En Opinión & Divulgación se publican artículos de colaboradores esporádicos y de temática variada.
Judith Pascoe
Fragmento de la ilustración de Christoph Niemann para NYT
El dueño del pene de Napoleón murió el jueves pasado en Englewood, New Jersey. John K. Lattimer, que había sido profesor de la universidad de Columbia y coleccionista de reliquias militares (algunas macabras), poseía también el cuello ensangrentado de la camisa de Lincoln y una ampolla de cianuro de Hermann Göring. Pero el pene, que se supone había sido amputado por un sacerdote que administró la extremaunción a Napoleón y se pasó un poco de la raya, sobresalía (con perdón) en la colección del profesor compuesta de armaduras medievales, rifles de la guerra civil americana y dibujos de Hitler.
La posibilidad de que el pene de Napoleón fuera extirpado de modo que pudiera convertirse en un souvenir se hace mayor si tenemos en cuenta que vivió y murió en una época en que los restos físicos de los famosos ejercían una fuerte atracción sobre el público. Shakespeare no se convirtió en Shakespeare hasta el comienzo del período romántico, cuando se escribió su biografía, se comentaron sus obras teatrales y se buscaron y conservaron sus pertenencias personales. Los árboles que crecían junto a las casas donde había vivido el bardo fueron talados para proporcionar la madera necesaria para crear cofres de té y tapones de pipa [1] “shakespeareanos”.
Después de la derrota de Napoleón en Waterloo, sus posesiones viajaron por toda Inglaterra. Su carruaje, lleno seductoras curiosidades como un raspador de lengua de oro, un cepillo para la piel, “pequeñas ropas de Cashimeer” y una chocolatera, atrajo muchedumbres e hizo que el poeta Byron codiciara una reproducción. Cuando Napoleón murió, los árboles que bordeaban su tumba en Santa Elena fueron literalmente hechos astillas para hacer con ellas souvenirs.
La creencia de que los objetos están penetrados por la esencia duradera de sus propietarios, llevada a un extremo, condujo a un estado de ánimo que hizo a Mary Shelley guardar el corazón disecado de su marido en un cajón de su escritorio. La costumbre de coleccionar reliquias es muy anterior al periodo romántico, por supuesto; los peregrinos medievales buscaban fragmentos de la cruz verdadera. Como secuela de la Reforma, reliquias religiosas que habían sido descartadas de monasterios pasaron a formar parte de colecciones laicas seculares donde se mezclaban libremente belemnites (moluscos cefalóodos del Jurásico y el Cretáceo) con huesos de dedos de santos. Cuando Keats murió, su pelo adquirió el atractivo sobrenatural de un artefacto religioso.
El pene de Napoleón no fue la única parte del cuerpo napoleónico que añadió leña al fuego del coleccionismo. Dos pedazos del intestino de Napoleón, adquiridos por el museo de la Real Universidad de cirujanos de Inglaterra en 1841, provocaron una prolongada discusión que comenzó en 1883. Ese año, sir James Paget puso en tela de juicio la autenticidad de los especímenes en cuestión, contrastando las protuberancias aparentemente cancerosas de los mismo con el tejido sano que el médico de Napoleón había descrito con anterioridad. En 1960, la disputa aún continuaba en los anales de la Real Universidad de cirujanos de Inglaterra, mucho tiempo después de que las piezas del intestino de Napoléon hubieran sido destruidas en un ataque aéreo durante la Segunda Guerra Mundial.
El Dr. Lattimer, que era urólogo, podría haber aducido un interés profesional en los órganos genitales de Napoleón. No así su propietario anterior, el librero y coleccionista A. S. W. Rosenbach de Philadelphia, que derivaba un placer “Rabelaisiano” de la reliquia, según su biógrafo, Edwin Wolf. Cuando Rosenbach puso el pene napoleónico en exhibición en el museo de arte francés de Nueva York, los visitantes escudriñaban en una vitrina para ver algo con la apariencia de un cordón de zapatos retorcido, o una anguila arrugada.
Es posible que nunca sepamos con certeza si el objeto atesorado por el Dr. Lattimer estuvo alguna vez unido al cuerpo de Napoleón o no. Algunos historiadores ponen en duda que el sacerdote hubiera podido escamotear el órgano con tanta gente entrando y saliendo de la estancia donde el emperador agonizaba. Otros sugieren que tal vez el sacerdote hubiera cortado solamente una muestra parcial. ¿Si bastante gente cree en un pene posiblemente falso, se convierte por ello en verdadero?
El patetismo del pene de Napoleón —llevado y traído durante décadas, apenas reconocible como parte de un cuerpo humano— evoca los aspectos más sórdidos del coleccionismo. Si, como sugiere Freud, el coleccionista es un misántropo sexualmente inadaptado, entonces el falo del emperador es un objeto de coleccionista sin par, el epítome de la potencia y dominación masculinas. Las huestes de entusiastas de Napoleón, debemos observar, incluyen a muchos de los llamados “varones alfa”: Bill Gates, Newt Gingrich, Stanley Kubrick, Winston Churchill, Augusto Pinochet. Sin embargo, el paradigma freudiano nunca ha justificado la existencia de coleccionistas femeninas, ni explica el atractivo que por las colecciones sienten algunos artistas como Lisa Milroy, cuyas pinturas de zapatos o tiradores de gabinetes, dispuestos en serie, prestan vida a estos objetos comunes.
Ya es hora de que dejemos el pene de Napoleón descansar en paz. Los museos se están deshaciendo poco a poco de restos humanos de pueblos indígenas para poder darles apropiadas sepultura. Al pene de Napoleón también se le debía permitir volver a casa volver a reunirse con el resto de tan fascinante cuerpo.
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Traducción de Jesús Nariño del origal en inglés publicado en el New York Times: Collect-Me-Nots
N. del T.: El título del artículo es intraducible. Se trata de un “pun” (juego de palabras) con “Forget-me-not” (Nomeolvides); en este caso “Collect-me-not” vendría a ser algo así como “Nomecolecciones”. Los nombres que aparecen debajo de los frasquitos también son “puns”: Tut´s guts serían las tripas de Tut, Poe´s toes los dedos de los pies de Poe, Mao´s brows las cejas de Mao, pero traducidos no tienen gracia alguna porque la rima desaparece. En español podríamos decir, por ejemplo, los cojones de Romanones, las cejas de Canalejas, los intestinos de Moratinos, etc.
[1] “Tobacco stoppers”. Se trata de unos artilugios que se utilizaban (y se deben de seguir utilizando) para apretar el tabaco dentro de la cazoleta de la pipa. N. del T.
Judith Pascoe, profesora de inglés en la universidad de Iowa, es autora de “El gabinete del colibrí: Una rara y curiosa historia de coleccionistas románticos.”
El artículo fue un descubrimiento de La Petite Claudine
2007-05-22 10:25
creo que el útil para empujar el tabaco en la cazoleta de la pipa del que se habla en la nota del traductor se llama ‘atacador’
2007-05-23 00:14
Para mí lo más sorprendente de este tipo de ferichismos es ese salto extra de irracionalidad y absurdo: uno entendería que se guardase como oro en paño el pene de Sade o la nariz de Góngora, pero ¡la polla de Napoleón!
Saludos
2007-05-31 19:10
Un artículo muy interesante!