El 11 de cada mes es la cita con la historia, o mejor, con sus máscaras. Tal como Jorge III observa al pequeño Napoleón en la ilustración de la cabecera, Julio Tovar —cuya única religión es el culto a Clío— , cogerá su microscopio para radiografiar el pasado, capa por capa, y diagnosticar los cambios en esos bichillos tan entrañables llamados hombres.
“Estamos dentro de [una realidad vívida] (…) Soy la respiración de mi creador, y como él inhala y exhala, yo vivo.”
Philip K. Dick bajo el efecto del LSD, Exégesis, Nueva York, HMH Books, 2011, pág. 163
Escucha el color de tus sueños
De 1970 a 191 el LSD, el ácido lisérgico (un componente sintético que derivaba del cornezuelo del centeno), fue prohibido de manera taxativa por los gobiernos del Reino Unido y Estados Unidos a través de una codificación legal precisa. ¿A qué se debió esta rapidez en erradicar el consumo de una droga, según Escohotado, relativamente inocua y difícil de producir?
A que, precisamente, el LSD originó una corriente de pensamiento que tenía como objeto subvertir mentalmente la “vieja sociedad materialista.” Pero, aquella sustancia trascendental, establecida como motor de un cambio político y religioso, ¿no tenía más que ver el LSD con el alienador soma de “Un mundo feliz”? ¿Fue consciente Huxley, uno de sus instigadores, de la incapacidad de la sustancia de dar respuesta clara a los problemas sociales?
En cierto sentido, la propia historia del LSD no deja de ser un viaje a los distintos arquetipos del propio subconsciente, según enunció Carl Jung. La percepción total del mundo interior como preparación de la muerte, el descubrimiento de la vieja sabiduría mística del oriente. El viaje, en fin, a Eleusis y sus misterios.
Eleusis, en la época clásica de Grecia y según estudió Kerenyi, era un pequeño centro religioso a 22 km de Atenas. El culto era de origen micénico, en honor a la Diosa Deméter y su hija Perséfone. Son diosas de las fertilidad, diosas madre, de la agricultura, tal como han sido descritas en este mundo helénico por Sarah Pomeroy. Estos ritos unidos a la agricultura, relacionados con danzas que llevaban al trance, recibían el nombre de Εποπτεια, y tenían como base el Κψκεον, bebida alucinógena basada en el cornezuelo del centeno. Píndaro define así este camino iniciático:
“¡Bienaventurado aquel que, después de considerar esto, entra en el camino que está bajo la tierra: ¡él conoce el final de la vida y su principio dado por Zeus!”
Siguiendo a Píndaro ¿Quiénes iniciaron el camino bajo la tierra? ¿quiénes conocieron el final de la vida y su principio?
El sabio
“…había inventado el LSD, soñado con la utopía onírica, pero estaba limitado por las cautelosas políticas de Farmacéuticas Sandoz. Qué maneja enmarañada había tejido su genio para Sandoz. ¿Cómo podía una empresa dedicada a las drogas medicinales hacer negocio con la píldora de la revelación?”
Timothy Leary, Hight Priest, California, Ronin Publishing, 1995, pág. 110
“Vais a estar decepcionados…” Así empezaba su charla Albert Hoffman en la Universidad de California, en Santa Cruz, en octubre de 1977. El valor es considerable: se defendió como un químico delante de cientos de personas que le veían como un gurú, como el hombre que había descubierto “la píldora de la revelación”.
Hoffman, científico suizo de habla alemana, había descubierto el LSD para 1938 en el análisis de diversos derivados del cornezuelo. El vigesimoquinto de esta serie, los estudios preliminares con los animales no habían probado nada de significación. Los laboratorios Sandoz, en Basilea, perdieron el interés en la droga… hasta la tarde del 16 de abril de 1943.
En el transcurso de la elaboración de un nuevo LSD, el Dr. Hoffman absorbió una pequeña dosis de la droga a través de sus dedos. Después de abandonar el trabajo describió el primer viaje, efímero, de este modo:
“… sentí un estado de excitación especial pero no poco placentero…caracterizado por una estimulación intensa de la imaginación de un estado alterado de conciencia del mundo.”
