Libro de notas

Edición LdN

En Opinión & Divulgación se publican artículos de colaboradores esporádicos y de temática variada.

Una historia en Boulder, Colorado

Silvia Banfield

El joven arquitecto dejó Washington en un Buick verde, con capota negra, de los años setenta y comenzó esa mañana de otoño a devorarse la carretera, la ruta que conduce al Oeste. Vestía un clásico jean y una casaca oscura, y su bota derecha estaba pegada al acelerador de manera descomplicada. Disfrutaba el viaje sin fin, en la gloria del asfalto, sobre ruedas que ignoraban los kilómetros. Afuera la estación completaba cualquier escena posible. Un largo viaje, con la idea loca de ingresar a una universidad liberal. Lo más lejos del río Potomac, estando tan cerca Nueva York. Esta historia no es mía, me la contó el poeta. Es tan verdadera como que la realidad existe. El arquitecto viajaba con un afgano, que también fantaseaba con una nueva y disparada, loca, realidad, en el Viejo Oeste, donde alguna vez o muchas veces, el amor fue fuego y cenizas, y volvió a encenderse bajo las rocas y el cielo azul convertido en pólvora cinematográfica. A eso iba, a explorar un sueño, a confirmar un deseo, recoger los frutos de una certeza. La carretera es tan larga como el olvido, me dijo una vez el poeta y se citaba así mismo, a un tiempo marcado por cicatrices antiguas.
Repito un poco de memoria el Diario del Poeta, sus sombras y luces, el ruido del motor sobre la carretera y sus memorables paréntesis. Me dijo, mis palabras uy momentos son incomparables con tus silencios de algodón y seda. A mí me gustaban sus anotaciones, disquisiciones en los márgenes del diario, dibujitos, unos poemas tan personales como suelen ser los poemas.

La arquitectura es un boceto religioso

Sus textos comienzan sin definición aparentemente y rompen abruptamente en un final, como un misil teledirigido que se desploma frente a ti y se abre como una rosa que está naciendo al alba. Describía la historia del viaje de Washington a la University of Colorado in Boulder, y reflexionaba sobre la arquitectura. Sí, recuerdo: ”La arquitectura es un boceto religioso de la imaginación, el sueño realizado de un diseño, que mucho antes fue idea”. Había poesía en las columnas, fachadas, de ese lenguaje, que describía la casa como el origen primario, el vientre materno: el más preciado espacio de la vida. Anterior a la matriz humana, el cosmos, un universo siempre en expansión, como la arquitectura que el hombre se empeña en descifrar y habitar en un futuro quizás no tan lejano. La caverna es el sueño sin ayer, ni mañana, sólo un principio. Belleza y placer, pasión, la arquitectura supera la fachada, el día está detrás del día”. El Poeta estaba convencido que vivíamos un mundo en expansión arquitectónica, como el Big Bang, y nosotros, unas hormigas que alzamos la vista hacia el cielo como si buscáramos un puente de hojas
La máquina rodaba a sus anchas, leve, infatigable, distendida, compartiendo el sueño. El afgano retrataba en sus gestos y movimientos, en su mirada sin distancias, el desierto, sus montañas que se unen para alcanzar el infinito de una piedra llena de senderos y laberintos, precipicios de nieve y silencios que se multiplican como esas piedras que dan tumbo solitarias hacia el precipicio. Una carcajada del afgano rompía la monotonía de la carretera y se sentía en Kabul, como un eco de amapolas y fragantes dátiles. La conquista de Colorado, la liberalidad de su universidad, esas fiestas con las camisetas mojadas y las mujeres sin brasier. La sensación cool del momento: Too much. Años setenta, dorados en el Otoño y en los tiempos de Viet nam, pero de amor y flores aún. El sexo lleno de colores frente a la montaña, en el desierto, sobre las carreteras desmanteladas de la vieja hipocresía puritana. El salvaje Oeste, deliciosamente tibio, húmedo, frío, erecto en el silencio de una noche de luna llena. Y como dijo el poeta: arquitectura eres tú. Sentí el peso de esas palabras como pocas veces, como siempre, y di vuelta la hoja por ese día, que ya tenía suficientes sentimientos al otro lado del paraíso, donde la montaña se hace eco de sí misma.
( Colorado es mi paréntesis. Un tiempo estacionado. La montaña como una gran pared que cerca la vida. El gran límite. Por eso, comparto el río, que me aleja de todo, me aproxima a tantas cosas. Me viaja y sumerge. “Colorado sin lluvias… sus vientos, sus montañas y mis ausencias me van matando, lentamente, muy lentamente secándome, cerrándome poco a poco sobre sí misma. Ya casi no queda nada de lo que fui. Nada. Son frases, pensamientos, versos, que la memoria no olvida y parecieran escritos por mí. Quien sabe. Así no habrá necesidades ni culpas, sólo recuerdos vagan alrededor. Yo también quiero ser sólo un recuerdo y este amor a destiempo. La distancia y el deseo. Cuando me vaya tu serás deseo y yo distancia simplemente. Por largos días te llamé desesperada, pero nunca oíste mi grito silencioso. No es un poema, sino lo que pienso, cuando no estoy contigo.”)

