Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Ranko Kameran (Reservoir Books, 2011) se presenta y desarrolla como un hard boiled de nuevo cuño para discurrir acerca de esa instancia específica donde al héroe se le ha movido el mundo; donde cualquier presupuesto acerca del propio devenir se trastoca y todo acaba abocado indefectiblemente hacia el desastre. Aquí ocurre lo de siempre, que el héroe se hace dueño de una tara permanente y por tanto ha de pensarse y repensarse lo que antecede a esa tara y a partir de esas conclusiones intentar, de manera vana y dudosa, conjugar lo sucedido hasta ese momento para comprender hacia donde va y por qué, exigiéndole a su pasado que le dicte hacia donde ha de dirigir la venganza.
En este caso, la llegada a dicho proceso retrata algo más que una muerte porque gran parte del volumen trata, más bien, de la asimilación de esa nueva instancia, de ese nuevo devenir. De como se asume el cambio absoluto de las reglas de juego o de cómo se ha de resolver la ausencia o la mutación del rostro. Ranko Kameran trata de la tradición del héroe entendida como un absoluto, como un trabajo de varias capas donde al lector le hablan más bien los vacios, los silencios y las elipsis. Y ahí el primer gran aliciente de la obra: la traslación de un arquetipo a un medio donde se conocen de sobra sus resortes narrativos y sus coyunturas vitales permite una serie de nuevos códigos. En Ranko Kameran el vindicador o vengador o revanchista cobra protagonismo luego de un desenlace fatal o la gestión de una serie de aspectos que poco y nada tienen que ver con las labores de un sicario. Hay en esa traslación, o en el dibujo previo a esa traslación, una inteligencia pocas veces apreciable, porque el cómic es poco dado a construir a partir de los silencios, de obviar según qué aspectos que deberían resultar evidentes por contexto. La dupla creadora (y el colorista) se niega a subrayar aspectos que todo voraz lector de cómics y tebeos conoce, y le da densidad a una historia que podría ser, tanto en su forma como en su fondo, una separata de alguna historia Made In Avatar, esa editorial que funciona como el último reducto de la violencia desmedida — bueno, junto con Icon — y una visión del mundo virulenta y esquinada, libérrima.Hay en Ranko Kameran una apuesta estética que lo acerca al canon Avatar, esa manera preciosista de narrar la violencia, pero también hay algo que lo separa, y mucho, y no es otra cosa que la búsqueda de lirismo que acompaña el monólogo interior del protagonista, lirismo que a pesar de resultar un poco molesto gracias a su querencia por la afectación — a mi juicio innecesaria a la hora de retratar un personaje trajinado por la perdida de identidad y por la reconstrucción de esa identidad perdida—, pero incluso esto es un pecado menor: Ranko Kameran goza de momentos líricos no tan sólo dignos sino que, además, lúcidos y coherentes con la historia, con los continuos descubrimientos que depara el ir avanzando en la lectura de una elipsis donde la gestión del tiempo no sólo es una excusa para dar con grandes hallazgos narrativos sino que se manifiesta extrañado y en pleno estado de gracia.
Gonzalo Torné al guión, Sergio Sandoval a los lápices y al color, junto a Paco Cavero, han construido una historia que exuda virilidad — aunque el miembro del protagonista parezca apenas bocetado en el par de ocasiones en las que aparece, como si Sandoval temiera que que el saber dibujar una polla le valiera algún punto menos en el carné de conducir— y que acude una vez más al héroe o antihéroe como sujeto escindido que se ha hecho lo que es por pura necesidad, subrayando que la génesis de la violencia y el riesgo constante, y luego de la venganza, tiene todo que ver con la sobrevivencia y no necesariamente con un hogar desestructurado (no pun intended).
Ranko Kameran es una gloriosa y necesaria anomalía, no bromeo.