Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.
Coyolxauhqui se reveló a las miradas de sus asombrados hijos mexicas del siglo veinte hace poco más 30 años y el hallazgo de sus efigies ha sido uno de los acontecimientos arqueológicos más relevantes de la pasada centuria.
Cualquier historia grandilocuente de telenovela es una cosa de nada al lado de la mitología que ronda a la increíble Coyolxauhqui.
Ésa es la magia de los templos, piedras e historia enterradas en el subsuelo de nuestro amado país: lo que cuentan es inverosímil y maravilloso. Somos un pueblo muy afortunado.
Coyolxauhqui es la diosa de la luna por comando de su madre, Coatlicue, quien pensó y con mucha razón, que no era nada grato que su hija le pusiera en contra a sus otros 400 hijos y desearan asesinarla. Por ello la castigó enviándola a cuidar la noche.
Todo inició porque Coatlicue se guardó en el seno una bola de plumas que cayó del cielo, que se halló tirada mientras barría. Se embarazó a causa de esto y estalló la riña.
Coatlicue, diosa madre, pero más importante que nada madre tierra, preñóse con la borlita y le valieron la moral y las buenas costumbres de las deidades mexicas. ¿Dónde he oído eso antes?
Coyolxauhqui, que no tenía absolutamente nada de mensa y sabía que su mamá había engendrado virgen a Quetzalcóatl y Xólotl y que qué casualidad que ahora de la nada otra vez, avisó a sus hermanos que la señora de nuevo había hecho de las suyas. Lo peor es que nadie sabía quién o quiénes le habían hecho el milagrito a la matriarca. Era necesario lavar la honra con sangre.
Los 400 hermanos, que eran absolutamente ineficaces por ser tantos y porque no estaban dispuestos a compartir a su madre con uno más, obedecieron ipsofactamente las órdenes de Coyolxauhqui quien ya contaba con su agenda secreta para darle cuello a Coatlicue.
La buena diosa estaba ajena a todas las intrigas en su contra y mucho menos se imaginaba que quien la quería mandar a dormir con los peces era su nena.
Cabe decir que Coyolxauhqui no sólo es la diosa de la luna sino también la representante de lo femenino, los defectos y la debilidad humana. Es decir que como es vieja se carga todos las pifias emocionales que malamente se le han atribuido a las damas y hasta a los señores. Ergo ella es como una villana en la historia mexica.
En pleno complot estaba Coyolxauhqui y sus 4 centenares de hermanos, cuando se entera de esto Huitzilopóchtli, el bebé que Coatlicue llevaba en sus entretelas y que fue el producto de la bolija milagrosa.
Si algo caracterizaba a Huitzilopóchtli era su precocidad y una forma desbocada de enojarse por todo. Desde la comodidad del vientre materno le habló a su máter para avisarle que en breve llegaría Coyolxauhqui y la recua de hermanos inútiles para asesinarla.
Madre tierra como siempre ni se inmutó. Si algo poseen las diosas que representan a la madre tierra en el mundo, es su grave orientación a minimizar lo que hacen sus familiares o sus críos y por eso las hijas se les van de putas y los hijos se vuelven asesinos descontrolados que no saben medir su poder, o se fornican impunemente a sus hermanas. Esto está consignado en cualquier historia de mitología en el mundo. A Gea (Grecia) le pasó igual con su hijo Cronos, a Amaterasu (Japón) con su hermano loco, a Sarasvati (India) con Brahma y Vishnú, y no acabaríamos de mencionarlos. Puras broncas de familia, pleitos de poder, lucha de egos y hasta de territorios. El vivo retrato de nuestra humanidad, pero en seres inmortales.
Cuando Coyolxauhqui se apersonó ante su madre para asesinarla, trayendo de tamemes a los 400 vatos, ardieron los templos de Tollán. Armóse. Huiztilopóchtli, de quien ya notábamos su precocidad, nace sólo para matar Coyolxauhqui y a los otros 400. Como grand finale le corta la cabeza y la manda al cielo: gracias al sacrificio de esta diosa los mexicanos tenemos luna, luz para nuestras tristes noches. Coatlicue quizás ni se inmutó y con parsimonia alisó su falda de serpientes y acarició su collar de corazones humanos obtenidos en los sacrificios, que tanto satisfacían su sed de sangre. No era la primera vez que iba a ganar una batalla sin meter sus garras afiladas.