En casa, tuvo imágenes caleidoscópicas, y una sensación de ligera borrachera. Hoffman intuyó rápidamente que la causa de este estado debía ser alguna intoxicación externa. Para tener claro cuál había sido la causa de la intoxicación, decidió realizar experimentos siendo él mismo el conejillo de indias.
Tres días después, el 19 de abril, tomó 250 microgramos de LSD. Anotó de manera progresiva los efectos:
“4.20 de la tarde: 0.5 ml, correspondientes a 250 microgramos. LSD, ingeridos de manera oral. La solución carece de sabor.
4.50: no hay rastros de ningún efecto.
5.00: ligero mareo, malestar, dificultad en la concentración, perturbaciones visuales, deseo marcado de reírme…”
¿Era muy diferente del resto estos síntomas? Sí, a partir de las cinco… no pudo escribir el resto de notas, y decidió volver acompañado por un ayudante en bicicleta al hogar. No pudo hablar, su campo de visión se curvó y las imágenes se distorsionaron. A estos síntomas le siguieron el vértigo, las perturbaciones visuales, y empezó a musitar palabras. Poco después, cerró los ojos y empezó a relacionar sonidos con colores. A la mañana siguiente, se despertó sin síntoma alguno de intoxicación.
Fue el primer “mal viaje”, había multiplicado por cinco veces la dosis efectiva de LSD. Hoffman se convenció de la importancia del LSD en ciertas investigaciones psiquiátricas, pero esta experiencia, “el viaje en bicicleta”, había sido en su descripción terrorífica. Lo comparó, inteligentemente, con la mezcalina mejicana.
En los 90, entrevistado por Sánchez Dragó, comentó los límites del LSD:
“Éste es el peligro de estas sustancias, pues tienen que utilizarse en un marco ceremonioso que nos falta normalmente, y cuales son las consecuencias de esta situación se ha visto muy claramente en América en los años 60. Por ejemplo, se produjo casi una nueva era, al menos era lo que se creía en aquella época, la época de los hippies, pero se ha mostrado que se había obrado sin cautela. Estas sustancias se habían ofrecido como bienes de consumo para un consumo masivo, sin tener en cuenta la necesaria cautela, el necesario cuidado que ya se conocía en la antigüedad y una cautela que también respetan los indios.”
Fue junto a Kerenyi uno de los primeros en reivindicar el control, la jerarquización y carácter trascendental de esta droga como rito iniciático: Eleusis requiere sacerdotes.
El embaucador
bq. “Había en [Leary] una especie de protagonismo incontrolado. Con sus tomas de postura y sus comportamientos (…) De una manera que hace pensar en los tebeos infantiles.”
Albert Hoffman, El Dios de los ácidos: conversaciones con Albert Hofmann, Madrid, Siruela, 2008, pp. 59 -61
Si Hoffman había sido el sabio, el que había encontrado la sustancia sacramental, Timothy Leary sería su gran propagandista, su figura más visible y la personalidad más obsesiva en su defensa. Es irónico que el gran instigador de la destrucción del ego hiciera de su nombre y personalidad el motor.
Leary, nacido en Massachusetts para 1920, había sido cadete en West Point donde fue desafortunadamente conocido por su indisciplina. Expulsado de la Academia, obtendrá la licenciatura de psicología para 1943. Tres años más tarde, obtendrá el máster en la Universidad de Washington, y el doctorado en 1950 en la Universidad de California, Berkeley. A finales de década, en 1959, obtendrá un puesto menor en Harvard.
En 1957, cuando Leary todavía estaba en California, se publicó un artículo sobre hongos con propiedades alucinógenas en la revista Life escrito por R. Gordon Wasson. La frontera mexicana era el particular Eleusis para Wasson, que describió figuras simbólicas y la misma proyección extra corporal que había tenido Hoffman. Leary contaba con un amigo común que confirmó la experiencia alucinógena de Wasson, y será precisamente en México donde éste —en plena crisis de mediana edad— en el verano de 1960 tenga su primera experiencia ácida.
Contaba ya con dos matrimonios fallidos, el primero con el suicidio de su ex esposa, y se describía en este tránsito de los 50 a los 60 como:
“…un empleado institucional anónimo que conducía a trabajar cada mañana en una larga línea de coches iguales y conducía cada noche y bebía Martini…como millones de robots de clase media de tendencia liberal…”
Cuernavaca es el inicio de su trayecto como piloto del LSD. Allí consumió hongos proporcionados por un amigo, bajo intercesión de una anciana mujer india. Como en el Don Juan de Castaneda, la experiencia religiosa fue total:
“Fue, por encima de todo, y sin parangón la experiencia religiosa más profunda de mi vida. (…) descubrí la belleza, revelación, sensualidad, la historia celular del pasado, Dios, el demonio – todo dentro de mi cuerpo, fuera de mi mente.”
