El 11 de cada mes es la cita con la historia, o mejor, con sus máscaras. Tal como Jorge III observa al pequeño Napoleón en la ilustración de la cabecera, Julio Tovar —cuya única religión es el culto a Clío— , cogerá su microscopio para radiografiar el pasado, capa por capa, y diagnosticar los cambios en esos bichillos tan entrañables llamados hombres.
“This is Orson Welles, ladies and gentlemen, out of character, to assure you that The War of the Worlds has no further significance than as the holiday offering it was intended to be; The Mercury Theatre’s own radio version of dressing up in a sheet and jumping out of a bush and saying “Boo!.”
Orson Welles, La Guerra de los Mundos, 1938
La reciente polémica respecto a la Real Academia de la Historia ha redescubierto a la ciudadanía en España la importancia de la persuasión en una disciplina pretendidamente científica como es la historia. Rodeado a izquierda por el retrato de Cánovas del Castillo y la derecha por el de Menéndez Pelayo, Gonzalo Anes, director de la institución, justificaba su diccionario histórico como parte de un retablo compuesto de las esencias eternas del conservadurismo: la imagen como síntoma.
Así, el artículo de Luis Suárez sobre Franco, prestigioso medievalista y miembro de la Fundación Francisco Franco (el zorro guardando las gallinas…), no tenía como función la construcción de una información —la esencia de la historia; la transmisión de unos datos y su ordenamiento evitando que éstos se codifiquen en un discurso ideológico claro—, sino la persuasión.
La respuesta de los historiadores “científicos” (Santos Juliá, Ángel Viñas, …) fue justa en cierto sentido, pero no tanto sus motivaciones y poco menos sus conclusiones históricas, exactamente iguales a las de su patrón Tuñón de Lara, joven militante comunista en la propia guerra.
Pero, fundamentalmente, se criticaba un discurso persuasivo como parte de la gran construcción mitológica de la historia reciente: la guerra civil. Ésta es nada más y nada menos la matriz ideológica que pervierte cualquier aproximación histórica al hecho desde el interés único de establecer el pasado.
¿Qué queda entonces? La persuasión, la propaganda, y ésta empezó ya desde el inicio de la guerra, en 1936, y con el objeto máximo de control ciudadano que cita Welles: el miedo. ¿El instrumento? Uno nada mortífero: el micrófono.
Retórica para la guerra
En ninguno de los militares que instigaron el 18 de julio se encontraban grandes retóricos y oradores. Son militares puros, que habían demostrado en las sangrientas guerras africanas su verdadero valor y también su violencia; todo lo contrario al militar cultivado y liberal que llegó a tener representación en las academias del siglo XIX.
Existe, a pesar de esto, una excepción notable: Gonzalo Queipo de Llano. Su biografía reconstruye una trayectoria tardía del militar decimonónico en tiempos fuera de aventuras y mistificaciones. En Cuba llegó a ser capitán, y participó en duelos, acabando como agregado díscolo en el norte de África para inicios de la dictadura (1924). Dirigió allí una revista literaria de las tropas coloniales, algo totalmente exógeno en una tropa más dedicada a limpiar el fusil que entintar la pluma.
Era, en definitiva, todo lo contrario a un militar moderno: un Prim del siglo XX que habría de colaborar en la sublevación republicana de Jaca y con la cual se ganó el afecto de los pocos republicanos de primera hora. Claro está, esa fidelidad no duraría mucho, y éste tomaría un gran protagonismo en los hechos que dieron la capital sevillana a los sublevados este verano de 1936. Así, tomará Sevilla en apenas dos o tres días con golpes de efecto que ningún conspirador del bando nacionalista pudo igualar. A la captura de la capital andaluza le seguirá una represión creciente, una de las mayores del conflicto siguiendo a Martínez Sánchez.