Las otras costumbres de siempre, tal vez

Una época sin Sex and the City, pero con sex verdadero, sin trucos, la revolución de las flores dejaba su aire aromatizado, el profundo sueño de los cuerpos dibujadas detrás de una persiana, imaginados en el umbral del deseo, un vuelo de lentas gaviotas sobre el mar, una playa, la humedad de la firme madera. Las costumbres sexuales viajan en Internet, no en las carretas de las abuelas del Oeste o del Sur, en la Patagonia. Olor a pradera, es lo que se ha perdido, esfumado del aire, el largo río de la noche. Una punta lleva a otra punta y el centro permanece inmutable hasta que alguien no se detiene allí y toca fondo. ¿Un pozo es más profundo que un sueño? ¿Una escalera es más larga que una mano? ¿Los dedos piensan más que la piel? Un ojo no es más que el otro ojo. La guerra en todo tiempo se arranca los ojos. Los hippies fueron revolucionarios por el amor. De un timón de acero surge no sólo la velocidad o un carácter templado, también un sueño no adivinado.
Las costumbres sexuales cambian y los sueños, aunque vienen de fábrica, toman también diversos caminos. Un sueño gris no es lo mismo que uno rojo, amarillo o verde. Los ingenuos aventureros pasajeros del Buick que llevaban unos senos candorosos de avispa juvenil, entre ceja y ceja, se hacían bromas sobre su futuro en Boulder, donde el amor olía a tierra húmeda, a mountain, simplemente. El sexo hoy está más enredado que ayer, y no bien enredado como antes, sino es una madeja loca de muchas puntas, sin comienzo, ni fin. Del Diario de Vida, la intimidad del papel, el yo y el otro, que muchas veces desconocía el mensaje, la palabra ahora, el verbo se ha hecho carne pública, sin retórica, subterfugio, sin paracaídas. Son confesiones públicas, muchas veces escandalosamente modestas. En las más prestigiadas universidades de Estados Unidos, vanguardias del liberalismo, los jóvenes cuentan sus relaciones sexuales a través de columnas “literarias” de pública lectura en los Blogs, donde la libido azota las líneas y las palabras sudan, sueñan, hacen y dejan de hacer. Diarios Californianos, Neoyorkinos, Colorados, rubricados en el neoliberal-amor, especie de capitalismo sin fronteras, una moneda global, entre piernas y medianoche. Harvard y Yale no escapan a esta fiebre sexual universitaria, ya descrita en la novela de Tom Wolfe, Soy Charlotte Simmons, quien reseña la corrupción universitaria sin calidad literaria. Es un registro, inventario, buceo, un tomar nota de lo que ocurre al interior de la vida universitaria norteamericana en el siglo XXI. Las casi 900 páginas de Wolfe, tienen un valor documental, la incursión en el establecimiento universitario de Estados Unidos. Natalie Krinsky escribió una columna en Yale llamada “Sex and the Elm City” (_Sexo y la ciudad de los olmos_) Ya es un best-seller titulado “Chloe va a Yale”. Editado por Hyperion, da cuenta de las aventuras sexuales de una alumna de Yale llamada Chloe, que puede ser la misma Natalie K. Sexo oral y sexo anal, un mismo bocado, las virtudes, de Natalie K. La K será doctora, ginecóloga para ser precisa, ya con un P.H.D. literario avanzado. El sexo es un negocio desde tiempos inmemoriales. Sucede que hoy, el sexo es vitrina global, y la serpiente enseña más que sus colmillos, deja caer intacta la manzana podrida.

Red Rock, mis paréntesis

Boulder, con sus cielos marrones, rojos, azules negruscos, era otra cosa, pensó el arquitecto y el afgano. Aire puro, bosques, bestias, la hostilidad solitaria de la naturaleza, una piedra que rueda silenciosamente y sabe perfectamente donde se detendrá. El Buick no se quejaba, quería cooperar con la aventura. Rompía el viento y las horas se sentían dóciles colegialas, comentaron el día de su llegada a Boulder, Colorado. Les gustaba pronunciar el nombre: Bólder, Bólder. Cuando entraron a Utah, fueron recibidos por esos edificios rojos, diseñados con la mano de Dios, descendieron del Buick para que dejara de bufar como búfalo y se sentaron a contemplar la obra maestra de la naturaleza. El sol topaba con sus lenguas doradas el atardecer reluciente en los pisos rojos de la gran edificación que cortaba la carretera, enmarcada por un azul ceniza. Utah era otro lenguaje más hondo que el silencio. El tiempo no estaba allí, porque no existía. Por ahí pasó un día Kerouac, me dijo el Poeta, y Ginsberg. Unos indios pasan y no quieren dejar sus huellas, son la tierra, la montaña, la respiración de los viejos días que nunca terminarán de irse del lugar. Estoy en Red Rock, siento que una pintora me pinta. Son colores cálidos y recorren mi cuerpo suspendido en su atril. La roca roja es mi silencio y vacío. Siento el eco de algún lejano concierto, la guitarra de Santana. Monólogo, alcancía de un monedero falso. Red Rock es la memoria de la montaña/ la roca helada de mis días/alguien pinta mis cuadros/la realidad no se retrata/esta letra no me pertenece/este día es de Otoño/Cada año tiene un calendario propio/La roca guarda mis horas secretas/la luz de tus manos, la retengo yo/Roca, háblame de la grandeza de tu silencio/de mis desoladas horas/del río que me cruza/si tú eres la montaña/es alto el techo que la sombra recorre/ Las nubes son rojas en Red Rock/el río Colorado son tus pasos/fluye, fluye en mi mano/la línea de ese río, es mi destino

