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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

La memoria de las cosas. Chaise longue

Hace poco uno de mis mejores amigos me llamó para ofrecer comprarme un sillón, un chaise longue, que tengo en mi oficina.

La lejana imagen de él, su pareja y dos personas más tapadas con una cobija y acurrucados adorando a la madre televisión, es la que me afirma que él aprecia ese mueble por todo el engusanamiento afectivo que éste convoca. La dulzura de su blando corazón de hule espuma, es la que nos convierte a todos en afectos a su abrazo.

Sin duda es un mueble encantador y sumamente querido por mucha gente. Lo tengo desde hace mucho tiempo. Es de esas cosas que uno posee, de las cuales sabe perfecto, toda la memoria que guardan.

No sólo es entrañable para mi compadre y sus huestes, sino también para todas las personas que durmieron, follaron, amamantaron, lucharon, y disfrutaron de una fiesta privada o pública en sus blanduras forradas de tela con estampado escocés, en predominante y clásico rojo…Apoltronarse en él es como sentarse en el muslo de un gaitero gigante con kilt de gala.

Así como el olfato nos trae a la memoria los hechos más lejanos, los del trasfondo de aquellos episodios que hemos apilado en el polvo del olvido, el sillón y su cómoda oquedad carga con su propio bagaje.

Me lo regalaron. Lo llevaron a casa una tarde en que estaba sola. Dos hombres lo subieron al segundo piso con mucho cuidado, y luego le instalaron las patas y quitaron el forro de plástico. Cuando se fueron me dormí una siesta de un par de horas. Probé y me aficioné a las suavidades narcotizantes del chaise longue.
Ahí mismo y a través de los años, todo sucedió.

El sillón, por lo grande que es, ocupa mucho espacio. Quien entraba a la habitación en donde estaba acomodado, se echaba en él. Reina como un benévolo rey que abarca con su grandeza todos sus dominios: con sólo él.

He ahí que yacieran las personas, durmiendo la borrachera tras horas de trasiego. También los y las calientes que pretendían follar en el baño, pero se dieron cuenta de que había un milagroso sitio casi del tamaño de una cama matrimonial: ahí estuvieron adulterando sus madrugadas. Los extraviados que dejaban la fiesta y a la hora regresaban porque habían perdido el último transporte a su casa, durmieron en el chaise longue.

Cuando nació mi hija ahí forjamos el lazo: la alimentaba en el sillón largo durante las madrugadas porque podía descansar cómodamente sentada, con ella echada sobre mí. Luego se dormía en el hueco entre mi cuello y hombro, después de beber su colación de la noche y madrugada. Eructaba, ¡sí señor ésa es mi bebé!, saludablemente, estremeciendo su cuerpecito.

Ahí mismo soñaron sus sueños de libélulas y pelusas volátiles, mis gatos y perros. En él estuve mucho tiempo acurrucada en lo más oscuro, sacando del lodo mis pensamientos y preguntándome las cuestiones fundamentales de la vida: “¿se puede ser más estúpido?” o “¿por qué yo?”.

Ni siquiera podría enumerar todo lo que leí o escribí en el sillón: quizás entre sus pliegues aún queden las ideas perdidas y capítulos enteros, como quedó aquel tubo de lubricante que sé muy bien quien olvidó ahí.

Conocí entre esas blanduras luengos tramos de piel y muchas manos se apoyaron en sus descansabrazos. Ahí durmió muchos meses quien me hizo ese regalo, ocupando la habitación contigua al silencio que de pronto se hace cuando el amor deja de hablarnos y se convierte en páramo.

Después ese mueble se movió conmigo. En el movimiento frenético de las mudanzas que finalmente se acaba cuando uno ata la soga al cuello de una hipoteca.

Tras vivir unos meses bajo unas sábanas, las que cubren a los muebles que aguardan su turno de ponerle alma a una casa, ahora el chaise longue es el emperador de mi oficina, el cuidador de mis libros y el sitio a donde todavía acudo a preguntarme en un acurruco de suavidades, las cuestiones fundamentales de la vida: las mismas de siempre.

Elia Martínez-Rodarte | 07 de diciembre de 2009

Comentarios

  1. La loba
    2009-12-20 19:12

    Ooooh! No, no lo vendas! Me opongo a ello porque en los resquicios de ese chaise longe
    vive una medusa de oro, gemela de otra que habita en mi joyero. Decidió quedarse en tu casa, porque en ella nuestras borracheras de alcohol, sueños y risas siempre han sido las mejores. Tan entrañable es el nidito, que la de la cabellera de sierpes vive ahí y es tu nahuala, por si no lo sabías.


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