Los discursos radiofónicos de Queipo de Llano en este inicio de la guerra tienen dos objetivos: dar ánimo a los sublevados inventando cientos de historias de divisiones fantasmas que se aproximan a Madrid y, especialmente, la conversión de la población a través de la descripción de los enemigos como asesinos sin escrúpulos. La creación del “enemigo único” a través de los principios disuasivos que construyeron tanto soviéticos como nazis, según Domenach.
Así, describe al ejército del frente popular el 9 de agosto de 1936 de este modo:
“…Ellos son los asesinos que abren el vientre a las mujeres, queman a los niños en las rodillas de sus madres, y realizan actos por el estilo que nosotros no seríamos capaz. Hay mucha diferencia entre ellos y nosotros.”
El 19 de septiembre de 1936 seguirá su descripción fúnebre:
“Los crímenes cometidos en Roda…700 asesinados, las casas saqueadas…una libertaria iba a volar el puente por donde iban a pasar los soldados (ésta pidió confesar antes de morir.) Tenía la población varias líneas de trincheras alambradas que estaban en conexión con líneas de alta tensión, para que al tocarlas nuestros soldados murieren carbonizados…”
Afirma Azaña sobre este golpe:
“Los sucesos de Madrid, de marzo del 39, habían ocurrido en Barcelona mucho antes, pero alterando el orden de los factores. No se habrían sublevado, como en Madrid, los partidarios de la paz, sino los partidarios de la guerra.”
“Yo os hablo para deciros que cuando se pierde es cuando hay que demostrar, individuos y nacionalidades, el valor moral que se posee. Se puede perder, pero con honradez y dignamente, sin negar su fe, anonadados por la desgracia. Yo os digo que una victoria moral de ese género vale mil veces más que una victoria material lograda a fuerza de claudicaciones.”
“(…) me quedaré con los que no pueden salvarse. (…) la gran mayoría, las masas numerosas, esas no podrán salir, y yo, que he vivido siempre con los obreros, con ellos seguiré y con ellos me quedo. Lo que sea de ellos será de mí”
Julián Marías, que fuera mano derecha de Besteiro en estos últimos días en la guerra de Madrid, afirmará sobre el viejo profesor:
“…le admiraba porque era un hombre sin rencor, un hombre valiente pensando que le iban a fusilar. No se fiaba aunque la gente decía que no le pasaría nada por haber salvado a tanta gente; sin embargo, luego nadie se movió. (…) En la cárcel de Carmona le metieron en un sótano y sólo cuando se hizo una gestión ante el ministro le subieron a la enfermería (…) Su mujer me leyó la carta que Besteiro le escribió cuando le condenaron a muerte y eran admirables el valor y la bondad que aquel hombre demostraba.”
Morirá en el penal de Carmona, el 27 de septiembre de 1940, debido una septicemia: fue el único líder republicano que no escapó del país con la victoria de Franco.
Bibliografía
AZAÑA, M. , Causas de la guerra de España, Barcelona, Editorial Crítica, 1986
CABANELLAS, G. Cuatro generales. La lucha por el poder (T. 2), Barcelona, Editorial Planeta, 1976
DOMENACH, J. M., La propaganda política, Buenos Aires, Eudeba, 1962
FERNÁNDEZ-COPPEL, J. Queipo de Llano: Memorias de la Guerra Civil, Madrid, La Esfera de los Libros, 2008
MARTÍNEZ SÁNCHEZ, A. “La destrucción de la democracia: la represión franquista en Sevilla ( 1936 – 1945 )” en I Encuentro de Jóvenes Investigadores en Historia Contemporánea de la Asociación de Historia Contemporánea : Zaragoza, 26, 27 y 28 de septiembre de 2007
MONTOLIÚ CAMPS, P. , Madrid en la guerra civil: Los protagonistas (Vol 2), Madrid, Editorial Silex, 1999
ZABALETA, P. BLAS MARTÍN-MERÁS, E. , Julián Besteiro: nadar contra corriente, Madrid, Algaba Ediciones, 2002