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Entre la duda y la sospecha

Jesús Salamanca Alonso

No entendemos el regalo a Batasuna y al entorno etarra. Nos llama la atención una coincidencia de fechas: reunión con el entorno de ETA y regreso a la judicatura del mal llamado “juez estrella”. Sin embargo, vuelven a desconcertarnos las dos recientes detenciones. ¿Será el tira y afloja al que se refería el presidente Rodríguez Zapatero?.

A nadie se le oculta que ese regreso ha generado cierta preocupación. Sería un despropósito buscar el aplauso cuando de terrorismo se trata. En las democracias serias, la Justicia no pierde el tiempo —y mucho menos la razón— atendiendo al clima social y a la situación política. La Justicia es garante del Estado de Derecho y lo demás son gaitas marineras, ganas de incordiar y afán de alcanzar extraños y personales objetivos.

Cuando se habla de la seriedad de la Justicia, el ciudadano suele recordar actuaciones y estilos de trabajo como los que hemos presenciado con Grande-Marlaska. Otras formas de trabajo suelen quedar en la anécdota y posiblemente para el chiste vespertino de taberna. De la misma forma que los jueces interpretan la ley, los ciudadanos lo hacen con los actos y resoluciones. El derecho a hacer, decir y decidir lo es para todos y no sólo para quienes pisan acolchada alfombra, sin riesgos ni sobresaltos.

Mientras que el Gobierno encuentra aliados y cooperadores donde el sentido común encuentra sospechas, con la seriedad de actuaciones como la de Grande-MarlasKa el ciudadano se siente protegido y seguro. Hay “regresos a escena” que generan duda: es algo así como que la Justicia se quita la venda y mira de reojo a la política. También esa sospecha se alimenta del flaco favor que han hecho a la sociedad los dos supuestos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Ver para creer y oír para dudar.

El sentimiento de inseguridad, duda y sospecha está en el ambiente. Ni siquiera el dubitativo “juez estrella” debe estar seguro de su resolución, por cuanto quiere saber de qué se trata en las reuniones “colaboracionistas”. Es como amenazar con tirar la piedra, pero sin soltarla de la mano. Algo así como “que me miren, pero que no me vean”.

Para los gustos se hicieron los colores. En la calle se palpa una opinión generalizada que no ofrece dudas: Grande-Marlaska, refrendado por una impecable actuación judicial, ha dejado “tan buen sabor de boca” que el ciudadano está convencido de que la aplicación de la ley sí es posible en toda su magnitud. A pesar de la banda terrorista, de su entorno y de los chivatos que colaboran con ellos para facilitarles el camino, Montesquieu no corre peligro y eso es un alivio.

Jesús Salamanca Alonso | 17 de julio de 2006

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