Ay, Silvia Davos, tu sueño

Soledad y aislamiento es la ruta, pero también el paisaje rojo, arcilloso, la visión de una arquitectura salvaje, indomable, orgullosa de su belleza. La franja amarilla sobre el asfalto define uno y otro lado de la carretera, el asombro de una mañana que espera ser bautizada. La montaña va rodeando todo, hasta la última esperanza. Conozco de esos límites y paisajes. Donde nace cada amanecer y se pierde la tarde. Este ventanal habla más de mi pasado, que de la calle que tiene frente a sus vidrios. No hay una nota, ni una historia, que se parezca a otra, alcancé a decirle al Editor, antes de salir de la Redacción, como un cohete lanzado a Venus. Ya Marte ha pasado de moda. Qué horrible vivir en el futuro, siquiera pensar. Me miró con el asombro de un titular viejo. Su pensamiento estaba en el pequeño Green de su cuartito de olvido de tanto acontecimiento banal, simplemente miserable. Sé que intentó decirme: viene otro huracán, Silvia, ¿quién nos conectó a la montaña rusa? Le dejé ir en el verbo mudo, el silencio, la expresión vacua, y compartí por un instante la dichosa sonrisa de la bella Silvia Davos, ganadora del Green Card Americano. La lotería del Sueño Americano, es verde. Los ojos azules de una espejeante sonrisa, la cara de la publicidad, la suerte de una coneja que busca su nueva madriguera.

El buick atraviesa los dorados setenta

El mundanal ruido se apaga bajo el ruido del motor bien aceitado del Buick, que no ha tenido inconvenientes en atravesar de Washington hacia al Suroeste de Estados Unidos, confiando en cambio de aceite oportuno, y las revisiones clásicas de los neumáticos, líquido de batería y el motor en sus detalles necesarios. Todo lo demás entregado al zar, a la buena estrella que debiera tener todo viajero desprevenido, audaz, descomplicado. El afgano medía 1.95, un poste a la deriva de los caminos de Boulder. Nunca supe si existían talibanes de ese tamaño. Los 70 no eran la época, ni sabíamos que sucedería en el siglo venidero. Imagino a ese gigante delgado con un rostro de arena, la nariz aguileña, montañosa, unos grandes pies de alfombras mágicas y dedos de pianista, sin trabajo. El cuerpo de árbol detenido en el camino, pasaba a segundo plano, cuando lanzaba sus memorables carcajadas, con el vicio implacable de la alegría. Se estremecía el Buick, parecía que iba a perder la dirección, pero el timón no se dejaba guiar por las vibraciones de la risa improvisada y más bien seguía su curso casi de misionero infatigable, como si fuera a colonizar nuevamente el Oeste. Los caballos de la carreta del Buick volaban sólo empujados por el viento del deseo. La arquitectura es el paisaje. Las montañas que ya muerden la carretera y la imaginación. El afgano portaba en su billetera una fotografía donde el desierto y las montañas hacían su país a imagen y semejanza de la imaginación, que no tenía comienzo ni fin. La colocaba en un lugar visible frente al parabrisas y se quedaba absorto, como si la lejanía le tragara el espíritu. Las mountains afganas, inmóviles laberintos de los tiempos, como grandes silenciosos Budas desolados, los que después serían derribados por el cincel talibàn. Polvo al polvo en el mismo desierto. Fue el grito de guerra de Kandahar, mientras las amapolas rojas crecían en los prósperos valles. Por alguno de ellos, pasó en un carruaje tirado por caballos, Ruyard Kipling, que predijo que ese era un lugar donde el tiempo no termina de construir sus límites, los linderos del más allá. Allí no se puede hablar del fin de la historia, sino del comienzo de la eternidad. Los búfalos ya están sobre la carretera, el Buick los mira de reojo son asombro, como colegas de un mismo paisaje. Alguna vez, fueron mis vecinos, o aún, es que el tiempo retrocede. Ya no lo sé. Las carreteras son mi tiempo indefinido, el gran paréntesis del poeta. A pesar de la velocidad de la máquina, allí se detiene el tiempo, todo queda atrás, el futuro se siente real.

