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Porque me quité del vicio por Elia Martínez-Rodarte

Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.

Sólo Ella

Ella Fitzgerald no es la música que una escucha de una sola forma, con una sola lectura. Ella es como un poema de Borges: siempre es distinta y nueva, apegada a la emoción que vamos sintiendo y que requerimos en el momento en que acudimos a ella por consuelo, por un pensamiento profundo, por alegría, o por empatía a nuestros momentos de tristeza. Es una pomada para las rozaduras del alma, frase cursi y melosa, ad hoc a la Fitzgerald.

Ella trae a las canciones demasiada vida. Posee en en la voz toda esa energía de una persona que ha visto tantas cosas una tras otra, en cada momento importante de su existencia y que se ha dedicado a transformar en belleza y arte toda esa carga del dolor.

Me es difícil entender la trascendencia vía el dolor y el sufrimiento propio, pero el arte y la obra que emana de un personaje atormentado por un mal sino es de una preciosura plena de oscuridad.

Y ni siquiera creo que ella haya sido de las aferradas a tener una buena estrella. Ella sólo sabía que le había caído encima una calamitosa cantidad de desgracias. Ella interpretaba en sí misma toda la odisea de tristezas interminables que dejaba entrever en su voz en cada una de sus melodías.

En cada disco de Ella sale la niña huérfana, la que huye del reformatorio, la que se engancha en la música tras ganar un concurso de talento cantando en donde se supone que bailaría, la que canta sola y con orquesta, la primera afroamericana que ha hecho todo por primera vez por su talento, y sobre todo la del encuentro con Marylin Monroe, casi su alma gemela. Negativo y positivo del mismo filme de drama.

Ese encuentro se convirtió en la vida de Ella en el parteaguas de su carrera musical. Marylin hizo que el bar Mocambo, que no contrataba a personas de color, contratara a Ella a cambio de que ella asistiría todos los días a sus presentaciones, ergo, atraería a los montones de fotógrafos que vivían flashando a la belleza americana más idolatrada de todos los tiempos.

A partir de ese momento Ella se consolidó como la primera dama de la música en Estados Unidos como la enorme artista que era. Tras bambalinas Ella se atormentaba por el drama de ser la mujer que era, gracias a su reiterada afición por liarse con todas las honduras que requiere una diva de su talla, con músicos y malandrines. Le gustaban los malos y las balas perdidas. Pero sólo fueron muescas en la cacha de su pistola: ninguno pudo con ella.
He ahí Ella, con las huellas de todos los que estuvieron, en cada canción, así como cuando reconocemos en la voz de nuestros autores preferidos las llagas de sus momentos emocionales más profundos o desquiciados. Por eso la música de la Fitzgerald, es toda ella.
Ella es su música toda ella.

Elia Martínez-Rodarte | 06 de abril de 2007

Comentarios

  1. gino
    2007-04-08 03:13

    HOLA


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