En Opinión & Divulgación se publican artículos de colaboradores esporádicos y de temática variada.
por Germán Machado
Tantas veces anunció su muerte, tantas la llamó, la miró cara a cara, la silbó, la bramó, tantas veces, que ahora, cuando efectivamente ha muerto, nos dan ganas de decirle que sí, que se salió con la suya. Pero ya es tarde.
Fue profesora de literatura antes de que los militares la destituyeran de la enseñanza pública. ¿Cómo iba a ser posible que Idea Vilariño, nada menos que ella, anduviera entre jóvenes estudiantes, enseñando La Odisea, o a Baudelaire, o a los poetas místicos españoles, o a Rubén Darío? Justo ella, que un buen día escribió esa canción, Los orientales, que fue para nosotros como un canto de coraje y resistencia contra la dictadura militar. Para entonces ya había escrito aquel libro que denunciaba la podredumbre que rodeaba nuestro país y nuestro continente. Para entonces, 1966, ya había comprometido su poesía con aquel, con este, Pobre mundo.
POBRE MUNDO
Lo van a deshacer
va a volar en pedazos
al fin reventará como una pompa
o estallará glorioso
como una santabárbara
o más sencillamente
será borrado como
si una esponja mojada
borrara su lugar en el espacio.
Tal vez no lo consigan
tal vez van a limpiarlo.
Se le caerá la vida como una cabellera
y quedará rodando
como una esfera pura
estéril y mortal
o menos bellamente
andará por los cielos
pudriéndose despacio
como una llaga entera
como un muerto.
(De Pobre Mundo, 1962: 215) [1]
Y hablando de dictaduras, recuerdo que la leí por primera vez en 1980. La leí siendo un adolescente montevideano. Es difícil explicar ahora lo que significó esa experiencia. Supongo que a otros les habrá sucedido algo similar. Leí ese año su libro Poemas de amor (en una edición rara, de Acalí Editorial, un círculo de lectores en el que mi madre se había suscripto). A esa edad, y en ese Montevideo, uno apenas podía tener idea de cómo encarar los deseos de un cuerpo vibrante e indeciso. Cómo encarar aquello, y cómo intentar abordar a las muchachas de uniforme que llamaban la desdicha de uno mismo sin saberlo, sin sentirlo. Dije de uniforme, sí, pues en aquel entonces era obligatorio concurrir uniformados a los liceos. En Uruguay, el plomizo aire militar apenas nos dejaba un par de bocanadas límpidas. Y no era fácil para un estudiante de secundaria andar por ahí ventilando el dolor, el pudor o la ira que el amor entonaba. No era fácil. Y entonces, Idea, su poesía, Una fuerza/ una pasión honesta y unas ganas/ unas vulgares ganas/ de seguir. Esa bocanada de aire:
CANCIÓN
[Aquí para escucharla en la voz de Zitarrosa]
Quisiera morir
ahora
de amor
para que supieras
cómo y cuánto te quería.
Quisiera morir
quisiera
de amor
para que supieras.
(de Poemas de amor, 1955: 166)
Ahora puedo suponer que a otros adolescentes, en otras épocas, y en otras ciudades, les habrá sucedido lo mismo que a mí. Leyendo a Vilariño fuimos aprendiendo que el amor, al menos el que nos susurraba su poesía, era una cosa dura, difícil. El amor en su poesía era el emergente de una tensión furiosa, que si bien resonaba con voz de mujer y miraba con ojos de muchacha eterna, había calado tan hondo, había llegado tan cerca de las raíces del conflicto humano, que lograba, luego de exaltar su origen de género (su femineidad), volverse universal, darle cabida también a la voz del hombre y a la mirada del muchacho. El amor que ella poetizaba no era líquido. Era la pura piedra, la pedrada.
Y dije líquido, sabiendo que hoy, todo pareciera licuarse: el amor, sí, pero también el arte, y la literatura, y la poesía. La poesía que hoy transita de lo fácil a lo facilísimo, desdibujándose como una onda idiota en un charco de agua inmunda. ¿La poesía? No la de Vilariño, por cierto. Su poesía es otra cosa. Una poesía que aunque parece simple, sencilla, tiene un trabajo de años, de siglos tal vez, buscando el ritmo duro, concentrado, austero, ese ritmo de cosas sugeridas: las raíces, las semillas. Nada fácil.
HAY POR QUÉ
No hay por qué odiar los tangos
ni el mar
ni las hormigas
no hay por qué abominar de la sonrisa
del sol
de los mandados
de los torpes cuidados de los hombres
no hay por qué estar asqueado de los diarios
de los informativos de la radio
de las concentraciones.
O hay por qué.
Hay.
Si habrá.
Sí. Pero.
Pero no hay qué.
Supongo.
