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Jesús Salamanca Alonso
Frente a la economía y los grandes núcleos de poder, la educación no ha sido un tema de moda. En muchos tratados europeos el concepto de educación se omitió prácticamente hasta Maastrich. Otra prueba de que la educación no es tema de actualidad, es que se suele utilizar simplemente como dardo arrojadizo entre partidos políticos, pero no para realizar mejoras, sino para achacar la falta de realizaciones. En España, a la hora de hablar de dinero, la educación queda en muy mal lugar.
El esfuerzo en educación no es nada generoso. España es uno de los países donde menos porcentaje de su producto interior bruto se invierte en desarrollo y en investigación. Nuestro país aún está bastante lejos de alcanzar las cantidades que invierten como media los países de la Unión Europea. A nuestros gobernantes se les “llena la boca” cuando hablan de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación; pero, si hacemos caso a los informes de la OCDE, resulta que España es el país que menor proporción de producto interior bruto invierte en equipamiento tecnológico en el sector productivo. El porcentaje de inversión, según comprobamos, apenas sobrepasa el diez por ciento, muy lejos de países como Suiza, Finlandia o Estados Unidos, donde los porcentajes oscilan entre el veintiocho y el treinta y cinco por ciento. Esos datos ponen de manifiesto, junto con otros a los que se refiere el informe Factbook 2005, que España sigue a la cola en inversión en I+D.
Las diferencias con Europa no se refieren solo al dinero, sino que muchos de nuestros conceptos educativos también quedan “descolocados”. Por ejemplo, el concepto de formación profesional reglada y ocupacional es una terminología muy poco acertada. Empezó a difundirse y a utilizarse a finales de los años setenta. Si bien los términos son una cuestión de tipo administrativo, en la actualidad está suficientemente constatado que tan reglado es lo ocupacional como a la inversa. Es más, en Europa no existe la terminología de formación profesional reglada, ni formación profesional ocupacional.
En lo que conocemos como educación de personas adultas, también encontramos muchas diferencias, por lo que se requiere un planteamiento serio respecto a qué titulación de base requerirá el profesorado que imparta la futura educación de adultos, qué proyección tendrán los profesionales en los países de la Unión Europea, qué dimensiones ha de tener el desafío profesional, cómo se afrontará la transformación social y qué tipo de formación plantearán las Administraciones educativas para incentivar la actualización tecnológica del personal dedicado a tales cometidos. Todas estas cuestiones serán fundamentales ante el nuevo desafío profesional; ello hará que los profesionales de la educación deban adoptar una actitud favorable ante la innovación y una adecuada valoración de los cambios.
La Unión Europea siempre ha tenido mucha precaución a la hora de referirse a la formación profesional, por respeto a cada país. También, si analizamos el concepto de educación de personas adultas en los documentos de la Unión nos encontramos con que educación de adultos es sinónimo de educación continua; incluso algunas comunidades autónomas, al elaborar su ley destinada a las personas adultas, han establecido el concepto de educación permanente como sinónimo, sin darse cuenta que la educación de adultos es un subconjunto de la educación permanente. Hasta tal punto esto es así que no han faltado estudiosos que hablan de educación de adultos como un concepto “finiquitado” y en desuso.
Suele llamar la atención cómo en Europa apenas se reconoce el concepto de profesor de adultos. Lo que nosotros conceptuamos con ese perfil es el equivalente en Europa al perfil del profesional dedicado a cometidos de formación continua. Muchos estudiosos se preguntan si ha llegado el momento de dar un nuevo sentido y orientación a la educación de personas adultas. Podríamos preguntarnos si hay que educar y formar sólo para el trabajo o si la educación y la formación han de ser más amplias y tender a una educación y formación integral e integradora. En la actualidad las leyes regionales que se han ido aprobando en las comunidades autónomas han sabido dar solución a la cuestión de referencia, abarcando la educación formal y permanente, la educación no formal y toda la gama de oportunidades de educación informal y ocasional existentes en una sociedad educativa multicultural.
Es justamente en el intercambio de experiencias donde las nuevas perspectivas se convierten en principal artífice del progreso y de la innovación. Por ello no hay que perder de vista la transculturalidad, sin que la divergencia conceptual se convierta en un obstáculo insuperable. Hay que tener presente que en algunos países se polariza la legislación en torno a un ámbito más que a otro, como sucede en Francia, donde la formación de adultos se orienta desproporcionadamente hacia la formación profesional. Hasta tal punto es así que alguien, de forma certera, acuñó que “la educación de adultos en Francia sufre la enfermedad de la formación profesional continua, la cual, a su vez, sufre la enfermedad de la crisis”.