Tendemos al derrotismo y a pensar que caminamos inevitablemente hacia la decadencia. Frente a esto, en todos los campos del saber y del hacer hay personas cuya tarea está cimentando el legado que dejará nuestra época a la siguiente. ¿Qué tal si conocemos a algunos de los pensadores de nuestro tiempo más importantes? No son cuatro, pero pensar, sí que piensan. Y lo que tienen que contarnos merece la pena. Miguel Santa Olalla es profesor de secundaria y editor de boulesis.
Bunge es un pensador atípico. Y podríamos tirar de tópicos para ir haciéndonos una idea: pensador argentino que reniega del psicoanálisis, y de cualquier pretensión por parte del mismo de ser considerado una ciencia. Uno de los temas a los que Bunge ha prestado más atención es el llamado problema de demarcación: establecer un conjunto de condiciones que nos ayuden a separar lo que es ciencia de lo que no lo es. Rompiendo así otro de los tópicos habituales, según el cual la filosofía es un asunto “de letras”. Ahí está Bunge para demostrarnos que no: la filosofía de la ciencia ha sido para él una tarea vital, e incluso ha impartido clases de física durante varios años.
¿Qué es entonces la ciencia? No vamos a pretender aquí ser exhaustivos ni rigurosos, pero sí merece la pena señalar algunas características de las que apunta Bunge: para ser calificado como científico, un conocimiento cualquiera tiene que ser objetivo, metódico, fecundo, verificable y compartible. Lo que es tanto como decir, que se refiere a la realidad, a hechos, que está ordenado y sigue ciertas reglas, que es capaz de generar más conocimientos y técnicas, que se puede confirmar experimentalmetne y compartir. Una tesis que no resulta difícil de entender a primera vista, pero que genera problemas teóricos en cada uno de los apartados que implica, de manera que al final, quizás de un modo involuntario, encontramos en Bunge una de las teorías filosóficas más completas de nuestro tiempo. No es fácil concretar qué quieren decir los rasgos que citábamos antes sin pasar por una concepción de la realidad, del conocimiento del lenguaje… y por supuesto, con consecuencias para la ética y la política. Por esto toda la filosofía de Bunge está impregnada de esta orientación cientificista.
Junto a los rasgos que hemos señalado, hay otro que para Bunge es inherente a la ciencia: se trata de un conocimiento falible. Es decir, la postura cientificista de Bunge es suficientemente compleja como para rechazar las pseudociencias y, a la vez, reconocer que la ciencia es, por supuesto, una actividad social e histórica, y no podemos ser tan ingenuos como para pensar que la ciencia nos proporciona una verdad aboluta e incuestionable. Que la ciencia sea compartible quiere decir que se hace en comunidades, que es posible discutirla y criticarla, lo cual lejos de ser un síntoma de debilidad, es una de sus mayores fortalezas. En muchas de las pseudociencias existen autoridades o referencias incuestionables, que son inconcebibles en la ciencia y si en algún caso particular llegan a formarse terminan por derribarse con el paso del tiempo. En resumidas cuentas: la ciencia es el mejor conocimiento de que disponemos, pero va acompañada siempre de un componente de falibilidad, algo que deberíamos tener en cuenta todos, desde los escépticos, los relativistas posmodernos hasta los dogmáticos que apelan a “expertos” o a leyes científicas para justificar sus visiones del mundo.
La labor de Bunge es especialmente importante en nuestros días por un doble motivo: para empezar porque supera esa oposición atávica entre las humanidades y las ciencias, y muestra la necesidad de una reflexión en torno al hacer y saber científico. Pero además, respresenta un contrapunto necesario, en un panorama filosófico dominado principalmente por autores que muestran un claro escepticismo, cuando un claro desprecio, hacia la posibilidad del conocimiento humano y hacia la razón como mayor impulsora del mismo. Sin ser su directo oponente, y sin entablar un diálogo cara a cara con todas las teorías postmodernas, Bunge está dando ya una respuesta en el planteamiento mismo de su filosofía: no somos posmodernos, ni podemos serlo, porque la ciencia es uno de los mayores logros de la humanidad a lo largo de toda su historia. Todo lo falible, criticable y mejorable que queramos, de acuerdo. Pero a fin de cuentas, quién no da más credibilidad a la ciencia que a cualquier otra forma de conocimiento. La posmodernidad, desde esta perspectiva, no puede ser más que una pose: la razón humana logra progresos que ninfuna teoría, sea filosófica o científica, puede echar por tierra. Y ahí está Bunge para recordárnoslo.