se comporten de manera parecida en algunos aspectos (o en todos) no es un buen argumento contra Volnovich, me parece.
Al contrario, es confirmar que eso es lo que quieren (o lo que están enseñados a querer, que habrá casos) muchos hombres: en casa y en el burdel, pagando de una manera o pagando de otra. El que paga manda.
Si primero criminalizas la maternidad sin matrimonio e impides o dificultas que las mujeres tengan bienes o ganen dinero, después siempre serás el que compra, el que paga, y el que pone las condiciones.
Los hombres compraban y compran a las mujeres al por mayor o al menudeo. Para el sexo, o para el sexo y otras cosas.
Para eso primero los hombres han de llegar a un acuerdo sobre cómo se reparten, se compran, se venden o se comparten entre ellos esos derechos sobre las mujeres. Y antes todavía, expropiar a las mujeres de la propiedad y la decisión sobre sí mismas.