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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

La importancia de ser buena persona

He visto la película de Los Simpson en su versión en español porque la fui a ver con Zoe mi hija de cinco años de edad.
(Me gusta cuando salimos porque siempre hay una cuestión de debate con ella: que si la película es muy temprano, tarde, lo que vamos a comer en el cine, las películas que le digo ella no puede ver todavía con sus respectivas tres horas de elaboración minuciosa de argumentos convincentes. Como sé que soy una pésima madre en el sentido tradicional de la palabra, pero una mamá bien chida en la realidad de las pequeñas cosas, creo que he sabido solidarizarme en su diversión y opciones de salidas, que afortunadamente aún son baratas y fáciles de complacer como una pizza el sábado por la noche, unos cuantos libros en la Gandhi, muchas odiosas e indigestas cajitas felices que tanto me pudren las gónadas, chucherías y más chucherías que sirvan a mi hija libra para que llene su vida de tiliches, pachonero y triques inverosímiles como si fueran ancianos personajes de cualquier novela de José Donoso. ¿Por qué coños son tal pachoneros los libra?).

La escena preferida de mi hija fue cuando Homero juega con su marranito mascota a “el puerco araña”. Mientras canta “puerco araña, puerco araña…”, Homero pasea al coshi, haciéndolo caminar sobre el techo. A Zoe le dio mucha risa eso.

Mi escena también es con el porco. De pronto Homero ve en la tele como un burro besa al mexa vestido de abejita, mientras ve la teve acompañado de su chancho, al cual mira y le dice: ¿crees que debemos besarnos para romper la tensión? Ahí se da el primer plot point de la película.

Pero creo que sólo escribo sobre la cinta con todo y debrayes familiares que a nadie le deben de importar, porque una figura de Los Simpson es quien me ocupa hoy y es alguien a quien no he mirado por estar baboseando la figura de Homero mientras él babosea sobre todo lo demás. Quiero hablar sobre Ned Flanders.
Lo he visto durante años poner la otra mejilla. Creo que lo que más envidio en Flanders es su verdadera vocación de fe y su inamovible esperanza en Dios. Repruebo sus medios de llegar a la divinidad, que son la conexión con el Creador vía el pastor de Springfield, quien hasta eso, aún es un hombre intachable que no ha violado niños o se ha enriquecido a costa de su feligresía. Pero es un pastor protestante y yo tengo muchas reservas hacia cualquier ministerio religioso o secta o cultos de cualquier índole que no pertenezca al eje del mal ya establecido en el Antiguo Testamento.

Me gusta que Flanders tenga esa inverosímil persistencia de las personas buenas, que por desgracia, existen muy pocas en estado puro.

Ahora en mi vida existen personas que han ingresado a mí con ese mismo tesón con el que Flanders ha cultivado la buena voluntad y es imposible no amar con furia a una persona buena. A mí me desarman, me vuelven a armar y me reencuentro nueva y fresca por tanto y tanto amor del cual no merezco ni el aire que se ocupa para pronunciarlo. La bondad me arrasa y me descalabra, porque no la entiendo a veces del todo, y no porque yo sea una persona mala, sino porque muchas veces soy imbécil o torpe, como el cachorro gigante de un mostro mitológico que a veces pisa y embarra sus propias execrencias. Sin querer.

Ser bueno en este mundo es inútil, pero para quienes insisten en esa vocación, sólo hay dos extremos: la santidad o la estupidez, lo cual es injusto porque la verdadera y genuina bondad nos redime.

Es más, la buenez y generosidad de Flanders, así como el de sus pares humanos, con todo y Dios y sus artefactos, nos ayuda a todos como especie a ser dos milímetros mejores cada vez. Sin embargo es la vocación humana más pisoteada, abusada, inutilizada y vilipendiada.

Pienso que Matt Groening como creador de personajes le dio a Flanders la luz humana para brillar, pero a la vez, la fatigosa carga de enfrentar con estoicismo la estupidez humana y la maldad. Matt Groening al final de cuentas actuó como Dios, tal como el Dios con el que siempre le habla a Neddie en la serie y que lo señala como un elegido natural del dedo poderoso.

Y así es Ned Flanders: el buen vecino, el vato culto e inteligente, compartido y generoso, emprendedor y labrado en el trabajo cotidiano y además que está trabado en músculos: la víctima y golosina perfecta para las celebridades, actricitas hollywoodenses, cocottes, coristas y escorts de Las Vegas y demás putas extraviadas que necesitan la mano redentora de un hombre que pueda sobrevivirlas y enterrarlas con la dignidad que todas merecen (mos).

La especie humana se sostiene de una mínima esquina por la bondad que todavía existe, por cada persona que mira hacia el otro con empatía genuina, por la moneda que damos pensando en que se convertirá en pan (y no en más pisto, ash), por el abrazo guardado en el clóset de nuestra propia indiferencia que está esperando a vestir el cuerpo de quienes amamos o hasta de quienes necesitan ese abrigo.

Cuando recibimos la cachetada de un acto bueno (nadie espera ya nada de nadie nunca) es exactamente como la escena en que Flanders trata de hablar con un Bart Simpson como padre e hijo: le deja en la ventana para cuando él quiera tomarla, una taza con chocolate, que a saber contiene una barra de chocolate entera, con crema batida y chocolate rallado encima y en la cumbre un bombón levemente flambé.

Al alejarse Flanders, Bart la toma, se la lleva y le da un sorbo. Cuando el generoso chocolate ha hecho su obra se escucha a Bart decir: wow.

Elia Martínez-Rodarte | 07 de septiembre de 2007

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