Wilma, tu ojo es mi tormenta

Las carreteras hoy nos muestran una nueva realidad en La Florida o México, en Texas, donde los huracanes cambian la vida cotidiana, el paisaje. Ahora es Wilma, su creciente furia atlántica que construye este paisaje de zozobra, espanto, ese no sabemos que sucederá. Las carreteras inundadas de automóviles, pasajeros dormidos en las terminales áreas, millares de despavoridas personas con sus enseres personales, sus almas en vilo, lo elemental en las cajuelas de los vehículos. Los huracanes son la pesadilla noticiosa real para Estados Unidos, México, Cuba y Centroamérica y el Caribe, donde vienen montados en el terror dejando victimas a su paso. Los titulares hablan de Éxodo, una vieja palabra bíblica. Haitì, México, Cuba, La Florida, la desolación de las turbulentas aguas, más que nubes y falsos vientos, la geografía se despide en el mortal silencio. La Habana es una ola blanca envuelta de miedo. Espumas, La Habana flota, se viaja en el tiempo, la ciudad de los habanos fija sus calles bajo las aguas, frente al mar. Rompen las olas sobre el Malecón y el mar quiere llevarse La Habana mar adentro, con sus ruidos y aguas. Se estaciona en sus aguas, mira su cuerpo de lágrimas. El mar ama la ciudad, la contempla diariamente, y se entrega a ella en cuerpo, alma y agua. Desde sus viejos balcones, del interior de sus parques y paseos, bajo sus angostas calles, mutiladas aceras, la ciudad inmóvil contempla su naufragio. ¿Un barco pasará a buscarla? ¿Otro puerto le espera? ¿Cuál es la metáfora de La Habana? El huracán atraviesa la vida con rango de Almirante y bebe su Daiquiri sin tiempo en El Floridita. A sólo 90 millas, frente a la ciudad sitiada por el mar, los restaurantes pierden sus fachadas, todo es viento sucio silbante y Miami olvida el glamour, su pelo, maquillaje, las oscuras gafas de sus ardientes veranos. Un yate ya no tiene rumbo en South Beach. Penínsulas, islas, Wilma no respeta geografías, ni distancias. Haití, la muerte es una perra negra, se acuartela en la isla y se calza sus largas medias blancas de bailarina. Danza para mí, pequeña frívola, pero no me ames. ¿Hacia dónde podría viajar esa isla?

Poe, es Baltimore

Las desoladas carreteras del Oeste, son el paraíso, la atmósfera de un sueño que se agranda en el marco majestuoso de las montañas. La lejanía es mi proximidad. El misterio no está en la arquitectura, ni en el Hombre, sino en la palabra. Hay monotonía en el vicio del silencio, en su morosidad densa, liviana, en la levedad de lo que deja y se fuga. Las palabras podrían viajar en cualquier idioma, porque siempre serán ellas, únicas, irrepetibles y dichas para ser escuchadas inclusive en el cántico de su silencio. Cuánto no dicen, lo que dicen y cuando dicen, lo que arrastran. La noche avanza. El miedo de América, en este Norte, y el hervidero del Atlántico en la tibia tormenta errática, sombría, agitada como un gran sombrero negro lleno de cuervos. Qué será de Poe en Baltimore, con su Annabel Lee. (Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar, una doncella vivía y su nombre era Annabel Lee; y esta doncella vivía sin otro pensamiento
que quererme y ser querida por mí. Yo era un niño, una niña ella, en ese reino junto al mar: pero nos queríamos con un amor que era más que amor, yo y mi Annabel Lee,
con un amor que los serafines del cielo nos envidiaban a ella y a mí. Tal fue la razón de que hace muchos años, en ese reino junto al mar, soplara de pronto un viento, helando
a mi hermosa Annabel Lee. Sus deudos de alto linaje vinieron y se la llevaron apartándola de mí, para encerrarla en una tumba en ese reino junto al mar.
Los ángeles, que no eran ni con mucho tan felices en el cielo, nos venían envidiando a ella y a mí... Sí: tal fue la razón (como todos saben en ese reino junto al mar) de que soplara un viento nocturno congelando y matando a mi Annabel Lee.
Pero nuestro amor era mucho más fuerte que el amor de los que eran nuestros mayores, de muchos que eran más sapientes que nosotros, y ni los ángeles arriba en el cielo,
ni los demonios abajo en lo hondo del mar, pudieron jamás separar mi alma del alma de la hermosa Annabel Lee. Pues la luna jamás brilla sin traerme sueños de la bella Annabel Lee; ni las estrellas se levantan sin que yo sienta los ojos luminosos de la bella Annabel Lee; Así, durante toda la marea de la noche, yazgo al lado de mí adorada —mi querida— mi vida y mi prometida, en su tumba junto al mar, en su tumba que se eleva a las orillas del mar

