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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Noa Noa

La vitrina cercana a la barra contiene un traje parecido al que usan los niños cuando hacen la primera comunión: es un conjunto blanco, de saco y pantalón, rematado con una media capa.

Esta remite de inmediato a la imagen de Juan Gabriel haciendo giros en el escenario mientras su boca que parece hecha de olanes se mueve. El divo de Juárez, de la Ciudad Juárez que ahora pertenece a las mujeres muertas, está ahí presente en espíritu: el Noa Noa es como el Hard Rock Café en donde se le rinde culto al compositor más arraigado en los mexicanos que sabemos desde hace miles de años que ese antro es un lugar de ambiente, donde todo es diferente.

Y aunque las netas de las canciones de Juanga ya nadie las discute porque están asimiladas a nuestra genética, el Noa Noa, es como una pecera en donde se pueden ver vivas a quienes van a engrosar la lista de las muertas de Juárez: es un antro como cualquier salón de ficha a donde mujeres solas van a ligar quizás a quien más tarde las mate y las viole, si bien les va. El Noa Noa es el templo de la sonriente memorabilia, corazón que corona una arteria de bullente violencia en una ciudad en donde la muerte es moneda de cambio.

Pero la imagen candorosa de Juanga a la entrada del Noa Noa, justo en donde se paga el cover, hace olvidar que a una cuadra de ahí se consigue un churro con la puta que estaba junto al que vende cigarros y que los narcos de todos los calibres andan por la calle viviendo el albur que es su existencia.

El cuadro enorme enmarca a un Juanga jovencísimo. Su mirada de “nunca me han cogido lo juro” es lo que recibe a quienes van a pasar la noche de 30 pesos la entrada al lugar. Nunca la inocencia ha sido más genuina ni los ojos más puros ni los la boca más virgen. Juan Gabriel parece una niña vestida de blanco, a punto de correr a los brazos de su mamá. Juan Gabriel en la foto es virgen. Es la imagen más contradictoria que se puede ver en ese corredor de antros en donde la belleza cuesta menos de 500 pesos la noche. Los ojos de Juanga son los de Lolita de Nabokov segundos antes de que su padrastro la penetre.

En el Hard Rock Antro de Juanga las imágenes de los tiempos idos del cantante se multiplican y quedan suspendidas en la memoria: el divo cantando, el divo con el dueño del Noa Noa, el divo con otros artistas, el divo como sea que haya sido pero siempre el divo. En las fotografías enmarcadas Juanga es el que recordamos desde el ático de nuestros recuerdos: es el mismo que hacía gritar a las mujeres que atiborraban cada semana el auditorio en donde se transmitía Siempre en Domingo. Juanga hace unos 30 kilos aproximadamente. Juanga en primer plano en la tele de la cocina en donde nos tragábamos sus canciones con el pan recién comprado y la leche de la merienda. Juanga de labios impuros cantando. Juanga achicharrándose a los 17 años en un infierno en donde las putas hace mucho tiempo están cansadas de tanto follar y vender cigarros con truco.
Juanga, el divo del matadero del noreste mexicano.

Post Scriptum: Lástima que el Noa Noa se consumió en un incendio y ya no más.

Elia Martínez-Rodarte | 06 de julio de 2007

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