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Otra marea negra

Marcos Taracido

Lagoa de Louro, Muros, Costa da Morte. Una inmensa playa de arena limpia cuya espalda es una hermosa joroba de dunas; detrás, una laguna salobre, refugio de patos, cercetas y garzas. Espacio natural protegido, rodeado de montes arbolados, y el mar abierto en el frente. El año pasado ardió todo el pinar y parte del monte que cubría la laguna por su parte norte. Es año, a principios de julio, intentaron quemar el resto, pero se apagó a tiempo. El calor persistente y el viento del noreste invitaron a intentarlo de nuevo, y a estas horas poco debe de quedar de color verde: apenas las siluetas desconchadas de los pocos árboles que quedan en pie, y un manto negro extensión del petroleo que pintó las rocas de esta zona hace cuatro años. El viaje por esta carretera de la costa hacia el norte ofrece unas condiciones invariables: sol tapado por el humo que brota de innumerables puntos de los montes de Muros, Carnota, Cee. Dónde no se consigue quemar un año, se insiste el siguiente. Obviamente, no es cuestión de quemas descontroladas de rastrojos, o de domoingueros descuidados: es una acción criminal estudiada e interesada, como la inmensa mayoría de los otros fuegos que queman Galicia. Detrás, recalificaciones del suelo (Ver Las lagunas de la legislación permiten recalificar el uso de suelo quemado), subastas de madera o intereses cinegéticos.

Lo que viene alegando el actual Gobierno gallego de que se trata de “hacer el mayor daño posible” sin más, es, como siempre, delegar responsabilidades; durante los muchos años de Gobierno del Partido Popular sus dirigentes se dedicaban a achacar las oleadas incendiarias a los militantes del Bloque sin, por supuesto, aportar ni una sola prueba; hacer lo mismo ahora, sólo iguala los métodos de gobierno y alienta la política del insulto, la difamación y las palabras vacías. Mientras no tengan pruebas de una conspiración judeo-masónica (cristiano-falangista o algo así sería en este caso) que se callen, que asuman responsabilidades y que trabajen. Por ejemplo, que obliguen (que hubiesen obligado) a mantener las fincas limpias. Pasearse por los ayuntamientos gallegos ofrece un panorama desolador al respecto, con las carreteras tomadas por la maleza y los parques habitados por hierbas y hojas secas. El tojo, el gran vegatal gallego que a menudo se pone como ejemplo de posible combustible energético, se convierte en la práctica en un conductor exceptional para que el fuego salte de un monte a otro sin freno posible. Ayer, al tiempo que leíamos en el periódico que el alcalde de Boqueixón (ayuntamiento limítrofe con Santiago de Compostela) dictaba una orden para que los vecinos limpiasen obligatoriamente las fincas para evitar los incendios que todavía habían respetado la comarca, podíamos ver una gigantesca humareda que salía de ese consistorio para oscurecer el resto del día a toda la mancomunidad compostelana. Un poco tarde.

Además, la marea de incendios alimenta a los incendiarios que acuden como buitres a la presa moribunda: la sequía persistente, el viento y los medios desbordados animan a todo el que dudaba o esperaba una situación propicia a utilizar el mechero, como saqueadores en época de estampida; en las últimas horas, la intencionalidad organizada queda patente en los incendios provocados alrededor de los aeropuertos de Compostela y Vigo, adonde se tendrán que derivar aviones y cuadrillas de otros fuegos por la peligrosidad que entrañan.

¿Y el ejército? Mientras centenares de civiles se queman las cejas ayudando en las labores de extinción, las tropas movilizadas se limitan a las labores de evacuación y de presencia disuasiva, pues al parecer no hicieron ningún cursillo de intervención en incendios.

Las medidas de contención, los medios para atajar los incendios, el endurecimiento del código penal… son medidas represivas que siempre llegan tarde y apenas palian la tragedia de miles y miles de hectáreas ennegrecidas, especies vegetales y animales desaparecidas, muertos humanos y millones de euros dilapidados. Las soluciones son, como siempre, preventivas y a largo plazo y vendrán de la mano de un rural sostenible y un monte limpio, previa y paralela concienciación de la ciudadanía:

«Frente a esta estrategia de contención creo que sólo hay otro camino lento, prolongado y costoso para recorrer: implicar a la población rural en la retirada de ese material combustible. En todos los montes, arbolados o no. Y pagarlo entre todos tal como ya hacemos para que nos lleven a Sogama nuestra basura y así evitarnos un problema ambiental no menos gigantesco. Se obtendrían con esa biomasa fertilizantes, electricidad…» [Albino Prada, Masa explosiva]