Vámonos en el éxodo

Los presagios del Gran Lagarto de ojos vacíos rondan los pantanos del miedo. Afganistán en los ojos arenosos del afgano, el futuro que no veíamos, un Buick hacia Boulder en la magia dormida del atardecer, se maneja casi sin manos, la máquina canta su propia música, percibe el viento de la montaña. El río Colorado que carga sus fuerzas, la constancia de su curso milenario, el Cañón de su belleza imperturbable, la historia que recogen sus aguas, los rápidos que también son un camino inevitable. Confía el desconfiado río, en sus fuerzas, el curso vivo de sus aguas, caudal imperturbable de sus sueños. Colorado viaja en su río, no termina de parir su destino, la montaña le vigila el sueño.
El afgano guía con su nariz- mountain, el Buick , que parece un pájaro de cuerda entre sus largas piernas, que no habrían traspasado en estos tiempos un aeropuerto norteamericano. Se ha borrado el camino de la seda hacia el país del Sueño Americano. El mundo ha cambiado. Se venden terrenos en la Luna, porque creen que es de queso. En Marte no hay Marcianos. Los chinos fueron al espacio. China por primera vez en su milenaria historia, es más grande que su propia muralla china. ¿Los chinos dejarán la tierra y nos mirarán desde la Luna, mientras pasean en sus bicicletas? Tanto apuro por viajar, la luz es un pájaro herido, la conquista del espacio, el vacío en la tierra. ¿Las hamburguesas son de Marte y las papas fritas de Venus? ¿Se leerán Las Crónicas Marcianas en Marte o Lo que el Viento se llevó, en la Tierra? El planeta azul, quizás, un polvorín de viento seco, polvo rojo silbante, la descripción marciana de Bradbury, nuestro futuro esplendor, una ventana sin más paisaje que la arena. ¿La Tierra será un lugar lejano? El cine estará en la calle, Hollywood pierde el monopolio del terror. Un helado se chorrea de la mano de un niño y un globo se le escapa al cielo azul. ¿Ya no veremos ese espectáculo cotidiano, el brillo en unos ojos asombrados? ¿La felicidad es un eslabón perdido? La muerte construye su paisaje, el escenario ya tiene los andamios instalados y el Poder Fáctico lo usa de trapecio. Las agencias de viaje se rifarán los terrenos con verano y primavera. For Sale: invierno a sólo 20 grados bajo cero. Haga su viaje en el crucero Éxodo y vaya practicando la movilidad espacial de su hábitat y familia. Súbase a la máquina del tiempo circular. Lo atenderá personal especializado en Geografía en movimiento. A los primeros cien cupos, aquellos que sientan que son observados por el ojo del huracán, además de las cámaras en aeropuertos, lugares estratégicos, subterráneos, bancos, por esposos(as) celosos, recibirán un millón de acciones en Google. Los que sigan contaminando por a, b, c, razones, tendrán un pasaje gratis a Bagdad y recorrerán sin guías las tierras afganas: desierto y montañas, como corresponsales viajeros ad honorem. Cuando regresen, podrán conocer y administrar en circuito cerrado, sus fábricas de humo, convertidas en juguetes del medioevo. El celular y el timbre, al mismo tiempo acabaron con mis sueños, más bien pesadillas, porque ya iba corriendo escala a bajo del subterráneo, por una falsa alarma de un mochilero, que llevaba estampada la figura de Micky Mouse. La ciudad es un gran zaguán del ratón Rey/disfrute, diviértase con él/ no hay por qué temer/tiene cola, orejas de ratón/pero todo es ficción/no se deje sorprender/Mimi y Micky, son una garantía del poder.

El ruiseñor tiene un grito helado

Hay ciudades que inventan el futuro. Otras, parecen una burbuja inocua, gris, sobreviven al imán de sus pretensiones. Una ciudad es tan joven como sus sueños. Puede rodearnos un ventanal que mira a otro ventanal más lejano, pero el misterio no se romperá ni con la imaginación. Existe un notorio hilván detrás de los cristales. El tiempo es el espacio. Sólo es arquitectura, decía el Poeta, la imagen del pasado, lo que el presente convertirá inevitablemente en futuro, el círculo presente de lo que viaja inexorablemente hacia el pasado. La ciudad es una telaraña en permanente de-construcción, crece como una madre con sus hijos, des-preocupada, alegre, sin poder atender a satisfacción las demandas de sus habitantes. Hijos ricos y miserables, en las mismas calles. El Poeta viajaba en la memoria por ciudades desconocidas. El Buick, supongo, pensaba en descansar, cuando vio las montañas de Colorado. El inmenso espinazo del estado, el telón de fondo más cercano al cielo, los rojizos, amarillos, verdes colores descolgados del otoño y el inmóvil sueño de los pasajeros de los setenta. La aventura estaba por comenzar a las puertas de la montaña. La diligencia de cuatro llantas tocaba las puertas del Oeste, con su imán liberal para los jóvenes del cuarto y quinto mundo, con una maleta de sueños, fantasías, los salvajes, inocultables propósitos del subconsciente. El Buick descendió una pendiente con el rostro de satisfacción sobre la meta y los pinos recortaban la ruta, un marco de un típico paisaje de Colorado.
El Ruiseñor tiene un grito helado. Keats lo ha vomitado. La noche está fría como un sapo. El ojo del huracán es ferozmente lento en su observación. Avanza Con su look impresionante, de príncipe vengador, su acto, un largo monólogo de un canto del cisne al revés. La perfomance implacable del tiempo. Alguien le grita a la noche. No contesta nadie. El silencio esconde su capa y marcha. Pobres aves en este mundo, la gripe aviar. La miseria en alas de la muerte. Pájaros de mal agüero mueren en cuarentena, más allá de los corrales de las pobres aves domésticas. Un loro y un cisne, no importa el pedigrí, el linaje de los plumíferos. Se habla de una posible pandemia que mataría a millones de pobres aves humanas. Estamos ante una epizootia, originada el 2003 en Corea del Sur, extendida al sureste asiático y Europa. La gripe aviar mata inmisericorde hasta las Garzas reales de Moldavia. Vuelven Los Pàjaros de Alfred Hitchcock. El Planeta flanqueado por aire y mar. En Tierra el hombre hace su trabajo depredador con más eficiencia que nadie. El mundo viaja en su carroza de agua, un sólo Jinete comanda el Apocalipsis now, y las pobres bestias humanas arrastran sus causas perdidas en el diluvio. El ojo de la tormenta es ojo por ojo, los vientos suenan a huesos rotos, arrastran pecados, postes, personas, policías, puentes, polígonos, puertas, puede que pase en los próximos días y deje temblando en el espanto. Pasa y deja huellas como pocas huellas que son heridas, iluminaciones del terror. La carroza avanza sobre un hongo en descomposición. Son 5 mil las variedades científicas de hongos, y sólo una docena apta para la cocina. El Planeta fue un hongo en Hiroshima y Nagasaki, fuente de exterminio, la muerte radioactiva, la pesadilla atómica. La muerte siempre es vanguardia, ahora nuclear, se monta en un misil, usa lentes infrarrojos, es de baja intensidad y alta mortandad, camina por los desiertos, montañas, abraza la vida en un subterráneo, se vuela en un bus, va y viene de tantas maneras, y la practican entre quienes leen la Biblia y el Corán. ¿La muerte es algo sagrada? La muerte se reserva siempre un lugar.