De vuelta a Harvard, con la colaboración del Dr. Harry Murray (jefe del departamento de relaciones sociales), iniciará su investigación sobre este tipo de sustancias. El propio Murray llegó a probar el hongo, y poco después Leary obtendrá muestras de LSD de la propia Sandoz.
Si Hoffman había temido la masiva propagación del extracto, alertado por segundo viaje, Leary decidió la expansión de su consumo a través de su ofrecimiento a los hombres más importantes e influyentes de la sociedad. En apenas dos o tres años su enfoque racionalista dejó paso a la cruzada del LSD. Su grupo proselitista, que buscaba la iluminación a través de la conversión masiva, desdeñó el racionalismo:
“Evitaríamos el enfoque conductiva de otros (…) no buscamos descubrir nuevas leyes, que es decir, descubrir implicaciones redundantes de nuestras propias premisas. No estamos limitados por el punto de vista patológico. No interpretamos el éxtasis como una manía, o la serena calma como catatonia…no el estado visionario como psicosis modelo.”
Contactará con las luminarias intelectuales de la generación Beat (Ginsberg, Kerouac, Burroughs…) con respuestas contradictorias, y estableció que la primera manera de liberar la sociedad era liberar la mente. “La cura es bioquímica.”
Este embaucador, este juglar del LSD, llegará a ofrecer la droga a más de 300 profesores, estudiantes, escritores y asociados en Harvard. Defendió, incluso, su uso a gran escala, en cárceles, estableciéndola como método de rehabilitar a los encarcelados. Este fervor lisérgico —que le llevará a fundar la Fundación Internacional por Libertad Interna— le costará la expulsión de la Universidad de Harvard en 1963, según su testimonio. Según sus superiores, Leary había sido despedido por faltar a la mayoría de sus clases.
De aquí a finales de los 60 pasará a divulgar el evangelio psicodélico, estableciendo su hogar en Millbrook junto al resto de sus seguidores. En 1964 escribe su opus clave: La experiencia psicodélica. Un manual de uso basado en el libro tibetano de los muertos que guía la conciencia a través de un viaje de LSD. En 1966 Leary ya no es alguien conocido en el ámbito doméstico de Harvard o las estrellas de Hollywood: es una amenaza nacional. “El hombre más peligroso de EEUU” como dirá Nixon en su presidencia.
Ese mismo año el LSD se ilegaliza por primera vez tanto para uso doméstico como en la investigación. Leary responde iniciando su tour en las Universidades, llamado “La muerte de la mente”, en el que pretende replicar la experiencia del LSD de manera audiovisual, asociada al emergente fenómeno Pop. Fundará una religión, la liga del descubrimiento espiritual , para protegerse de la persecución de las autoridades y en 1967 publica su propio manual místico Empieza tu propia religión. Establecido en California, en el San Francisco hippie, forja su lema: “Tune in, turn on and drop out”: sintoniza, colócate y salte. Es el año de su tercera esposa, del rock psicodélico y del verano del amor.
Pero su “viaje” y el del LSD está en entredicho: en 1966 le detienen por posesión de marihuana por primera vez. En 1970 huirá de los EEUU, luego de escapar de la prisión de manera dadá (dejó incluso una nota para sus captores), para acabar en Argelia protegido por la extrema izquierda estadounidense.
Los 70 verán su vuelta a EEUU, empezando un lento declinar de gurú trascendental a estrella de talk-show matutino. Se llegó a satirizar a sí mismo interpretando a un doctor administrando la sagrada eucaristía psicodélica en Vendemos chocolate (Nice Dreams, 1981) de los cómicos Cheech y Chong ¿Dónde estaba ya su peligro?
