En Opinión & Divulgación se publican artículos de colaboradores esporádicos y de temática variada.
Candi Muñiz
En 1973, Bernard Pivot, un joven periodista francés, da curso a su vocación de periodista literario presentando un programa de crítica de libros, titulado «Abran las comillas» (Ouvrez les Guillemets), sustituido dos años después por «Apóstrofes» (Apostrophes, en Antenne-2), que adquirió gran renombre, emisión interrumpida en 1990, para ser sustituida un año después por «Caldo de cultura» (Bouillon de culture, de 1991 a 2001 en France-2) con un horizonte más amplio, donde se incluyen cine, teatro y pintura, digno heredero de ambos.
Es casi un milagro un programa de televisión sobre libros, en la franja horaria de máxima audiencia, el viernes, a las nueve de la noche. Para los autores, ser convocados por Bernard Pivot ya era un gran honor en sí, poco importaba si su libro iba o no a salir bien parado, porque el señor Pívot no vendía sus comentarios. Espontáneo y cordial era un placer escucharlo. Lo llamaban el Rey Leer porque leer era su profesión; leía de diez a catorce horas diarias y por ello él siempre decía que era un ser privilegiado porque hacía algo que le apasionaba y se consideraba muy bien retribuido.
El genérico de «Caldo de cultura», un trozo de jazz de Sonny Rollins, no sonará de nuevo, pero las emisiones de Bernard Pivot, después de haber pasado veintiocho años defendiendo el libro en la televisión, han quedado como referencia. Su emisión y el cuestionario, al que sometía a sus invitados al finalizar, inspiró, por ejemplo, a James Lipton para su espacio Inside the Actor’s studio, que también le hizo famoso.
Hubo programas estelares monográficos, disponibles en DVD con subtítulos en español de venta en España, como una entrevista a Nabokov, a Marguerite Yourcenar, a Albert Cohen, a Marguerite Duras y a Georges Simenon. En la entrevista a Nabokov éste había pedido whisky, cuando estaba prohibido servir bebidas alcohólicas. Recurrieron al truco de servirle el whisky en una tetera. Pivot le preguntaba, de vez en cuando, «¿un poco más de té señor Nabokov…?»...
Por sus programas literarios también pasaron: un excesivo Alexandr Solhenitsyn, J. M. Le Clézio, Julien Green, Salman Rushdie, nuestros Jorge Semprún y Javier Marías, ¡el día de la presentación de Corazón tan blanco!, Eric-Emmanuel Schmitt, Dai Sijié, un Charles Bukowski completamente borracho, que acabó orinándose en el plató y tocando el trasero a las mujeres que estaban en el programa. Y un largo etcétera.
En 1985, empezó a organizar, junto con la lingüista Micheline Sommant, los campeonatos de Francia de ortografía, primero locales, luego nacionales, para acabar celebrando grandes eventos mundiales para todos los francófonos. El entusiasmo siempre es contagioso. Los apasionados por el mundo de las palabras en francés, los amantes del argot, de las trampas ortográficas, eran convocados lúdicamente por el señor Pivot para hacer un test de sus conocimientos de la lengua francesa, un dictado televisado —‘el dictado Pivot’— para el que se preparaban, cada año, unos seis mil candidatos en las dos categorías, junior y senior. Ubicados en lugares como: la Biblioteca Nacional, la Opera Garnier, la Asamblea Nacional… Posteriormente el dictado se trasladó a Beyrouth, Alejandría, New-York… El último, poco después de su entrada en la Academia Goncourt —¿relación causa efecto?— fue en Amiens.
Actualmente tiene en antena la emisión «Doble yo», donde hace honor a extranjeros célebres que aman la lengua y la cultura francesa. Y una nueva emisión, «Trofeos de la lengua francesa», en las categorías de ortografía, canción / poesía, traducción / interpretación y diversidad cultural, que recompensa cada año el talento, el trabajo, la cultura, el humor, la imaginación de todos aquellos que contribuyen a vivificar la lengua de Molière y a hacer de ella un medio internacional de comunicación, de educación y de creación.
Este amante de las palabras acaba de publicar en Albin Michel Cien palabras por salvar.