Se cae la oreja de Van Gogh

Se cae la oreja de Van Gogh y alguien se la come. Es tan segura, precisa, cumplida, y hay quienes la empujan como desde un precipicio, y caen las piedras, rocas desprendidas de la alta montaña. El invisible camino que sólo la piedra ve y siente rozar del viento o del polvo que la cubre, la lluvia que la lava. La piedra se sostiene en silencio, detenida, a la vera de la vera del camino, donde el silencio no necesita de nombre. En el azar clavado en la estaca de esta época, los huracanes marcan los verdaderos puntos cardinales al hombre jactancioso, iluminado en la tonalidad del violeta, y que con una fe extraña, ciega, banal, escribe la inútil página de su historia.
Un loco da vuelta a una caja en una plaza de su pueblo. Está vacía y dice que es el mundo el que gira adentro. Tiene un hueco y pide a la gente que vea el planeta por el ojo del huracán que nos mira a todos. Se llama Wlma, repite el loco y ¿Usted? La caja es roja como un zapato rojo un globo rojo un lápiz rojo la sangre roja. Los soldados son grises, azules o verdes. El ejército rojo ya no existe. El hombre hace recuentos como si se fuera a morir, acabar, fenecer. Los iconos de todos los tiempos y lanza una lista inconclusa, difusa, trucada. Los hombres más ricos. Nunca los más pobres, porque la lista daría la vuelta del mundo y se seguirían subiendo a esa fila infinita los hambrientos de hambre. Es como pintar el mundo con la palabra falsa: Libertad de prensa. El periodista español José Couso, cámara de TV 5, murió en una habitación del Hotel Palestina de Bagdad, impactado por el sargento norteamericano Thomas Gibson, quien se sentía observado por unos prismáticos. También murió el periodista ucraniano de la agencia Reuters, Taras Protsyuk. Voló el balcón, la ráfaga entró en la cámara y CNN recogió la noticia. El cadáver fue enviado a España. La muerte es lo más natural en Bagdad. La muerte asesina murió dos veces en un hotel de cuatro estrellas. La muerte se ríe de sí misma, se asoma al balcón y salta. No necesita red. Estalla como el cristal, su cuerpo de silencio, viaja la gelatina de sus dos extremidades y se convierte en cuadraditos de colores que van desapareciendo. Un niño conversa con su amigo imaginario en el fondo de su casa.

