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Por Tatiana Oroño
Mi casete grabada en el estrado inaugural del XVII Festival de Poesía de Medellín no podría ser desgrabada ni copiada. Resbalan voces en la rampa de versos en diversas lenguas, timbres, modulaciones, intensidades. Reverberan en la multitud que anilla a los poetas desde gradas recorridas por el rumor de miles de presencias y el colorido de las ropas que desbordan el estadio y se aglomeran en guirnaldas, racimos, bajo emblemas y follajes entrelazados. “Yo vi subir del otro lado de los desastres un río de pájaros y de tréboles” es el lema oficial.
Al llanto de la kora (arpa-laúd) de Alhaji Papa Susso, de Gambia, le responde el de una criatura que resuena nítida un instante. A las voces de Nahid Kabiri (Irán) de blanca túnica talar, flexibles brazos y fraseo brillante:
Rasgo la alborada
es muy estrecha para mí
y el día es una falda corta
¡que ni siquiera me llega a las rodillas!
La avergonzada policía cívica
sopla su silbato
para advertirme
el reglamento
¡la desnudez en público
está estrictamente prohibida!(Velas alzadas)
o la de Merle Collins (Granada), dueña de una potente bondad política y poética:
tal vez tú tienes
suerte
cuando estás a
tono
con la música que
están tocando
no así los
que quieren una canción
diferente
(Música)
o la de Patricia Jabbeh Wesley (Liberia /EEUU) quien se apropia de sus matrices orales africanas para “buscar el detalle vívido” que facilite al público “conectarse con lo que desea contar” y lo logra, con sacudimiento:
La vasija
ahora hecha añicos
su contenido
derramado
como vino de palma
a través de las regiones
del mundo
(África)
a estas voces, responden el silencio de los oyentes y los aplausos que se sueltan como palomas. Y también respondo, con mi deslumbramiento ante el fragor de esas letanías y amonestaciones, poesía en lengua persa, inglesa y africana, y en castellano.
Medellín no puede contarse. La apertura del festival no puede contarse. Así como mi casete no se deja abarcar por la imposible traslación, aquellos acontecimientos rehusan la referencialidad, la narración de lo que fue. ¿Dónde empieza lo que fue? ¿En la lectura de Noticia de un secuestro de Gabriel García Márquez para quien Medellín, la más bella de las ciudades colombianas fue también la más temible? ¿En las películas La sierra, La virgen de los sicarios o Melodías, que constituían mi capital de imágenes al momento de partir? ¿O en el intercambio electrónico con los organizadores, con Luis Eduardo Rendón concretamente, que respondieron mes a mes siempre al instante como si no durmieran jamás? ¿En el aeropuerto de Panamá donde una madre con dos hijos me contó que viajaban tan sólo para no perderse el festival? ¿O en la visión de una naturaleza inimaginable, edénica, que ofrece un horizonte multiplicándose en verdes infinitos, en especies vegetales ni soñadas mientras se desciende por el antiguo camino de los arrieros en un moroso tránsito por el corregimiento de Santa Elena? ¿Dónde empieza el festival internacional de poesía de Medellín? Para mí, empieza en el yarumo. Debo elegir un punto de partida. El árbol de hojas desplegadas, alas extendidas, que brillan como plata. Un espejismo propio de otros siglos y otros ojos. Pero es mío. Incontables yarumos de tronco oscuro navegan en los verdes salpicados por el sol. Vamos hacia esa ciudad en el valle y sus laderas, donde murió Gardel y el tango vive. Donde vive una poesía colombiana que no conozco. Donde un colectivo de 120 personas, la corporación Prometeo, ha logrado convocar a 74 poetas de 50 países, hablantes de 23 lenguas, en un abanico etario de alrededor de 60 años entre sus participantes. Un esfuerzo colosal, pero no sólo. También cordial. Nos rodeó el afecto. Como si organizadores y asistentes a las lecturas se hubieran puesto de acuerdo. Tuve que buscar explicaciones. Encontré fuentes. Pero toda última clave para esa suerte de milagro, si la hubiera, sería probablemente reducción. Hay una particularidad que según los antioqueños les es propia, la hospitalidad. Hay otro rasgo observable: la religiosidad piadosa, encarnada y no dogmática, de que están imbuidos. Pero quizá haya que pensar en la postergada avidez de vida digna que los anima, un deseo que encontró cauce en el proyecto Prometeo iniciado el mismo año que García Márquez recibió el Nobel y pronunció su célebre discurso en el cual afirmó que “aunque la independencia de la Corona española no nos libró de la demencia”, la literatura ha llevado “ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”. En ese contexto es preciso situar lo expresado por Gabriel Jaime Franco en la conferencia de prensa inaugural: No es con el festival ni es con versos que se va a construir la paz en el país. Pero estamos convencidos de que cualquier paz que se construya sin tener en cuenta la transformación espiritual y ética de la sociedad, el arte en particular y la poesía más concretamente, no sería más que un cambio en el decorado. La transformación social inaplazable con justicia tiene que tener en cuenta la cultura. Nosotros queremos incorporar la cultura a los esfuerzos de transformación ya que hay un derecho no consagrado en la carta de las Naciones Unidas que es el derecho a la belleza. Y el festival es la aplicación de ese concepto de democracia futura. En la misma oportunidad Fernando Rendón señaló aspectos singulares de la edición de este año: la distinción del Premio Nobel Alternativo de la Paz 2006 y los 25 años de la revista Prometeo celebrados con la inauguración, en su página web, de la primera y tal vez única antología de poesía oral en video con 226 poemas de poetas de 112 países, resultado de cuatro años de edición. Tras una breve intervención mía desde el público, el director del festival agregó una anécdota simpática: en la estadística de más o menos 400 o 500 mil personas que anualmente visitan nuestra página, cerca de la mitad en este momento, son de Uruguay. Se non è vero è ben trovato —pensé a la uruguaya. E imaginé a un montón de colegas, algunos con nombre propio, entrando a la página en la que se dibuja “bienvenidos” sobre las espaldas de un auditorio multitudinario con los ojos puestos en un estrado, chiquito allá lejos, en las faldas del cerro Nutibara. Este es el paseo preferido de los enamorados —dijo alguien mientras lo subíamos, la tarde de la inauguración. Bobos para elegir —pensé.
Después bajamos del bus. Subimos hasta la entrada del anfiteatro y empezamos el descenso a través de un hormiguear humano más que nutrido alrededor de las mesas de libros donde también se ofrecía un formulario de encuesta al público y un poema que sería leído por todos los asistentes a coro, para sorpresa de los desprevenidos. En esas mesas al igual que en todas las demás a la vista durante el festival, las Memorias, de 400 páginas, se vendían como pan caliente. Pienso que nadie firmará en su vida tantos autógrafos como los que se firmaron en aquellas páginas durante los días de Medellín. “Nunca volverá a pasarnos algo como esto” —murmuró Dina Posada (El Salvador). “Para todos nós, principalmente para mim, a experiência de Medellin foi enriquecedora e deslumbrante” —me escribe Corsino Fortes (Cabo Verde). “Esto sí que me resultará inenarrable en Madrid” —confesó con parquedad Julieta Valero (España).
Durante la apertura, sentada en el fondo del escenario, vi durante mucho rato el flujo ininterrumpido de ingreso. Esto no es un festival de rock, no es la final de un campeonato de fútbol, no es un acto de cierre de campaña política —pensaba incrédula. Se me caían las lágrimas.
La noche del cierre era además mi cumpleaños. Encendí un velón que me habían regalado en la lectura del día anterior en Sabaneta cuya Casa de Cultura tenía un jardín recorrido de rocíos y perfumes. (Allí sentada junto a Titinga Frédéric Pacere (Burkina Faso) el “Nocturno” de José Asunción Silva, el famoso, musitó en la memoria sus primeros versos bajo ramajes majestuosos.)
Encendí el pabilo como homenaje a la vida y a todos. Ya había empezado a llover. Y arreció la tormenta. El público resistió. Como la mayoría se cubría con unas capas plásticas blancas y tanto ellos como el aguacero eran iluminados por potentes reflectores, el panorama tenía algo de visión irreal. Sobre el negro del cielo y los árboles, bajo el trueno, los encapuchados brillaban diáfanos, como almas. Eran cuerpos mojados, empapados, brillantes. ¿Alentaban en ellos pasado y porvenir, las multitemporalidades de las cinco Colombias? Acaso. Razones tendría la niña de 10 años que escribió en una escuela popular de la comuna 16 de Medellín, “país es una comunidad en la que habitan seres vivos y seres muertos”. Gracias por la celebración colectiva de la poesía, Medellín. ¡Salud, y paz, y vida, Medellín!
Montevideo, setiembre de 2007
2008-01-31 21:44
Tatiana Oroño:
Que bueno que has sentido esta ciudad… solo asi puedes entenderla, verla diferente…
Hablar es facil, juzgar es facil, “Ama y entenderás..quien no ama, juzga pero no entiende…San Agustin”