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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

El ático del cine

El último golpe de mazo venció la pared y a través del hoyo irrumpió un halo de luz. El cuarto estuvo hermético cerca de 12 años: pocos en vida de humano, muchos en cuestión de olvido. El acceso hacia el espacio sellado se concluyó rápido y los hallazgos también. En un rato estará aquí la policía.

Una luz intensa y diagonal alumbró la entrada que develó el ala derecha de esa cueva cuando ingresamos: cientos de latas de películas ubicadas en el lado extremo derecho del cuartucho: la pornografía que ayudó a derramar interminables litros de líquido seminal por los pasillos del cine Meteoro. La inspiración del sexo casual de los ochentas antes del sida y después de él. No debe haber ningún sobreviviente de aquella época de oro de esa sala de gratas memorias: el sexo oral se ejecutaba en los pasillos sin problemas. Las últimas filas eran el echadero para coger sin orden ni concierto. Los baños eran un centro para levantar al amante: un cruce de miradas, mesar con la ansiosa mirada el pene del vecino de mingitorio, acudir a la sala en donde dan El vagón del amor, una producción sueca en donde unas guerísimas encueradas fornican con sus compañeros de viaje hippioso. En la oscuridad abandono en las manos y perversiones del otro. Sexo exprés, casual y sin condón. Eran los ochentas.

La sala, los baños ya nada existe. Queda el cascarón del cine derruido y el ático que sólo guardaba basura, ropa cubierta de polvoviejo y heces de ratas. Algunos muebles.

Hay una mesa y sillones junto al contenedor de latas de película. Era un ático para la acción: hay consoladores hechizos: un palo de escoba de más menos 30 centímetros forrado de plástico de burbujitas tronadoras; medio pino de boliche acolchonado con tela suave; más consoladores hechos en casa de todos los grosores y grosería de tamaño: un guante de plástico enorme relleno de yeso en forma de puño. Ropa de hombre tirada en el piso. Ropa de niños y niñas. Algunas manchas de sangre añeja.

Al extremo izquierdo está un clóset enorme con candado del cual salen con la afanosidad de plaga bíblica cientos de cucarachas al sonoro llamado de una piedra que aventamos como conjurando lo que encontraremos en sus dentros. Ya viene el cerrajero con las pinzas.

Elia Martínez-Rodarte | 21 de septiembre de 2008

Comentarios

  1. laloba
    2008-09-22 07:48

    Inmejorable, Elia. Gracias por rescatar del polvo ese rincón de los polvos prohibidos, con todas sus terribles posibilidades. Le mandaré la liga a Oscar.


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