Dijo Hunter S. Thompson sobre Leary:
“Ese fue el error fatal en el viaje de Tim Leary. Dio tumbos por toda Norteamérica, vendiendo expansiones de conciencia sin siquiera haber considerado las sombrías realidades que yacían latentes en todos aquellos que lo tomaban en serio. Todos esos patéticos anormales ávidos de ácido que creyeron que podían comprar paz y comprensión por tres dólares la dosis. Pero esa pérdida y ese fracaso eran nuestros también. Lo que se desplomó con Leary fue la gran ilusión de un estilo de vida que él ayudó a crear. Una generación de inválidos de por vida, de buscadores fracasados que nunca entendieron la vieja y mística falacia esencial de la cultura del ácido: La desesperada presunción de que alguien o al menos alguna fuerza estuviese cuidando la luz al final del túnel.”
En 1969 Charles Manson y su familia, consumidores preferentes de LSD, habían ya acabado con la utopía hippie al asesinar a Sharon Tate bajo la percepción equívoca de las canciones del Álbum Blanco de los Beatles. El mismo año, la victoria de Nixon en Estados Unidos prefiguraba el choque entre la autoridad y la contra-cultura que dominaría la década siguiente.
Precisamente, todavía creyente en su revolución lisérgica, Lennon se reunió con Leary en 1969 en su encamada por la paz. Este último le propuso componer la canción para su campaña presidencial en California, donde competía frente al actor retirado Ronald Reagan. Ésta sería Come Together, su último sencillo de éxito con los Beatles y que no pudo ofrecer a Leary por estar este último en prisión a finales del 69.
El músico inglés, que entonces desdeñaba la violencia de la extrema izquierda, todavía creía en la máxima para la concordia que aulló Dylan en Blonde on Blonde (1966): “Everybody must get stoned”
El héroe
“… San Juan de la Cruz, Aldous Huxley, tu hermano pequeño, William Blake, John Lennon, Platón luego de Eleusis, Lucy en el cielo con diamantes, y sigue y sigue – todos coinciden en que hay reinos extraordinarios dentro del cerebro para explorarlos nosotros.”
Timothy Leary, Flashbacks, an autobiography, Nueva York, J.P. Tarcher, 1983, pág. 32
Nuestro tercer arquetipo, John Lennon, es el más conocido de los tres, pero quizá el más desconocido como apóstol del LSD. Nacido en Liverpool, para 1940, se encontraba para 1965 en un estado de aletargamiento, su “periodo de Elvis gordo”, en el cual en la cima de su fama y éxito se consideró posteriormente en una depresión latente. Cinco años antes de titularse “Working Class Hero” Lennon vivía una existencia burguesa en las afueras de Londres, aburrido, con una mujer que despreciaba y muy lejos de cualquier vanguardia artística.
Todo iba a cambiar él 25 de marzo de 1965. En la fiesta ofrecida por su dentista, John Riley, Lennon, Harrison y sus esposas tomaron LSD sin su conocimiento. Riley había estudiado odontología cosmética en Chicago, en este inicio de los 60, y un amigo suyo conocía a un químico que fabricaba la sustancia. En el tiempo, Riley no fue consciente de la potencia de la sustancia, y él y su novia —Cyndy Bury— veían el LSD como la nueva moda dentro de este emergente swinging London.
Riley lo preparó de manera ceremoniosa: enfrente de cada una de las cuatro tazas de café, Cynthia Lennon observó cuatro terrones de azúcar. Lennon quiso irse antes del café lisérgico, quería visitar en el Pickwick Club a su amigo de Hamburgo Klaus Voormann, pero Cyndy lo disuadió. Los cuatro tomaron, sin preparación, su primer viaje a Eleusis. Intentando irse, Riley los avisó: “No podéis marcharos, habéis tomado LSD.” En el ínterin, los Riley se había convertido a los ojos de sus invitados en dos monstruos, y aterrorizados tomaron la decisión de marcharse en el Mini de George Harrison. En el Pickwick el LSD espantó más a los Beatles, que decidieron acabar en su lugar en el club Ad Lib, donde poco a poco pasaron del terror a la misma sensación de jovialidad que había tenido Hoffman.
