En Opinión & Divulgación se publican artículos de colaboradores esporádicos y de temática variada.
Urariano Mota
En reciente debate público sobre literatura e Internet en Brasil, las cuestiones a seguir fueron puestas encima de la mesa. Aunque no sea un conocedor de literatura o de Internet, menos en esta que en aquella, o al contrario, no sé, lo cierto es que no resisto la tentación de compartir lo casi nada que sé con las personas que me honran con su literatura.
¿La nueva literatura viene de Internet?
Sí, viene y vendrá, mas no exclusivamente. Además, no hay ni puede haber medio exclusivo para la manifestación del pensamiento. La pregunta, si la comprendo bien, debe de querer decir:
a) ¿Existe una literatura que se tornó posible con Internet?
b) ¿Esa literatura posible en ese medio es lo nuevo, es la nueva creación?
Para la pregunta “a” respondemos:
Sí, existe una literatura que se tornó posible por la Internet. Ella viene en las bitácoras, en los sitios web, en los diarios electrónicos, en los más diversos nombres con que se abre en la red. Sí, existe, porque la Internet abrió y agrietó e incidió en el mundo cerrado de las comunicaciones. Ella, Internet, es un extraordinario avance en las diversas tentativas que la creación hizo para demolir el espacio antidemocrático de perdiódicos, libros y editoras. De los pliegos de cordel a la multicopista, de esta a las ediciones independientes, de estas al libro del por mí mismo. Y esa literatura existe porque ella solamente se puede beneficiar de la democracia del pensamiento. Aunque haya un argumento, que yo diría escandaloso y cínico, de que la creación es hija de la represión y de la censura, y que siempre recuerda a los autores surgidos en las dictaduras, o en regímenes atrasados, yo, con los mismos autores cuyos nombres son insultados en ese argumento, siempre me acuerdo de que ellos son la primera señal de agonía del viejo régimen. Así es la grande e inmortal literatura rusa, con Tolstoi, Dostoiévski, Turgueniev, Chejov. Así también, reconozcamos, la gran literatura es síntoma, cuando no la propia agonía de un pensamiento que no soporta el dirigismo. Los periodos más fértiles de cambio, de aires democráticos, siempre dieron margen al nacimiento de lo que antes no podía vivir. En la literatura, en la música, en las artes en general.
Para la pregunta “b” respondemos:
No, la literatura surgida en la Internet todavía no es nueva. Primero, porque nos falta aún la distancia del tiempo —sería preciso un gran don de adivino, una rigurosa intuición de brujos, para ver el futuro que nos mira en el presente. Segundo, porque no podremos jamás caer en la tautología de decir que lo nuevo está en la red, porque está en la red, porque la red es lo nuevo, porque lo nuevo es la red… Tercero porque el quehacer literario exige, como todo quehacer, un largo, muy largo aprendizaje, que pasa por los libros tradicionalmente impresos, que pasa por la maduración en silencio, por la reflexión, por los esbozos y fracasos, por el madurar físico y sentimental, por la vida, en fin, y esto no está online.
1) ¿Qué libros saldrán de Internet?
Mejor sería preguntar, ¿qué libros han salido de Internet? Sería más sensato, aunque más cansino, porque la respuesta exige la búsqueda con una herramienta mucho más allá de Google. (Y cabría aquí una breve disertación sobre los límites de las herramientas de búsqueda en general y de Google en particular, una disertación que Jesús Gómez, editor de La Insignia, aún nos debe). Porque no bastaría con listar los títulos, y ese “bastar”, aunque bastase, traería algunas complicaciones, porque los títulos serían listados a partir de palabras-clave, que son el complicador de los complicadores en cualquier búsqueda. Suponiendo, incluso así, que venciésemos ese obstáculo, o sea, que nos dijésemos, “listo, aquí tengo los libros publicados en la Internet en los últimos dos años”, aun aquí a levantarse iba, perdón por la desusada enclisis, un obstáculo más alto. A saber: qué género es predominante, qué visión, qué mundo, qué quehacer es dominante entre los “n” libros que se publican. Y esto, por su lado, remitiría a una indagación que aún no está resuelta en online: ¿qué es literatura? Desde Aristóteles ¿qué es literatura? Y otra, más adelante: y esto, lo que se publica, ¿es literatura? Otra, por fin: ¿cambió la literatura, la Internet cambió el concepto de literatura?
