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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Tal cual es

El único enamoramiento profundo y que no es ilusorio es el que sentimos por nuestros hijos.
Yo tengo una hija.
Y hoy me tomaré la licencia de hablar de ella, cosa que hago poco o más bien, que he tratado de mesurar debido a que Zoe habita en el lado más blando y suave que hay en mi.

Hace un rato, antes de disponerme a enviar esta —mil disculpas— tardía entrega, ella estaba pidiéndome que le regalara un pequeño brazalete con un pendiente con forma de la Hello Kitty. Yo adoro ese objeto que me regaló mi mejor amiga. Sin embargo yo sé que cedería esa pertenencia a mi criatura sin siquiera pensarlo. Desde que la concebí he hecho muchas cosas sin pensar: decidí tenerla sin sopesarlo nada cuando me enteré que estaba embarazada; asumí su género con gratitud y felicidad, al contrario de su padre; su nombre surgió así con decirlo en voz alta, y he fomentado naturalmente que mis padres y mi tía participaran en la crianza de la niña.

La estoy observando detenidamente y pienso idiotamente: me quedó pocas madres, y lo mejor es que es una niña de cinco años eminentemente feliz. Siempre está de buen humor, es bastante simpática, jugamos a una idiota cosa que es ponerse seria una y la otra hace caritas o movimientos por hacerla reír, y básicamente nuestra relación es pacífica y amorosa.

Ella aprendió a hablar desde muy bebé. Para cada proceso de su vida tomó su tiempo a sus anchas y con una extraña seguridad: parecía como si cada paso que daba era sopesado a su manera. Era una bebé y yo alucinaba esas cosas. Me ponía a observarla cuando me detenía en los semáforos en rojo, ella sentada en su silla para el coche en el asiento trasero casi justo detrás de mi y siempre encontraba su mirada y hablaba, siempre habló: nació haciendo ruidos, ahora me viene eso a la mente como un fúlmine.

Ahora está a mi lado. Olvidado el brazalete, uno de esos trucos extraños que juega la volátil memoria de los niños, se sienta a ver la película de Roger Rabbit y a comer palomitas. La observo. Me tranquiliza mucho también el hecho de que siempre me ha caído bien, pero a la vez temo demasiado en el momento en que nos tengamos que confrontar, en los disensos difíciles de zanjar, en las conversaciones escabrosas que más menos ya vamos teniendo: que si Dios existe, que cuándo tendrá un hermanito, que si me deja o no tener novio, que por qué la gente se da besos en la boca, que por qué cualquier cosa en todo momento, ¿qué es esto mamá?: señalándome unos preservativos en una farmacia…Pensé que no le he explicado aún todo el trámite del amor horizontal: entonces cómo le diré qué coños es un preservativo. Opté por decirle la parte de verdad más elemental acerca del condón: es un impermeable, nené.

Me sentí muy estúpida después al darme cuenta de que cerca de los preservativos estaba la ilustración de una pareja en actitud cachonda y besucona: hete ahí. Los besos, la obsesión de todos las niñas pequeñas que han visto demasiadas veces Cenicienta, Blanca Nieves, La Bella Durmiente…exactamente la misma dieta de romance y morbo que yo tuve en mi niñez.

No entiendo cómo llegué hasta aquí siendo la madre de una persona: pero sólo sé que cada instante a su lado ha sido más de aprendizaje que de enseñanza, de observación profunda del laboratorio humano, de mucha intensa ternura, de descubrirme en ella y asustarme mucho ante el espejeo, de reinvenciones de palabras sensacionales que su propia fonética asumió como verdaderas (mi preferida: Ferocita Roja, en lugar de Caperucita Roja). Vivir con ella ha sido una estupenda jornada en la que me siento como si fuera una mejor persona.

Espero sobrevivir a su adolescencia.

Elia Martínez-Rodarte | 22 de abril de 2007

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