El impacto en Lennon fue absoluto, pero esta efímera experiencia quedaba todavía aislada en su consumo habitual de marihuana. Un poco más tarde, en marzo de 1966, el perezoso Lennon visitó la galería Índica junto a Paul McCartney. La galería Índica había sido fundada por Barry Miles, escritor underground, y especialmente por el artista y promotor John Dunbar. Lennon, en la cima de su celebridad para 1966, preguntó a Miles por un libro que sonaba “Nitz Ga”
Luego de unos cuantos minutos, Miles descubrió que se trataba del filósofo Nietzsche, lo que llevó a una diatriba de John contra los intelectuales y la Universidad al verse ridiculizado. Paul, como era habitual, le tranquilizó, citando que el propio Miles no había sido universitario. De ahí la conversación pasó a los Beatnicks, a los que Miles conocía, y poco después le consiguieron una copia a Lennon de Portable Nietzsche (un recopilatorio con sus trabajos más importantes)
Pero Lennon había ya escrutado en las estanterías un libro del Dr. Timothy Leary: La Experiencia Psicodélica. Poco después, en su hogar, siguió la guía de viaje lisérgico del Dr. Leary tomando como inicio la página 14 de la introducción “Cada vez que dudes, apaga tu mente, relájate, y flota hacia abajo…” De acuerdo a los diversos biógrafos de Lennon, el impacto fue absoluto, y acabó grabando a principios de abril de 1966 la primera canción plenamente ácida de los Beatles: Tomorrow Never Knows. La puerta a la percepción religiosa estaba abierta. Dijo Harrison:
“El [LSD] simplemente abrió la puerta y experimento cosas realmente buenas. Quiero decir, nunca dudé de Dios luego de esto. Antes, era un cínico. Nunca decía la palabra Dios; pensaba “todo esos temas son mentiras de mierda” Pero luego de ello. Lo conocía. No era ni siquiera una pregunta ¿Existe la posibilidad de Dios? Lo conocía de manera absoluta. “
Lennon seguirá la mística de Harrison hasta 1970: “Dios no está en la píldora, pero el LSD explicó el misterio de la vida. Fue una experiencia religiosa” Desde este abril de 1966 hasta mediados de 1968, John pasó a ser un adicto al LSD. Pero este fervor ácido y religioso duró poco. Afirmó a Jan Wenner, editor de Rolling Stone:
“Llegué a disfrutarlo, pero entonces paré por no se cuanto tiempo, y entonces volví a tomarlo poco antes de conocer a Yoko. Tuve el mensaje de que debía destruir mi ego y lo hice, sabes. Estaba recomponiéndome otra vez a mí mismo por el tiempo del Maharishi. Poco a poco, a lo largo de dos años, había destruido mi ego. No podía creer que podía hacer algo. Era simplemente nada. Era mierda. Entonces Derek (Taylor, jefe de prensa de la compañía de los Beatles, Apple), estuvo de tripi conmigo en su casa luego de volver de Los Ángeles. Dijo algo del estilo “Estás en lo cierto” y me apuntó qué canciones había escrito. “Escribiste esto” y “Dijiste esto” y “Eres inteligente, no tengas miedo”.
Lennon había destruido su ego de tal manera que era incapaz de reconocer su talento, había confesado sus debilidades al todavía joven Wenner, rechazando la cultura del LSD y el carácter auto destructor de la droga. En 1970, luego de su traumático paso por la heroína a lo largo de 1969, la terapia primal del psicólogo Arthur Janov lo expulsó para siempre de una posible baja lisérgica en el pop británico. Otros como Syd Barrett jamás volvieron. Janov dijo:
“El LSD es la cosa más devastadora para la salud mental que jamás ha existido. Hasta este día, vemos a la gente que ha estado en el LSD y tienen un patrón cerebral distinto, como si sus defensas estuvieran totalmente destruidas…”
Ésta, en fin, había sido la condena por el abuso de la “droga maravillosa” según defendió en sus peores años Leary. Se establecían claros efectos secundarios en su abuso la como perturbación del sueño, una gran ansiedad y especialmente la citada destrucción del ego y su subsiguiente inestabilidad mental.
El disco sucesivo al tratamiento con Janov (Plastic Ono Band, 1970) sólo podía ser la escenificación de la muerte de la imaginería y ensueño de sus letras en los 60: “Yo era la morsa, pero ahora soy John” dice en el himno ateo God el propio Lennon.
