Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Hay en la divulgación un coseno alfa que no me cuadra, una directriz que me resulta completamente ajena y que, snif, me pone en una posición que está más cerca del integrismo que de cualquier otra cosa. Es decir, me despierta un sinfín de contradicciones: no pretendo ser integrista, no me siento cómodo en esa tesitura, pero según qué gafas puedo parecerlo.
Me pasa, por ejemplo, cuando leo Chicas de Cómic (Glénat, 2010) de Guillem Medina, una obra que en su contraportada se vende como “un recorrido nostálgico”, “con textos amenos” y “que hace hincapié en la producción española”. Luego se nos dice, en la misma contraportada, que es “Una historia del cómic femenino publicado en España”. Vale. Me van a perdonar los editores de Glénat, pero desde mi discutible punto de vista ninguna historia que se precie de tal puede empezar tal que así: “Aunque anteriormente hubo algún ejemplo de escasa continuidad, podemos considerar que el cómic femenino como género nace con la aparición de Mis Chicas, un ya lejano 2 de abril de 1942”. La cláusula “algún ejemplo de escasa continuidad” me parece bien siempre y cuando se trate de un artículo de prensa, el espacio impide la enumeración exhaustiva, y considero, como integrista, que si se trata de una historia ese “algún ejemplo de escasa continuidad” ha de ser detallado sino en el texto, en algún anexo. En un algo parecido, por ejemplo, a un índice de obras consultadas. Aish, que igual y se trata de una obra de “divulgación”: no consta bibliografía en ningún sitio.Otra cosa que echo en falta en este texto es una postura, un protocolo de lectura expuesto entre las fichas de autores y series que dan forma al volumen. Digo echo en falta porque soy un integrista, porque bajo mi discutible punto de vista una historia ha de ser, también, un trabajo de relación entre los datos y la posición de un autor respecto y frente a esos datos, sobre todo cuando se trata de cultura popular, porque la historia de la cultura popular es la historia de una obra en un contexto determinado. Una historia donde los lectores y sus circunstancias son más importantes que los autores, los cuales están, sobre todo, supeditados a lo que sus editores quieren de ellos, pues su labor es químicamente parecida, casi idéntica, a la de un obrero en una fábrica. En la cultura popular, esa variedad überindustrial de los testimonios de una cultura donde todo se dirime en términos cuantitativos y no cualitativos, un autor valioso es aquel que sabe reventar los límites que establece su jefe sin quedarse en la calle y/o bajo un puente.
Pero esto son ideas mías, claro, que como integrista no puedo ver más allá. Además, ya estaba avisado. Un recorrido nostálgico no puede ser llevado a buen puerto de la mano del juicio crítico y el lenguaje ameno no permite que se establezca y estudie que, como dijo Grace Morales, las historietas sobre niñas dirigidas a las niñas tenían un obvio mensaje diferencial, clasista y socializador, entonces, no queda más quedarse con la enumeración y la amenidad, con lo encantador que resulta leer esas historietas a día de hoy. Y es una pena que sólo prevalezca esto último. Como integrista, snif, esperaba que se reflexionara, aunque fuese de manera tímida y encorsetada, acerca del rancio concepto de feminidad que se desprende de esos tebeos. Que se apostillara y señalara con el dedo cierto tufillo conservador y misógino que existe y se perpetua en ellos hasta el punto de, cuidadín, existir también en sus formas modernas.
Prefería y prefiero una obra con la tilde marcada en el femenismo más ingenuo, el que ve la discriminación positiva como un cambio de paradigma, por decir algo, cuando el cambio de paradigma pasa por educar en la igualdad, por subrayar otra cosa, básicamente porque apuntaría matices que de momento no existe en el estudio de los tebeos, de los cómics, de eso que ahora se llama Novela Gráfica en según qué barrios.
Puedo parecer integrista, aquí y ahora, mientras intento entender qué pienso sobre el volumen de Medina. Básicamente, porque soy incapaz de entender como es posible que no existan instancias para que alguien aborde de forma crítica el desarrollo del comic femenino en España. Quizás tiene que ver con este ir perpetuando la elaboración de fichas y relaciones amenas en lugar del ejercicio de la historia de un formato de vital importancia en la cultura popular, parte constitutiva de la identidad de una época donde el ocio se dirimía entre la lectura, la radio, el cine o la calle. Soy integrista porque, en según que temas, espero algún punto de vista diferente. Y no, aplicar los paradigmas y baremos del academicismo humanista no me vale como “punto de vista” porque en su marco lo contextual es menos importante que la obra en sí y en la cultura popular la obra en sí se dirime en términos cuantitativos, se convierte en material de notarios. Amenos y de recorrido nostálgico, clarostá.