Hombre, ¿quieres saber demás? El diablo inventó la pregunta.
2) ¿Qué serán (o están siendo) publicados online?
Creo que la “respuesta”, mejor dicho, las preguntas, se encuentran en las líneas inmediatas a la pregunta 2.
3) ¿Es posible hablar sobre una nueva generación de escritores brasileños en la que la tecnología tiene un papel fundamental en la creación y propagación de sus obras?
Los frívolos responderán de inmediato que “sí”, que “sí”, y ya tienen rápido su lista de los nuevos escritores revelados en la Internet. Yo, que no soy menos frívolo, pero tengo más edad, prefiero disminuir la marcha del andar. Divagar, divagar, un poco más de divagar, vamos a analizar, en cuanto tomemos aire. Veamos.
Es general, es ley general, aún no enunciada, mas con frecuencia observada, que las nuevas invenciones, que las nuevas tecnologías, siempre acaban por crear un arte adaptada al uso del invento. Así fue con la máquina de Gutenberg, así fue con la fotografía, así fue con el cine. Lo que antes era deslumbramiento, pura distracción, novedad, pura máquina, se transforma como una insospechada metamorfosis cuando el hombre en general, y con él el artista, tiene el dominio técnico de la máquina. O sea, el hombre pasa a hablar a partir de aquella limitación, y de tal manera habla que el anterior límite se transforma en una liberación de lenguajes y de formas antes jamás vistas. ¡Qué distancia, y que nos perdonen por el amor de Dios la obviedad, qué distancia de los hermanos Lumière a Buñuel! Y vean que la distancia en el tiempo entre el invento del cine mecánico y su arte no ha sido tan grande. Si así fue y ha sido con el cine, con el saxofón o con la fotografía, y nos perdonen la mezcla heterogénea, así será o ha sido con la Internet.
De momento, hasta donde la vista alcanza, hay una generación de escritores online que hace de lo inmediato, de lo instantáneo, un género —lo que vale decir, una generación que usa, y usa como una señal invertida, lo que tal vez sea la mayor liberación del medio Internet: escribir como la luz de una estrella, que muchos años después podrá ser vista como una luz absolutamente nueva. O sea, antes de ser inmediato, el medio puede ser perenne, como la tecnología unida a la cualidad del pensamiento. Que no puede ser, para así ascender a la luz que vemos tiempo y tiempo después, algo opuesto y contrario al amor del verso de Dante, aquella fuerza no descrita por Newton, que mueve el universo y las estrellas.
Estas fueron las respuestas que pensé y mal escribí. Hay otro interrogante, levantado por el ditor de La Insignia: “Hace días Saramago declaró que nadie puede llorar sobre un teclado… una pregunta para ser hecha a los escritores sería: ¿cambió su forma de escribir al pasar de la máquina al ordenador?” Bueno, tomemos una cerveza, o un cafecito. Comencemos por lo más fácil.
El gran escritor portugués solamente podría estar bromeando al decir que la emoción, la conmoción, rechaza el medio Internet. Las lágrimas no vienen en transmisión directa de la línea al papel. Sufrimos o nos conmovemos con lo que habla nuestra historia. Tal vez, quién sabe, busquemos siempre un medio confortable para abrigar nuestro cuerpo apaleado. Una red física, del nordeste, balanceándose en un porche, un asiento aislado en un tren, una cama, una noche de lluvia sin nadie. En esos casos, para el lector, ese creador que lee, puede ser mejor escuchar una voz en las líneas escritas en un papel. Pero esas posibilidades aún son precarias, porque forma parte de nuestro carácter ambicionar más. Queremos saber el sentimiento y el dolor que todavía no se escribió en un papel. Entonces salimos de la cama, y nos sumergimos en lo que este ordenador mediatiza.