Todo final es un principio
Tres etapas de un viaje sin final, tres etapas donde la luz al final del túnel no se manifestó. ¿Entonces? ¿Qué era el LSD? Simplemente, una puerta, “un rito iniciático”, una sustancia que, siguiendo a Hoffman, y su teoría de Eleusis:
“En Eleusis se transmitió un conocimiento sobre la vida y la muerte. Y este conocimiento de hecho es el conocimiento que buscamos en nuestra vida, cualquier ser humano reflexiona sobre su origen y sobre la meta a la que se dirige.”
¿Y qué era este conocimiento de vida y muerte más que un tipo de emancipación de fin de semana para jóvenes aburridos por una maquinaria social infernal? Ahí es dónde las irónicas palabras de Arthur Koestler cobran todo su valor:
“La naturaleza nos ha abandonado, Dios parece haber dejado el teléfono colgado y el tiempo se nos acaba. Esperar que la salvación sea sintetizada en el laboratorio puede parece materialista, o una chifladura ingenua, pero refleja el antiguo sueño del alquimista de descubrir el elixir vitae. Sin embargo, no esperamos de él la vida eterna, sino la transformación del homo maniacus en homo sapiens.
Esa es la única alternativa a la desesperación que puedo ver para el futuro.”
Bibliografía
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La Noche, TVE 2, octubre de 1991, transcripción, http://vulcanusweb.de/dialogando/Una_noche_con_Albert_Hofmann.htm
2011-12-11 21:50
Me pregunto si el autor del texto ha leído con atención Sueños de Ácido o si este libro fundamental figura en la bibliografía sólo para hacer bonito. Por ejemplo, y en cuanto a las repercusiones político-sociales del LSD, una lectura atenta del libro de Lee y Shlain impediría compararlo con el Soma.
Leary fue moderadísimo como propagandista del LSD en comparación con Ken Kesey y sus alegres bromistas, que defendían la inmersión a lo bestia en la experiencia lisérgica y consideraban la perspectiva del primero como demasiado estirada y ritualizante. Y el verdadero iniciador de las élites estadounidenses al ácido fue Al Hubbard, un personaje fascinante y envuelto en sombras que está pidiendo a gritos un biopic y que compaginó una discreción pública lindante con el secretismo con un apostolado del LSD tanto o más intenso que el de Leary (fue una buena idea, porque Leary jugó con el fuego de los media y terminó abrasado por él).
Por lo demás, es cómico que se considere a Manson como el asesino del sueñó jipi, algo que sólo puede venir de una confusión entre su interesadísima utilización mediática (la misma que sufrió Polanski a manos de los media, que prácticamente convirtieron al director y a su mujer asesinada en autores de su propia desgracia) y su representatividad real, que es nula. Ya podría haber terminado la Guerra del Vietnam con My Lai, uno de entre miles de episodios de una guerra atroz que en nada se diferenció de las campañas hitlerianas en Europa (pero Manson sigue en la cárcel y Calley, con muchos más muertos sobre sus espaldas fue indultado por Nixon. Es imposible hacer un balance justo de la era psicodélica sin tener en cuenta sus luces y sus sombras, y en este artículo, desde mi punto de vista, se pone un énfasis exagerado en las segundas.
2011-12-12 02:39
Claro que leí “Sueños de ácido…” es el testimonio principal sobre la conferencia de Hoffman en Santa Cruz.
No veo tanta diferencia entre los bromistas y Leary: los libros de Timothy de finales de los 60, no te hablo de la experiencia psicodélica, que no es muy distinto a Hoffman, pero sí “la política del éxtasis”, “funda tu propia religión” y el resto.
El testimonio de Harrison en el 68, con el mal tripi en California, es definitivo: cientos de colgados que no tenían ni formación ni interés en la responsabilidad que conlleva el LSD. Y esto es un año antes Manson, que es el año cero del fin del hippismo en el sentido de “ruptura pacífica”
Pero, ahora bien, creo que el texto es tibio sobre la droga: el testimonio de Hoffman, Escohotado, etc…hablan de una droga sacramental…como podría ser el vino en la liturgia cristiana sólo que con bastante más potencia. De ahí que diga que el ácido no es la respuesta, lo que invocó Leary del 66 al 68 en su apogeo, pero sí lo considere positivo.
Creo que en cantidades pequeñas es inocuo: apoyo a Escohotado en ello.Ahora, ¿tenía posibilidades el LSD de provocar una revolución social? Porque ahí establezco una gran sombra…
Pero creo haber sido bastante poco cañero: es muy insoportable todo texto de la droga moralista.