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Jesús Salamanca Alonso
Cuando se habla de la convergencia con Europa, el ciudadano tiene la sensación de percibir mensajes exclusivamente de tipo económico, sin que el concepto se extrapole a otros campos no menos importantes.
La educación parece no estar de moda y la economía se convierte en el eje prioritario o en el centro de interés de las naciones, pero es preciso recordar que aún existen sectores punta de la economía en Europa donde no se dispone de los recursos humanos adecuados para afrontar la investigación al más alto nivel.
Cada vez hay menos dudas respecto a la necesaria interacción entre los sistemas educativos y los productivos. Es patente el interés común de todos los Estados miembros de la Unión Europea y la plena coincidencia al considerar que el paso de los sistemas educativos al trabajo debe facilitarse mediante una formación más práctica.
Convertir la formación profesional en una verdadera alternativa a la Universidad llevará inexcusablemente a convertir el crecimiento en empleo efectivo. Y es que el mayor peligro para la Unión puede surgir de la escasez de iniciativas, así como del mantenimiento de hábitos, estructuras y opiniones que fomenten los egoísmos nacionalistas, la pasividad empresarial y la resignación gubernamental.
Hoy se puede asegurar que de la formación profesional y de la educación en general se esperan soluciones para todo; de ahí que también la Universidad deba mantener una interacción con el ámbito económico que lleve a garantizar la formación de ciertas categorías de técnicos donde siempre habrá escasez, ante los permanentes cambios en las sociedades y la creciente necesidad de reconducir los saberes.
Si la integración europea llega a hacerse realidad, la cooperación de todos los países de la Comunidad —en lo que a educación se refiere— se convierte en una parte natural del proceso integrador. Ello contribuirá a una estimable mejora en todos los sentidos y, fundamentalmente, en la garantía de empleo y en las condiciones de vida.
Esa integración no pasa por la igualdad en la adopción de medios, de sistemas o de estructuras. Precisamente la diversidad de los sistemas educativos comunitarios debe verse como una ventaja que ha de mantenerse, con el fin de aprender unos Estados de otros. Tal diversidad generará una necesidad inevitable de aumentar la comprensión mutua entre los sistemas educativos, permitiendo un enriquecimiento general al abordar la comparación de ideas, de políticas posibles y de experiencias diversas.
La convergencia europea no está reñida con la permanencia de la diversidad. El conocimiento de los distintos sistemas europeos se convierte hoy en un claro atractivo con la reconocida contribución de programas europeos como SOCRATES que, en su acción ARIÓN —además de otras muchas—, se orienta a las visitas de estudio para responsables y especialistas en temas educativos. Así lo reconocieron los ministros de educación, al comprobar que podía permitir a los integrantes de las citadas visitas de estudio conocer mejor otros sistemas de educación europeos y difundir en “cascada” tal diversidad.
En 1993 el Tratado de la Unión Europea definió la política comunitaria en el ámbito de la educación incidiendo en que “... contribuirá al desarrollo de una educación de calidad fomentando la cooperación entre los Estados miembros y, si fuera necesario, apoyando y completando la acción de éstos en el pleno respeto de sus responsabilidades en cuanto a los contenidos de la enseñanza y a la organización de sistemas educativos, así como de su diversidad cultural y lingüística”.
Se definen, así, los principios generales de la cooperación comunitaria en el campo educativo. Además, es un firme propósito de dicho Tratado incrementar el intercambio de información y de experiencias sobre las cuestiones comunes a los sistemas de formación de los Estados miembros. Ante todo se pretende posibilitar que profesionales de la docencia con responsabilidades educativas en otros países revisen o modifiquen su trabajo diario a la luz de la experiencia directa de estructuras y reformas educativas de otros Estados miembros y, por otra parte, aumenten la cantidad de información seleccionada y actualizada sobre los programas educativos existentes en toda la Comunidad.
Si en enero del año 1995 se dio un paso importante al entrar en vigor el Acuerdo sobre el Espacio Económico Europeo, no es menos importante que , unos años más tarde, los países de Europa central y oriental (PECOs) intervinientes en las negociaciones para acceder a diversos programas europeos, también participen en la acción comunitaria ARIÓN.
Con la participación de los PECOs ha aumentado considerablemente el “abanico” de participantes que representan a los diversos estamentos de los sistemas educativos comunitarios, lo que supone que es mayor el número de profesionales docentes que actúan como “multiplicadores”; pues al ser personas con responsabilidades a nivel nacional, regional y local contribuirán a hacer que otros conozcan la política y la práctica de otros Estados miembros.
Hoy, cuando todas las comunidades autónomas han asumido las competencias educativas, es imprescindible que se tenga presente desde las instancias regionales el papel determinante de la educación y de la formación como factores que contribuyen al desarrollo personal y a la mejora de los valores sociales. Igualmente es indispensable una clara coordinación entre las acciones de las distintas Administraciones y organismos con responsabilidades en materia de formación y mercado laboral para hacer posible que la educación y la formación contribuyan a reforzar la competitividad de las empresas, a favorecer el aumento de puestos de trabajo estables, a la eliminación del paro y a la disminución de la jornada laboral.
Fomentando la formación permanente, potenciando la educación de las personas adultas y favoreciendo la formación continua de los jóvenes, el crecimiento se convertirá necesariamente en empleo y el trabajo favorecerá la integración social, además de la igualdad de oportunidades.