Viendo la cosa por otro lado, tal vez Saramago se refiera al creador que escribe, y, a la luz de la propia experiencia, generalice, porque encuentra que delante del ordenador el hombre es un impedido. El ordenador no tiene la extensión del cuerpo que tiene una hoja en blanco. No es el papel en el que escribimos cartas, alegrías, desahogos, maquinamos ternura y proyectamos bombas. El hecho elemental, si se nos permite una observación prosáica, es que la hoja se humedece con lo que sufrimos porque las lágrimas caen, mientras que la tela delante del escritor solamente sería alcanzada si llorásemos lágrimas a chorro, un chorro perpendicular a los ojos. Que nos perdonen la comparación. Pero para llorar no necesitamos caracterizarnos. También sufrimos en el baño, en una fiesta, en el aire, en las nubes o en la luna.
“Es diferente”, podría decirse. “Los lugares, la cosas, dialogan de manera diferente con nosotros. El avión,el cuarto, la cama, el teclado, el papel, comportan diferentes formas de sufrir”. Bueno, ahí la cosa realmente se complica. Los escritores de más de cincuenta años sabe cuánto les amargaron los diversos medios de expresar el pensamiento. Aunque no me sienta a la altura de responder a la pregunta del editor de La Insignia (¿y por qué hacerlo?, un demonio me pregunta —pero no lo escucho, y continuo), aun así, al reflejarse sobre diferentes argumentos que trabé, puedo decir:
La escritura en papel es más íntima, en letritas ilegibles, casi cifradas. Viene de ahí su ventaja y su desventaja. Si todo escritor oye una voz que le dicta, “ve, desgraciado, es por aquí, vamos, infame, ¿quién manda?”, la voz que sopla al oído cuando se escribe en una hoja es la de un demonio embrionario. Un diablillo turbulento, contorneándose, aún sin forma definida. Una cosa fea o bella que todavía mal se presenta. La protesta de la caricia que no hicimos, el tiro que imaginamos recordar —cosa bien definida, ya se ve. Su ventaja es que esta voz es el inicio de la forma que antes andava, vagaba, deambulaba, a la sombra vago vagaba como un feto de lo que sería. Su desventaja es que esta es una voz que tiene que ser traducida para el lector. Tiene que ser reescrita, y más de una vez, reescrita, y reescrita. Cuando escribo, “amé en aquel día como nunca hubiera amado”, esto es nada, esto dice nada para quien me lee. &mdasj;esto es apenas una declaración formal de notario. No obstante, al escribir esto, el demonio me está diciendo también un mundo de imágenes y sentimientos que no tiene escritura y grabación inmediata. Una luz, un paladar de la piel, una frase que se repite en un eco, una distensión del tiempo que es una inmersión más allá de los minutos físicos del reloj mecánico. Si obedezco a la voz que me grita ese mundo, haré como los surrealistas una escritura automática, de registro. Mas esto, sabemos hoy, aun no está para ser leído. Un cosa, de esto sabían mucho los tipógrafos de los originales de Balzac, una cosa es la palabra escrita, otra, bien distinta, es la palabra limpia, clara, digamos, la palabra para el mundo. Nosotros no vemos lo que pensamos antes de escribir, es cierto. Pero también es cierto que alcanzamos la transmisión de lo que pensamos cuando la letra deja de ser nuestra caligrafía. Entre esos dos pasos va un gran cambio, más profundo que la forma.
