En Opinión & Divulgación se publican artículos de colaboradores esporádicos y de temática variada.
Alberto Majoral
Me encontré a la hora del aperitivo este mediodía con Cabana y con Segarra, ambos columnistas de Libro de Notas. Como es su costumbre, su conversación iba destinada a cambiar el mundo. A grandes, enormes, rasgos, sus conversaciones sobre la salvación del universo entero tienden a circular en torno a la educación y a la creación de empleo por medio de la investigación y las nuevas tecnologías. Yo me río un poco porque entiendo que para ellos, este tipo de conversación es un pasatiempo, como jugar al dominó, pero sin que hayan llegado todavía a la edad de la jubilación.
Tomando el aperitivo con ellos, se me ocurrió meterme en la refriega y proponer algo. Algo que humildemente podría llamar la creación de un nuevo orden mundial. Una nueva globalización, inclusiva, más que la actual, tan exclusiva y financiera; una nueva globalización dedicada a la promoción del bienestar. No tanto de nuevos Estados del Bienestar, sino de nuevas sociedades: sociedades del conocimiento. Podríamos empezar con las organizaciones que se dedican especialmente a la caridad (en vez de la promoción del bienestar, o el conocimiento): las ONGs.
Lo que quiero decir es que las ONGs se deberían de dedicar a trabajar en cuestiones de alta tecnología que pudieran crear otra situación global, que dieran oportunidades y esperanza a grandes grupos de población, en lugar de minúsculas ayudas a pequeños núcleos en situaciones de extrema crisis (también muy necesarias, imposible negarlo). Habría que empezar a pensar en un nuevo tipo de ONGs: ONGs de investigación que puedan ayudar a otros países a competir con las grandes multinacionales en la creación de medicamentos, por ejemplo. De hecho, las multinacionales farmacéuticas no han inventado un medicamento realmente nuevo desde los años 70. Dicen que sus productos son caros porque deben invertir grandes cantidades de dinero en investigación; pero no estoy tan seguro de que las verdaderas cantidades grandes no vayan a publicidad, promoción y distribución, que es lo que produce ventas y, a la postre da dinero. Poner un envoltorio nuevo a un producto viejo es más fácil que crear un producto nuevo. Encima, a esas multinacionales, también por dinero, les interesa muy poco investigar sobre enfermedades y virus que apenas afectan a los países ricos.
Un artículo reciente en Wired hablaba de Cuba como potencia-en-potencia en esto de la investigación farmacéutica. Tienen excelentes investigadores y técnicos, pero les falta equipo. ¿Existen ONGs dedicadas a conseguir equipo para los investigadores del tercer mundo? ¿Por qué no? ¿Y si existen, por qué no se hacen publicidad como las que promueven el comercio justo? ¿Por qué no oímos hablar de organizaciones que promuevan la ciencia justa, o la investigación justa?
La mejor forma de ayudar es aportar los medios a los países pobres para que se puedan sostener por sí mismos. La globalización ha dañado a muchos países agrícolas al reducir hasta niveles de hambre el precio de las cosechas y otras materias primas. Para las empresas de ingeniería genética esto viene como anillo al dedo. Prometen mejores y mayores cosechas. Lo que el campesino no recuerda es que ya existe una superproducción (que no llega a donde se necesita) y que por eso los precios están como están. Una semilla transgénica lo único que hará es hundirlo todavía más. Porque además es cara.
Déjenme soñar durante unas líneas. Una organización interesada en proveer a los países en vías de desarrollo con equipos de alta tecnología para la investigación podría crear una especie de consorcio con un gobierno como, por ejemplo, el de Venezuela. El gobierno pondría los terrenos y las instalaciones y se encargaría de la seguridad (hay que contar siempre con el espionaje industrial). La ONG pondría la tecnología y quizá a un par de científicos, cada uno al frente de su propio equipo de investigación. Otros científicos y sus equipos serían propuestos por el gobierno. Lo ideal sería que al cabo de unos años todo el personal de los laboratorios fuese venezolano (el ejemplo tiene lugar en Venezuela, ¿recuerdan?), aunque se podría traer a expertos y técnicos de otros países para que vinieran a compartir nuevos conocimientos, o a estudiar.
Se calcula que todavía queda por descubrir, clasificar y estudiar un altísimo porcentaje de especies de plantas. Hay quien piensa que muchas de ellas se encuentran en Sudamérica. Las multinacionales llevan años enviando investigadores, botánicos, etnobiólogos, en busca de plantas que puedan aportar nuevas sustancias terapéuticas. ¿Por qué no ayudar a los países de la zona a desarrollar sus propios programas de investigación? Además, se podría hacer tomando en cuenta los conocimientos de los pueblos indígenas e incluirlos en el proceso de investigación. No como cobayas, claro, que es lo que ya ocurre, sino como investigadores ellos mismos, y de pleno derecho.
A cambio, la ONG podría recibir el 30% de la patente, mientras que otro tercio sería para el gobierno y otro serviría para pagar al personal de los laboratorios (hay que pagar bien). La ONG se encargaría de distribuir los medicamentos en el tercer mundo a precios muy baratos, y en el primer mundo a precios “de mercado”, o sea inflándolos igual que hacen las farmacéuticas al uso. O de eso se podría encargar otra ONG, una ONG dedicada a la logística, igual que las podría haber dedicadas a las ventas o a la contabilidad, especialidades muy necesarias todas, si se quiere competir de verdad con las multinacionales en la construcción de la globalización.
Podría haber otras organizaciones sin ánimo de lucro que produjeran equipos de alta tecnología para el tercer mundo, financiados con ventas en el primero. La distribución de ordenadores realmente baratos con software libre no tiene nada de nuevo. ¿Por qué no probar con otro instrumental? Lo que hace falta en los países en vías de desarrollo es tecnología nueva, no los desechos de la tecnología del primer mundo, que llevan recibiendo desde hace muchos años y no acaba de ayudar al progreso.
Este tipo de colaboración entre las Organizaciones No Gubernamentales y los gobiernos de los países en vías de desarrollo podría crear un verdadero boom de la investigación en esos países, que los catapultara en no demasiado tiempo al primer mundo. No toda la investigación tiene por qué ser médica o farmacéutica, puede darse en todos los campos. Los productos que surgieran de esas investigaciones podrían crear toda clase de empleos. Primero, de personal científico; después de personal industrial. Pero para que haya fábricas, hay que construirlas, y eso aportaría dinero a la industria de la construcción. Y todas esas fábricas crearían redes de proveedores de toda clase de materiales y manufacturas. Podría ser la verdadera revolución industrial de América Latina.
Por eso creo que lo que hay que promover en los países en vías de desarrollo es la investigación. Lo que en países como España no se acaba de entender, que el camino al futuro es el del conocimiento y la investigación, debería ser entendido por las ONG. Y estas, deberían prepararse para crear una nueva globalización, la del conocimiento.
2005-04-13 12:29 Estoy muy de acuerdo con el enfoque: la investigación llevada a cabo en los países del primer mundo, financiada por empresas multinacionales en su mayor parte, cuando debe aplicarse en el tercero protege su comercialización con derechos, acuerdos de la OMC, patentes y otras zarandajas.
A la larga, lo que puede ayudarles termina por encadenarles y endeudarles.
Un escrito inspirador, Sr. Majoral. Una idea que no había escuchado antes y que no rebaja a las ONG’s a su actual papel de “administradores del desastre”.