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La imagen poética: algunas consideraciones

Jordi Royo

El lenguaje es el gran motor de esa extraña máquina que envejece con el tiempo, máquina que, como en Valéry, fabrica poesía, y añade inquietud y misterio a la imagen poética; donde hombre y naturaleza constituyen un todo común, un cuerpo completo que ratifica los enunciados de la imaginería hiperbólica del poeta y nos sitúa en la frontera dialéctica donde el “saber amanece”. Un esfuerzo por desvelar ese orden que el poeta intuye y le envuelve en sus ensueños, que le atrapa en sus versos y le conmociona haciéndose reconocible mediante el propio lenguaje, que desbarata sus sentidos más íntimos y le sumerge en la extraña fascinación de un mundo de incertezas lingüísticas que denota un sentir casi olvidado; un impulso revelador e insospechado donde el ritmo y los acentos de la voz del poeta rememoran las latencias de un pasado que se presencia en la fugacidad de sus imágenes.

El poeta prescinde del modelo de razonamiento de la ciencia por estar éste sometido a una infinitud de hipótesis materialistas que no pueden dar cuenta de sus intuiciones; que no pueden llegar a racionalizar sus emociones con unas pautas que sólo atienden a las relaciones visionadas en los fragmentos de una realidad que ha sido armonizada por los distintos usos a los que se ha adherido, La sistemática reducción lingüística de todo cuanto le acontece y rodea ha precisado de una metodología discursiva que está implícita en todos los procesos de decodificación del mundo; donde el hombre no puede desvelar un territorio de incertezas lingüísticas que le habían hechizado. El discurso informador y comunicativo que se desprende de las estrategias utilitaristas del hombre queda adormecido en la superficie desbordante de los acontecimientos, en aquellos límites cerrados y excluyentes que la ciencia del hombre ha considerado aceptables para la comprensión del mundo. El discurso poético quiere acercarnos a un ciclo vital que ha estado siempre latente, a una obra destinada a ser entendida en su total dimensión que el poeta reafirma y distingue en un impulso primigenio que desordena sus experiencias más íntimas, que se expande alrededor de una estructura lingüística que existe independientemente como una entidad que no siempre reconoce la disfunción de las estructuras más emblemáticas de su psiquismo.

La comprensión de la poesía necesita de un conocimiento que libere al hombre de sus experiencias cotidianas y de sus asociaciones instrumentalistas, que requiera de toda su atención para que sea posible la figuración de las imágenes que ella genera y que su mirada propicia. La poesía no pretende alterar el orden que el lenguaje ha impuesto sobre el mundo, ni tan siquiera ha de ser considerada como un imperativo al que hay que atender. No obstante, es ajena a ese orden que ha encerrado al lenguaje en un complicado sistema de equivalencias que nos encadena y que fuerza a entender la realidad con unos esquemas contemplativos previamente concebidos.

La poesía, en todo caso, encamina, contornea un territorio extraordinariamente diverso que atrapa el sentir del poeta haciendo de él un ser aparentemente enajenado, que irrumpe en su vida atendiendo la violenta indefinición de unas presencias que le atrapan por entero y lo sumergen en un mundo de fascinación insospechado. La poesía también necesita de la conversación, de un discurso vivencial y dinámico que recoja el difuso saber que el lenguaje cotidiano conlleva, que nos inmerse con sus nostalgias e incertezas en unos territorios aún velados que el poeta nos quiere mostrar y que nos descubre en cada verso con sus constantes analogías. La poesía desborda el significado de los valores adheridos a las palabras utilizadas en el uso cotidiano del lenguaje. Porque estos usos no pueden dar cuenta de un lenguaje que sumerge al poeta en unos territorios todavía no descritos por las estrategias contemplativas de la percepción. La poesía necesita llegar a decir lo intuido, a precisar en un lenguaje singular lo que el lenguaje cotidiano no precisa; quiere concebir un nuevo orden de significación que sobrepase el sentido material del texto para lograr su realización efectiva.

