Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.
Desafortunadamente estos días han sido fúnebres. La muerte ha estado rondándome en temas de conversación, en el trabajo y en muchas referencias a muy sensibles decesos que han ocurrido a mí alrededor y de personas que yo estimo.
Esta mañana en una conversación espontánea e inusual, mis compañeros y compañeras de oficina fueron enumerando sus peticiones para después de fallecidos, esgrimiendo esa actitud con la cual se habla la muerte deseando conjurarla y alejarla. Como si se pudiera hacer algo contra la azarosa llegada de Monsieur Caronte.
Yo que he vivido con la idea de la muerte como si ésta fuera una corona sobre mi cabeza, experimenté de nuevo el añejo terror que siempre me ha dado morir, por distintas razones. Por lo inconcluso, por lo inadvertido, por lo mucho que he desperdiciado el tiempo en ver la vida pasar y diluirse, porque me parece inverosímil que la diversión tenga que acabarse en algún momento. A santo de qué irse a dormir tan temprano si la fiesta está tan buena.
Pero quizás lo más difícil de comprender es el sueño de muerte, como la referencia de Poe al sueño como instantes de muerte, que “tanto odio” decía. Dormir siempre ha sido para mí un ensayo para la eternidad.
Sin embargo, mea culpa, me he dejado llevar por el terror del vacío y de la nada, sin pensar en lo bueno que sería por fin dejar descansar a quienes en vida deben de acarrearme y sostenerme.
A la muerte todos le tememos sólo porque sabemos que, sea como ésta sea, nos perderemos de algo fabuloso que por desgracia no estaba destinado a nosotros.
Escuché a mis amigos y amigas enumerar sus voluntades y últimos deseos, frases para esquelas y mandatos post mortem.
Todos desean ser incinerados, un velatorio sencillo y de pocas horas, un funeral digno y poco sufrimiento para sus seres queridos.
Unos recordaban los decesos familiares: el padre ido, la madre que lo siguió pronto, las tías muy enfermas y desahuciadas. Otros con las lágrimas queriendo aparecerse, traían a la memoria los duelos y los protocolos funerarios, la sombra de sus espíritus extraviados mientras fungían como anfitriones de las exequias de sus seres queridos. Cada uno trayendo a su muerto a la conversación como se trae una pieza de pan o un café a una tertulia.
Yo pensé en mi tío Manuel y en lo mucho que deseábamos que muriera sin dolor y de forma pacífica tras una angustiosa lucha contra la diabetes y sus muchas complicaciones.
Lo recordé tendido en su solitaria cama, con los miles de tubos prendidos a su piel, su atroz traqueotomía, sus ojos cerrados que parecía no descansaban y su pelo blanco más claro y brillante, como un signo inequívoco de que ahí la vida estaba igual de presente y de firme que cuando él arengaba y peleaba, debatía y se oponía. Cuando nos enseñó a todos por qué debíamos decir en voz alta las cosas que nos molestaban, nos incomodaban o ante las cuales sentíamos nuestros derechos vulnerados.
Murió silencioso y creo que pasó de una feliz inconsciencia a una apacible muerte que nos unió a todos para celebrar su vida llena de entrega a los demás, de trabajo y de un espíritu combativo.
Era la primera vez que mi familia atravesaba el difícil trance de perder a un miembro cercano: a alguien que nos vio crecer, a mis hermanos y a mí, y que fungió como un apoyador técnico, amoroso y ético, dándonos el ejemplo de un carácter forjado de una sola y sólida pieza.
Mucho nos ha dolido esta orfandad en la que nos dejó, pero más provecho hemos sacado de sus muchas enseñanzas y experiencia práctica. Hemos seguido machetonamente su ejemplo, tratando de guardar de él la mejor de las memorias.
Ahora que lo recuerdo y me quiebro como una tonta que ha capoteado a gritos y a sombrerazos sus propios duelos, me quedo de una pieza viendo lo enteros que han quedado quienes hablan de la pérdida de ambos padres, de sus hijos (dolor de dolores…), de su mejor amigo o amiga, de sus hermanos y seres muy queridos.
Se extravían en la narración de sus propios duelos y caminan lejos hasta donde el recuerdo los deja llegar o al punto en donde ellos mismos se han permitido sentir por esta ocasión que creen preciso compartir. Son, nunca mejor dicho, sobrevivientes, como todos lo hemos sido en mayor o menor medida.
En ese momento sé que el poder de la vida y de la muerte, nos arrasan y atropellan en la dinámica cotidiana, con la misma fuerza con que la rutina anula nuestras motivaciones más elementales.
Y hasta ahora lo supe y quiero que sea así: las cenizas de mi cuerpo bajo una planta. La planta de cara al sol del desierto coahuilense. La gente que me despida sin rencor y que entierren conmigo un poco de su afecto, para que el resto lo ocupen de vez en cuando para dedicarme una memoria generosa.
En este caso, como en todo lo irremediable, lo demás será lo de menos.
2008-04-06 23:52
Texto precioso. Sereno en el contenido. Creo que entronca con la verdad. Muy bien escrito. Preciosa la parte final.
Enhorabuena.
2008-04-07 21:16
Morir es facil.
Lo que es atemorizante es sufrir para morir; es decir, estar padeciendo algo doloroso, penoso, durante tu vida, que te lleva a la muerte.
Pero la muerte, en si, es un paso breve e inevitable a una nueva aventura; llamese como se le llame en las distintas filosofias y religiones.
Y una nueva aventura es siempre bienvenida.
2008-04-07 21:39
Creo que es tiempo de plantar. Hoy es luna nueva.
Un abrazo vigoroso a todos y gracias por pasar.
E.
2008-04-20 02:01
Querida, espero ser uno de los cactus de junto.
El de las flores moradas y amarillas, con un collar de espinas de este tamaño. Ya sabes, antes muerta que sencilla.
Hermoso tu texto, como siempre.