Entonces llega la máquina de escribir, y con ella, por lo que escribimos hasta aquí, podríamos decir: ¡entonces pasamos a pensar claro! Si la cosa, que es la lucha para expresar el pensamiento, si la cosa fuese mecánica, todo estaría resuelto. Aquellos pasos primitivos, de la letrilla menuda, manuscrita, que ni el autor la entendía, ahora se hace con el batir de las teclas, que se imprimen en un papel con la tinta de una cinta. Pienso “amar”, y golpeo las letras del teclado, “Amar”. Y continúo, “Amar es…”. Que bello, está bien claro y escrito, “Amar es…”. Muy bien, muy mal, porque sigo escribiendo la mayor vulgaridad. ¿Por dónde anda mi diablo íntimo? Es el diablo, él era un diablo asociada a la letrita del manuscrito. Me concentro, en aquella ocasión como ahora, me concentro como un medium esperando una posesión, que no viene. Viene el más oculto de los idiotas sucios de barro de los infiernos a completar la frase con toda suerte de basura. Pero todo de manera muy clara, sin ninguna duda. Entonces veo que me siento como un hombre que hace el amor delante del respetable público. Y por esto me siento censurado, impedido. El pensamiento, como el amor, no fluyó. Ni la frase, cualquier frase. Entonces acordamos, después de muchas tentativas y papeles rasgados y arrojados fuera: el pensamiento corre cuando olvidamos el medio. Si alguien se dice, estoy escribiendo a máquina, entre yo y el papel existe esta máquina, ah, pierde la esperanza de oír al demonio, porque solamente existirá el diablillo oculto en la máquina.
Es claro que abstraer el medio aún no es suprimirlo, materialmente, ni tampoco huir de las diferencias que él inaugura. Quien ya vio una prueba tipográfica del libro de un escritor exigente puede imaginar el nuevo tipo de escritura que la máquina trajo, para el habla de todos los demonios. Son borrones, llenos de garabatos, de tirones, de flechas, de inmensas “x” anulando, de añadidos y trazos manuscritos. En lugar de la antigua voz del diablillo, el escritor ganó un mapa de los infiernos. Hecho a cuatro manos. Con las dos primeras que mecanografían, y con las otras dos después, una a asegurar el papel, otra a enmendar, a cortar, a trazar, con la caligrafía despierta del sueño. El gran y mayor inconveniente de esa escritura fue perder el escritor su privacidad, su silencio (su mayor tesoro), porque mostraba a toda la gente que estaba escribiendo en el momento mismo en que escribía. Toda la vecindad se despertaba debido a las batidas vilentas del teclado. Y entonces él volvía a joder en público. Lo que era una desgracia, porque no todo escritor tiene el nombre y la naturaleza de Bukowski.
Y viene el ordenador. La primera consecuencia fue la desaparición del rastro, de la pista, del registro de las transformaciones de la escritura hasta llegar a la forma en que se publica. Antes, el escritor poseía rasguños, papeles estrujados, pruebas documentales de que penó para alcanzar un estadio legible. Ahora no. Se “deletea”, se apaga, lo que no se quiere. Y con esto se pierden documentos importantes, los fallos, los errores de creación, que pueden ser iluminadores del camino final. La última consecuencia, y no menos importante, fue la de agotar las esfuerzas de quien no está preparado para responder a la pregunta, “¿qué cambió en su forma de escribir al pasar de la máquina al ordenador?”
Respuesta final: -Yo no sé bien si fue el paso de la máquina de escribir al ordenador, de la máquina a Internet. Yo no sé, amigos. Pero después de 30 años entre una cosa y la otra, yo puedo decir de la excelencia de la cualidad que nunca tuve. Créan, amigos, como creen en las posibilidades infinitas del infierno: créanme, este autor que les habla ya fue mucho peor.
Texto aparecido originalmente en La Insignia”, que permitó su reproducción en ldn. La traducción corrió a cargo de mt.
2004-12-16 09:15 La literatura en internet tiene otro recurso: el hipertexto. No solo se reproducen las letras impresas (o las ilustraciones). Para escritores (o calígrafos y pintores) tecnófobos quizás sea interesante leer el trabajo de Adelaide Bianchini Definiciones del hipertexto Todo un mundo de posibilidades aún inexploradas.
2008-01-12 19:22
me siento como si transitara el medioevo y fuera parte de las discusiones entre quienes quieren destruir la imprenta y quienes quieren controlar las producciones, sólo éllos los religiosos eruditos sabedores de conocimientos ocultadores de verdades.
La net es una nueva imprenta, un nuevo modo de distribución de cultura? sin dudas! dejémosla correr, muchas voces muchas lenguas y sentidos, imagenes y sonidos.
No temamos de nuestros ojos y nuestros oídos.