La imagen poética nos da acceso a una realidad escindida de lo “irreal”, a un territorio hasta ahora velado a los sentidos del hombre que permanecen ocultos por el constante desafío a los que están sometidos; que trasciende los límites desmedidos de la realidad rebasando normas y convenciones lingüísticas en un esfuerzo por desvelar un lugar originario donde los “ecos del pasado” y las “primitivas palabras” encuentran un nuevo sentir que vaga en la infinitud del nuevo mundo. El poeta redescubre el mundo con la palabra y ya no puede observarlo con las mismas particularidades que el lenguaje cotidiano le ofrecía. Pero es en esa relación de dependencia con el lenguaje donde el poeta, en el acontecer de sus imágenes, imprime nuevas inquietudes y diversos referentes que le sitúan en el origen mismo del lenguaje; en un orden de libertad lingüística que le capta por entero y pone al lenguaje en un estado de emergencia que desborda todos sus sentidos. El poeta, en el acontecer de sus imágenes, imprime nuevas inquietudes y diversos referentes que le sitúan en el origen mismo del lenguaje; en un orden de libertad lingüística que le capta por entero y pone al lenguaje en un estado de emergencia que desborda todos sus sentidos. En la simplicidad con la que se muestra la imagen poética resuenan voces que quieren mostrar un universo de absoluta indefinición que el poeta intuye, que no sabe cómo emergen en su pensamiento pero que en su devenir desvelan un mundo de primigenia trascendencia que le atrapa en la errática involución de sus sentidos; un fugaz y desfigurado universo donde las imágenes del mundo lingüístico son violentadas por un sentir innovador que muestra un dinamismo propio, un dinamismo embriagador y penetrante que nos conduce a la ingenuidad originaria del hombre que reposa letargada en los recónditos parajes de su espacio onírico.

La imagen poética es acto y no objeto y, por ello, siempre novedad, siempre renovación y tensión en el poeta que se manifiesta con una desbordante actividad lingüística que le arrastra a los confines de sus sentidos. La novedad de la imagen poética es la actualidad misma del lenguaje; su irreductible fascinación y misterio hacen que la palabra reencuentre aquellos sonidos que anteriormente habían hablado al hombre, aquella entonación ancestral con la que transmitían enigmas y fenómenos que ahora reposan letargados en los laberintos indescifrables de su memoria colectiva. La imagen poética dota al hombre de nuevos modos de indagación para el desvelamiento de esos otros territorios que aguardan impacientes en un proceder radicalmente intuitivo y esencialmente alejado de los modos de aceptación de la realidad. Pero ese nuevo orden en el que nos sumerge la imagen poética es un territorio que todavía no ha sido calificado por las estrategias que sobre el mundo impone el lenguaje. Así el poema es una región intermedia donde todo está permitido, donde se mezcla ensoñación y realidad para iniciar un viaje hacia la profundidad inestable de los sentidos; donde la perseverancia de los recuerdos se encuentra atrapada en el interior de uno mismo, en la tortuosa sinrazón de un mundo que muestra su indiferencia a la diversidad enigmática de las imágenes que nos ofrecen los poetas. La imagen del poeta transgrede la realidad expresada por el lenguaje de la vigilia y nos sumerge en un mundo lleno de referencias y caracterizaciones diferenciadas de las empleadas en nuestros usos convencionales. La imagen poética tiene que ser contemplada en la fulguración de su acontecer, en el instante mismo de su generación, “en el minuto de la imagen”, en ese instante de espontánea simplicidad y armonía que posibilita la apertura de los sentidos a un mundo de permanencia insospechado. En la imagen poética el tiempo rompe su linealidad y posibilita la visión de un universo rebosante de nuevas caracterizaciones, un universo de extrema ingenuidad donde la palabra poética registra el acontecer de un mundo que nos capta por entero y desoye los enunciados oportunistas del lenguaje cotidiano. La imagen poética no es un producto de convención, ni tan siquiera trae a nuestro pensamiento los mismos objetos de representación que las palabras utilizadas designan; su vivacidad nos sumerge en un territorio donde los objetos y los fenómenos del mundo se manifiestan en un estado de libertad originaria que nos atrapa por entero.

El poeta percibe en la imagen poética la fundamentación de su existencia: la realidad supuestamente conocida deja de ser la medida de un mundo de trascendencia que ahora descubre, que ahora acontece ante su mirada de un modo simple y espontáneo que revive gracias a la imprecisión del lenguaje. La imagen poética no es un simple correlato de la realidad; en su vivacidad, en las distintas apreciaciones existenciarias en la que nos sumerge, la apariencia del mundo deja de ser el objeto acerca del cual el hombre puede justificar su existencia.

Jordi Royo es poeta, autor de los libros naznava (1982), Ipshitilla (1983), il Gobbo (1988), in memoriam (1989), la utilidad de la muerte (1997) y okupación del alma (2002).
El presente texto es una sinopsis del libro que acaba de publicar La imagen poética: algunas consideraciones (Bassarai, Victoira-Gasteiz, 2004).

Jordi Royo | 02 de noviembre de 2004

Comentarios

  1. claudia patricia zuluaga toro
    2012-01-09 21:40

    Respecto a este articulo se puede decir que sin imagen poética no hay poesía y que es el poeta quien le atribuye ese valor, por lo tanto, como el poeta lo exprese esta bien siempre y cuando para el tenga sentido, en ese caso, de que se compone el sentido? y si solo se trata de lo que el poeta quiere decir, esto también podría querer decir que el poeta escribe mas para si mismo que para los demás.


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