Vicio es todo en exceso y desmesura hasta que lo abandonamos por un nuevo vicio, o nos convertimos en coleccionistas de ellos. Nunca es tarde para desechar uno y encontrar otro nuevo. De los vicios y pasiones que exponen nuestra humanidad hablaremos aquí, en este espacio comandado por Elia Martínez-Rodarte, mexicana, viciosa y escritora, autora de ivaginaria, el día 6 de cada mes.
Corrían los noventas y yo, encima de ellos. No recuerdo haber vivido más rápido, más inconsciente, ni haber economizado jamás igual en ninguna etapa de mi vida. Iba a todos lados con prisa y nunca estaba en paz en ningún sitio. Cubría en ocasiones el turno de madrugada en el noticiero de radio en el que trabajaba, estaba cursando mi carrera y vivía días de 20 horas en activo. Sólo sé que ni siquiera habría pensado en la palabra sosiego como una forma de nada porque quizás visualizaba lo reposado y contemplativo como una opción para mi remota vejez. Aunque tampoco creo que lo haya pensado.
Como la prisa todo lo consumía, desayunaba de pie café y pan integral en las mañanas y mis alimentos del resto del día se componían de cosas que podía engullir mientras caminaba, iba en un transporte público, en clases, en el trabajo, y sobre todo y como siempre, mientras leía. Tengo recuerdos de cubos de mozarella con Julio Cortázar, fritos Encanto leyendo a Clarice Lispector, cheetos en compañía de Fleur Jaeggy, chocolate con Kahlúa al lado de Kenzaburo Oé, helado de rockyroad con amaretto junto a Elena Garro, algunas piezas delicatessen provistas por mi Pablo de aquel entonces mientras él me compartía a Yukio Mishima, papas de La Carreta leyendo Cosmopolitan, chilaquiles de Centrales acompañada de todos y cada uno de los libros que saqué de la biblioteca del Tec y una obscena cantidad de donas que hicieron menos odiosas mis clases administrativas y de matemáticas. Pero de pie, junto a la mesa de mi cocina cuando leía La Jornada Semanal de un domingo anterior, me comía todos los días al mediodía una sopa Instant Ramen.
Creo que es la cosa que más he comido en mi vida. Todas esas cantidades obscenas de sodio y de nutrientes deshidratados se transformaban en el agua ardiente que les agregaba y día tras día se repetía la misma escena, creyendo que una sopa iba a proveerme gasolina suficiente para que funcionara mi cerebro y mi cuerpo para todo lo que yo lo necesitaba.
Servía agua hirviendo a la taza plástica y dejaba que todo se incorporara. Cuando estaba más o menos reblandecido sacaba la pasta con mucho cuidado, comiéndome metros y metros de ella tal y como millones de prójimos hacían lo mismo en su hora de comida.
Hace unas semanas murió el japonés Momofuki Ando de 96 años, inventor de esa sopa de tallarines instantáneas. He probado noodles de todas denominaciones y he rendido culto a ellos en muchos restaurantes orientales en donde tienen a bien darnos una generosa dotación de tallarines con pollo o mariscos y pescado. Jamás comparables en su maestría a la compacta sencillez de la Instant Ramen. Ramen significa tallarines en japonés.
Pero con todo y la sencillez de la sopa instantánea, su ordinariez y su poco honroso último lugar en el exotismo de las comidas rápidas, la Instant Ramen puede ser un invento que colocó al Sr. Ando en uno de los pedestales en donde la vida moderna debe adorar a sus precursores y dínamos de su funcionamiento.
Ando logró aliviar el hambre bajo esquemas en donde el hombre trabajador debía distraerse poco en nimiedades como la alimentación, en un Japón cuya prioridad era reconstruirse a como diera lugar para no seguir habitando entre los fantasmas que quedaron después de la segunda guerra mundial.
El Sr. Ando cumplió su cometido a cabalidad dejándonos un legado de ingenio y de pragmatismo sólo igualado por los post it, los bolígrafos o cualquier otros adminículo que haya sido inventado para facilitar el tránsito de una jornada laboral.
Afortunadamente ya me bajé de ese tren bala. No como Instant Ramen desde el siglo pasado y dudo mucho tener ganas de probar una de nuevo. Dejé atrás las Ramen para hacer yo mis propias sopas y alimentos para la comida. Descanse en paz el Sr. Ando.