En terreno vedado

La tarde está cayendo lenta, pesada. Abrir una lata de cerveza, es la solución para algunos. Mirar el hermoso, veleidoso mar, herido, atribulado y furioso. Hundirse en el desierto. Ser el paisaje. El Ojo del vacío. El mar es quien nos mira/ por última vez/olas sobre olas /el mar está mortalmente vivo/ Dios es agua/la tierra llora /las paredes caen/ flotan los ojos frente al mar/ tú y yo somos dos tercios agua/no llores, no llores, lágrima/ que vas a dar a la mar, que es el vivir / más agua, la copa, el tiempo la derrama.
El cuerpo se desviste frente al espejo./ El cuerpo camina en dos pies/El cuerpo se dirige a la cama/El cuerpo hará el amor con otro cuerpo/El cuerpo a cuerpo/es un comienzo de un final
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Mañana siempre será mañana. Lo nuevo, ni la esperanza, tienen tamaño. Así entraron a Colorado, el arquitecto y el afgano. Nariz con nariz husmeaban una nueva realidad. Olor a roble maduro. Otoño es Autumn.
Las hormonas estaban a full en Colorado. No hay futuro, sin un buen presente, se dijeron. La noche caía negra, fría, en Colorado. Se quedaron en un hotelito casual, la vida recién comenzaba con su otoño frío, ojeroso, rojo de matices, sus incógnitas soñadas antes del sueño, como si el amanecer se desplazara en una sábana tibia. Se calaba en sus huesos fríos, lo que quedaba de la noche, más aún en el amanecer posible. Las montañas de Afganistán se juntaron con las de Colorado, en el espejismo del futuro. El joven arquitecto venía de un país verde, angosto, lleno de mar, geografía muy alejada a las montañas rocosas, al marcado perfil de las estaciones en Colorado. La nieve cubriría las montañas el próximo invierno. Se perdería el rastro quizás de los días, del tiempo que repasa de memoria su propio tiempo y la memoria que registra el espejo blanco del paisaje inmóvil. Le gustaría vivir sus horas en el Café Gondolier, pensó años después, como si la historia no hubiera terminado. Los cursos eran importantes, pero más el love. Piel de arquitectura, imaginó sus dos columnas, el centro de sus horas y rodó la película lo mejor que pudo. Fue una noche alucinante, por todo lo que esperaba que viniera, y mañana vamos al Campus, mientras avanzaba el más largo y afrodisíaco de los sueños jamás esperado. ¿Cómo manejar un sueño en un tipo de casi dos metros con una nariz de espadachín? Y resoplaba el afgano un tiempo por venir, el pasado de sus largos pies que alguna vez caminaron distancias desérticas memorables. El arquitecto, en la habitación contigua, de cortinas rojas, se sumergía en su tobogán con muchachas de camisas mojadas pegadas a la piel y senos que miran recto hacia el cielo. Una sensación de libertad y la pérdida del límite, rondaba su cuarto, esa madrugada que se extendía en el infinito. Amaneció más temprano que ningún otro día. A caminar el sueño, se dijeron y suerte se desearon sin pronunciar palabra alguna. El día amaneció despejado, azul el cielo de otoño, pero un frío seco, esparcía las hojas ociosamente sin tiempo. Boulder alimentaba todas las esperanzas. El Campus debía estar lleno de mariposas revoloteando con sus risas de luciérnagas iluminadas. El color de la vida. Los robles rojos, olorosos. Debe estar ahí imaginaban cada uno por su lado. Rubia, desprejuiciada, ojos azules, dueña de los bosques y montañas de Boulder. Un Sueño Americano de quinto mundo. Otros tiempos, con marihuana, no tanta droga, un poco más cerca del futuro. Los libros y las bibliotecas aún contaban sus historias. El papel jugaba su papel. La Guerra Fría no le doblaba aún la muñeca a la historia. Las guerras tenían algunos principios básicos. ¿Entrarían en terreno vedado? (_Brokeback mountain_) Un nuevo filme del Oeste, pero no lo sabían, ni sospechaban siquiera. Más de tres décadas después, el mundo masca el sexo al revés y al derecho. Nada nuevo bajo el sol, pero en la superficie. Y nada queda en pie. El rudo Oeste, tiene su otra historia en campo vedado. Brillan las hebillas de un mismo sexo. Ya no es tan Solitario el Llanero. Bajo la luna los hombres también son románticos entre sí. Dos ásperos, solitarios, rudos vaqueros se aman. “Son personajes rudos capaces de hablar con los animales pero incapaces de hacerlo con sus propias mujeres”, argumenta el director taiwanés del filme, Ang Lee. Descubren sus sentimientos mientras cuidan ovejas en Wyoming. Las reglas no existen. A eso iban a Boulder, pero no en dirección contraria. Ojos que encuentran otros ojos. Ahí se detiene todo tiempo sobrante y la adrenalina carga sus baterías. Las mujeres existen aunque sean de Venus. El mito del Oeste se ha caído del caballo. ¿Se han pasado a territorio enemigo? Es un paisaje íntimo, nuevo en el Oeste. Ellos cuidan ovejas, no cortan cabelleras Apaches, ni protejen a sus mujeres de los Sioux. Son dos palomas solitarias, parodiando la novela del clásico Texano, co-autor del libreto del filme En Terreno vedado, el norteamericano Larry McMurtry. Diana Ossa es el otro autor del libreto. Es un guión romántico y no sólo tendrá una extraordinaria aceptación de la comunidad gay, sino que muchos podrán salir del closet-rancho. Algunas autoridades de pequeños pueblitos del Oeste, han rechazado que se presente la película en sus salas de cine. El afgano, entretanto, no podía meter más profunda su nariz en los traseros bien armados de las estudiantes de Boulder. Sus ojos se alargaban como huevos fritos desparramados por su rostro cetrino. Suspiraba como un viejo reloj descompensado. Las hojas doradas del otoño de Colorado enmarcaban cualquier escenario, por difícil que fuera. Unos huevos con tocino y café caliente negro, abrieron la mañana y subieron las persianas del día. Boulder, Boulder, la nueva vida. La montaña llenaba los pulmones y los ojos pertenecían a las muchachas descomplicadas, que caían con sus pelos largos llenas de risa y una vitalidad a prueba de cualquier desgracia. Hervía el Campus, de movimientos, desplazamientos, lentas miradas, un día con todos los rostros nuevos. Ahí estaba el tiempo, nosotros, un mundo nuevo, soñado, inventado a imagen y semejanza de nuestras aspiraciones. El salvaje oeste domado por sus mujeres.