(de Pobre mundo, 1972: 229)
La poesía de Idea Vilariño resuena en nuestras cabezas, las abre y las prepara, a la hora de pensarnos y sentirnos. Y es que ella dio en las teclas más profundas de nuestra pasión melancólica, esa, que heredamos como un mito: el de los orientales condenados al fracaso, la derrota, el éxodo, la huída. Tendríamos que considerar que el artiguismo —nuestro mito fundante como nación, una casi epopeya— ha equivalido a una versión tosca del existencialismo de Heidegger. Más ramplona aún que la versión de Sartre, y que la de la nouvelle vague (de más está decirlo). Y si esto fuera cierto, si no estuviera exagerando al afirmar esa veta extraña del artiguismo actual, entonces, sería explicable porque en nuestra memoria, en nuestra débil identidad de uruguayos, la poesía de Idea Vilariño hilvanó una lírica y una épica hasta fusionarlas. Así lo presiento hoy, en este pedazo de tierra, en esta frontera virtual, y en esta manía nuestra, este aire de existencialismo que arrastramos. La poesía de Idea satisface aquí una necesidad casi universal de ser para la nada, ser para la derrota, para el éxodo, para el ya no, para el completo vacío, el pobre mundo, alguna milonga, un rock, un tango: así hemos ido.
Han pasado muchos años desde aquella primera lectura. Y así como en todo este tiempo he conocido imitadores e imitadoras, cabe decir también que algunos integrantes de mi generación, o de la siguiente, intentaron en su momento negar a Idea Vilariño: efectuar un matricidio, o algo así. Algunos se atrevieron. No sabría decir cómo les fue. Yo no pude, o no quise, o no me interesó. Es cierto que varias veces he vuelto a sus poemas con esa mezcla del desdén de adolescente y la melancólica manía del joven que no cuadra en lo vivido. Pero me gusta pensar que en esas idas y venidas, leyéndola de distintos modos, cultivé mi aún no con el cual darle una vuelta de tuerca a la forma nihilista de sus No y de sus Nocturnos. En definitiva, otra forma sombría de la ilusión: dar por perdido el paraíso, para recuperarlo, para seguir, para volver a darlo por perdido, y así, hasta el cansancio.
PARAÍSO PERDIDO
Lejano infancia paraíso cielo
oh seguro seguro paraíso.
Quiero pedir que no y volver. No quiero
oh no quiero no quiero madre mía
no quiero ya no quiero no este mundo.
Harta es la luz con mano de tristeza
harta la sucia sucia luz vestida
hartas la voz la boca la catada
y regustada inercia de la forma.
Si no da para el día si el cansancio
si la esperanza triturada y la alta
pesadumbre no dan para la vida
si el tiempo arrastra muerto de un costado
si todo para arder para sumirse
para dejar la voz templando estarse
el cuerpo destinado la mirada
golpeada el nombre herido rindan cuentas.
No quiero ya no quiero hacer señales
mover la mano no ni la mirada
ni el corazón. No quiero ya no quiero
la sucia sucia sucia luz del día.
Lejano infancia paraíso cielo
oh seguro seguro paraíso.
(De Paraíso perdido, 1947: 73)
En estos días la he vuelto a leer. Ahora con un objetivo más preciso: seleccionar una poética para publicar en el almacén de Artes Poéticas de Libro de Notas. A primera vista no es sencillo, porque nunca tituló Ars poética, o Poética, o La poesía, ninguno de sus poemas. Sin embargo, encuentro tres que, de algún modo, creo que resumen lo que es su visión y su concepción de la poesía.
De un lado, la poesía que se comprometió con la realidad del mundo y las causas populares:
SÓLO PARA DECIRLO
Qué hijos de una tal por cual
qué bestias
cómo decirlo de otro modo
cómo
qué dedo acusador es suficiente
qué anatema
qué llanto
qué palabra que no sea un insulto
serviría
no para conmoverlos
ni para convencerlos
ni para detenerlos.
Sólo para decirlo.
(De Pobre mundo, 1970: 239)
Del otro, la poesía que se acercó cautelosa, pesimista, austera, a lo más hondo, lo nocturno, lo inefable, de nuestra condición humana:
bq. A CALLARSE
Qué puedo decir
ya
que no haya dicho
qué puedo escribir
ya
que no haya escrito
qué puede decir nadie
que no haya
sido dicho cantado escrito
antes.
A callar.
A callarse.
(De Nocturnos, 1987: 129)
Y digo que encontré tres poéticas, porque no puedo dejar de contabilizar ese poema, un díptico, con el que cierra el libro No, y que con mucho tino también puso al final de la edición de su Poesía completa:
Inútil decir más.
Nombrar alcanza.
(Poema 58, de No, s/f: 320)
En fin, hasta aquí llegamos. Ella definitivamente muerta y uno leyéndola de nuevo: sin cruces, sin dioses, sin cielo, sin más nada.
Y diré que estoy triste
qué otra cosa decir
nada más
que estoy triste.
Estoy triste.
Eso es todo
(Poema 24, del libro No, 1995: 286)
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[1] Idea Vilariño publicó en 2006 su Poesía completa en la editorial Cal y Canto (Montevideo). En esta edición fue sumando a los libros publicados otros poemas, siguiendo un criterio temático pero fechándolos de acuerdo con el año de escritura (cuando pudo identificarlo). De ahí que al transcribirlos opté por atribuirlos a uno u otro de sus libros, los feché, y anoté la página en la que aparecen en la edición de Cal y Canto, publicada a su cuidado.
2009-05-07 11:10
Gracias, Germán.
Lo he disfrutado; es precioso tu texto y geniales los poemas (y canciones) que nos traes.
Un beso.