Pero esa estrategia se enfrenta a un población difícil, muy difícil. El ejemplo del Prestige es ilustrativo: un enemigo claro, la ineptitud de un Gobierno frente a una catástrofe natural no provocada, aunó a una gran parte de los gallegos en un movimiento civil inusitado. Pero ese gentío era principalmente urbano, no rural. Ante los incendios, ese potencial urbano carece de enemigo visible y su mayoría “progresista” le impide mirar hacia el actual bipartito social-nacionalista. Y la población rural está demasiado acostumbrada al silencio, a las jerarquías caciquiles, a la vida del terruño que lleva a defender lo de uno por encima de todo, sin conciencia del interés común o visión panorámica del mundo que le rodea. Durante años, los pirómanos e incendiarios tuvieron siempre nombre y apellidos en todas las aldeas y no hubo denuncias. Pedir ahora que las haya es desconocer al destinatario de la petición y a la sociedad a la que se dirige.

Desde mi ventana ahora veo el sol. Ha calmado el viento, y eso aplaca un poco la ira de las llamas y evita que el humo se extienda como una marea. Pero el bramido de aviones y helicópteros no cesa y a poco que me asomo puedo ver las laderas devastadas y nuevos brotes de esa lava gris y etérea. Como el Ave Fénix lo quemado resurgirá de sus cenizas, pero la pregunta es en qué porcentaje el nuevo brote será de cemento. Si el fuego purifica, Galicia es tierra santa.

Marcos Taracido | 10 de agosto de 2006

Comentarios

  1. Carlos
    2006-08-10 11:36

    Hace unos días me comentaba mi padre , crecido en el campo que antaño rodeaba Girona (hoy enladrillado hasta el cielo), que en cuanto dejó de ver carboneros, los bosques comenzaron a arder cada verano. En ocasiones los avances técnicos (las calderas de gas, el suministro de butano…) tienen consecuencias que no suelen valorarse.
    Aparte: excelente artículo, Marcos.

  2. Jesús
    2006-08-11 00:35

    Excelente. Lo he leído con gran interés. Me ha gustado. te felicito. Conoces perfectamente el “paño”. Los demás, aunque lo estamos viviendo y viendo “in situ”, en este momento, no siempre disponemos de todos los datos.

    Jesús Salamanca

  3. Otis B. Driftwood
    2006-08-11 13:17

    Hay una cosa que no me acaba de cuadrar, y que ya he oído de todos los gallegos que conozco y con los que he hablado del tema. Me refiero a lo que mencionas en este párrafo:

    Durante años, los pirómanos e incendiarios tuvieron siempre nombre y apellidos en todas las aldeas y no hubo denuncias. Pedir ahora que las haya es desconocer al destinatario de la petición y a la sociedad a la que se dirige.

    El caso es que esta semana no hago más que oír las quejas de los afectados por los incendios pidiendo más medios, más personas, responsabilidades a los políticos, etcétera, pero me pregunto: ¿Son estos mismos afectados los que conocen perfectamente, “con nombres y apellidos” a los causantes de muchos de estos incendios, a los pirómanos “anónimos”? Si es así, ¿no es un contrasentido denunciar públicamente la falta de medios para extinguir los incendios en lugar de acudir a la Guardia Civil y, directamente, señalar al que saben que es culpable?

    Saludos,
    Manolo

  4. Marcos
    2006-08-11 15:16

    Son y no son los mismos. De todas formas, es muy gallego (quizás muy humano) ese estilo. Cuando fue lo del Prestige, muchos de los marineros que se indignaban y reclamaban y reclamaban y lloraban eran (son) los que vaciaban sus sentinas frente a las costas. Además, una cosa es saber quién plantó el fuego, y otra exigir que sea apagado. El años pasado ardió un montó a 200 metros de mi casa. Allí nos reunimos varios vecinos viendo actuar a los retenes de incendios; no había preguntas, ni tirones de pelo, ni quejas, ni exclamaciones, sino más bien algo parecido a los ancianos viendo las obras. Pequeños incendios, pequeños vertidos de petroleo. La indignación, las peticiones, llegan cuando el desastre es a gran escala.

    Saludos.

  5. Balabasquer
    2006-08-14 14:53

    Muy bueno, excelente el artículo Marcos.
    Sensibilidades políticas y oscuros o claros intereses al margen, lo de Galicia este año es para reflexionar.
    No acabo de digerirlo ni de entenderlo.
    Solo siento desánimo, como una gran losa de plomo sobre mis espaldas.
    Tal vez lágrimas, desesperanza y falta de credibilidad en casi todo, ya.


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