La camarera no fue a trabajar esa noche

Cuando salía el sol, ellas asoleaban sus pechos libres, todo, la vida misma se despejaba hasta sus cinturas. Rodaba un espíritu nuevo. El Campus florecía con sus ojos y pieles sin maquillaje, sensibles.¿Qué hacer, ya estaba yo allí o eran mis visiones? La arquitectura es algo concreto y todo espacio está para ser habitado. Lo primero era buscar un lugar donde vivir. No con estudiantes en un mismo sitio, y menos compartir iguales problemas y caer en el círculo vicioso de todos juntos, revueltos para nada. Caminar Boulder, sus calles, ver los avisos de alquiler, tomarse un café y cargar ropa de otoño, fue el comienzo. Sentir la carga de la naturaleza silbando desde las montañas. El azar es también un destino y me detuve frente a una casa de madera de dos niveles, con su impecable estilo Sur-USA. Alquilaban un cuarto y era lo que buscaba. Abrió una rubia tipo Marilyn del Oeste, con su risa franca, piel rosada, y entera en su cuerpo y fachada. Descalza, llena de brisa húmeda, detenida en el marco de la puerta, sus segundos pasaron como gotas gruesas, densas, interminables. Un hello, y ya estábamos conversando como viejos conocidos. Siguió un jugo de naranja y nos reanimó la mañana. A la hora estábamos cerrando un trato. El nuevo inquilino en Boulder, Colorado. Le ganaba la partida al afgano, que después supe se conformó con compartir un cuarto en la Universidad. A historia arrancó por dos caminos distintos. Las tardes o noches, muy noches los fines de semana, en la casa sureña, comenzaron con un animado juego de cartas y cervezas, la comida del fogón de la dueña del rancho, que pintaba y hablaba francés. Había estudiado en París, la madame gringa. Brillaban sus ojos celestes, azules, gatos de colores como el cielo y una risa desprevenida, de los setenta. Jean y su ombligo plano, volado en su esfera, bajo una inocente camisilla blanca. Colorado se llenaba con sus noches así mismo. Full de luna y madera, de nuevos caminos. El amor aún no cargaba los dados en esos días otoñales, amarillos. J.D., era camarera por las noches en una taberna de Boulder, que nunca me identificó. Su arte consistía en atender a los parroquianos con esmero. El afecto de los setenta en una deslumbrante sonrisa y unos pechos bien puestos. Regresaba tarde, por el silencioso ruido de su automóvil y unas puertas que abrían y cerraban las noches.
A mediodía, a la hora que se pudiera, improvisábamos juegos, partidas de poker, crucigramas, lanzábamos además los dados para buscar los números perfectos. Boulder, Boulder que es Bólder, en verdad. El afgano conocía mi suerte, pero no mi paradero. Noches lúdicas, horas de juegos y risas. Historias, la francesa me decía en su cocina algunas cuantas cosas más que con las palabras. Su gato Luna, un peludo de gran movimiento, le llenaba sus horas de ocio, las mañanas tibias, a veces frías, de Boulder. Compartía su cama con el envidiado Luna. Le hablaba en sus orejas en francés, pero Luna era Moon. Cuando el tiempo pasaba y las clases se hacían más aburridas, unos vinos californianos comenzaron a hacer la diferencia. Las tardes más cálidas y las noches aún más. La camarera no fue a trabajar. Decidió cocinar unos grandes steaks americanos con todo y dejar que Luna ronroneara por los pasillos de la casa sureña. La noche de Colorado en colorado. Risas. Ningún tiempo. Si llaman del trabajo estoy enferma. Más risas. La cocina olía a cielo. Las cortinas sabiamente entreabiertas. La calle quieta, solitaria, abandonada a su noche. Los dioses nos reunían. A votre santé. Se repitió seis veces el firme deseo de felicidad. Se acomodaron las tibias bocas, las manos con las manos, de tan lejos dos cuerpos. Todo lo demás es telón de fondo. La mañana amaneció más clara. Los desayunos fueron más intensos. Sucedieron cosas. La imaginación apuntaba las suyas. Los días se sucedieron veloces, dulces, de colores en Colorado. Años después, cuando por primera vez conté esta historia, supe que había dormido con las Torres Gemelas, las dos más formidables columnas dóricas de Penteón griego jamás soñadas.

Del obituario al lento epilogar de otoño

Los Negros no podían sentarse en los buses. Sólo los blancos en sus blancos asientos de blancos buses, con sus traseros blancos. Esto es (era) Norteamérica, hace más de medio siglo. Ni tanto tiempo, la verdad. Está nevando, y todo es blanco, como la historia. Sólo le faltan los ojos azules a la nieve. La noche es blanca. Los perros negros ladraban como blancos. Hasta que un día una humilde costurera de Detroit, absolutamente negra, se negó a ceder un asiento en un bus a un blanco que se lo exigía. Ella Se llamaba Rosa Lee Parker, porque acaba de morir a los 92 años. Una Rosa negra libre. Hace medio siglo Rosa Lee Parker prefirió ir a la cárcel que seguir humillándose ante los blancos. Su detención desencadenaría un boicot de 381 días en el sistema de autobuses. El reverendo Martin Luther King ya no se detendría hasta el final de sus días. Sin visión la gente perecerá y sin valor e inspiración los sueños morirán, los sueños de paz y libertad”, sentenció para siempre Rosa Parker.

De epílogo en epílogo, George Himself

No terminan de llegar los huracanes y la tormenta se centra en el principal inquilino de la Casa Blanca. Más de dos mil soldados muertos en la guerra de Irak y unos 15 mil heridos. El pueblo norteamericano, —más de un 60 por ciento del total de su población— reclama una salida inmediata de las ropas de Irak. Sindy Sheehan, la madre del soldado muerto en Irak, un símbolo de un movimiento anti guerra, encabezó una ola de marchas y manifestaciones frente a la Casa Blanca para poner fin a la invasión norteamericana en Irak y que abarcará todo el país. Times Square, en Nueva York, y el Memorial Bridge, cerca del Pentágono, en Washington, figuran entre los lugares emblemáticos de más d e 1.200 vigías que realizarán los manifestantes por la paz.
Silvia Banfield | 28 de diciembre de 2005

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