Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Hace cosa de unos meses, partimos en comandita a Touluse, por el finde, por la risa y con la excusa de ver allí un festival de autoedición, libro ilustrado, tebeos, fanzines, etcétera. Bien. El viaje, estupendo, la comida fantástica y el festival, un agobio. Pero no porque algo funcionara mal en él, sino porque todo lo que allí había resultaba apetecible, todo parecía contar con espacio en mi estantería, todo era, en definitiva, interesante. No sólo por la libertad a la hora de plantear una estética, continuar con ella y a partir de ahí articular un discurso, sino porque lo del festival de la autoedición, libro ilustrado, tebeos, fanzines, etcétera era en sí mismo, una fiesta. Todo allí tenía cabida, desde las propuestas punkis de toda la vida, hasta la modernez de autoayuda más imbécil e innecesaria. Todo parecía convivir con suma naturalidad, como si la diferencia entre un proyecto y otro fuera el motivo de la fiesta y no al revés. El caos cognitivo que significaba entrar al lugar donde estaban los diferentes puntos de venta invitaba a pensar en una suerte de cantera auto impuesta, formulada en base a tesón y trabajo. O algo así.
Si recuerdo esto y te lo consigno, avispado lector, es porque intento ponerme en la piel de Manuel Bartual cuando hace unos meses visita el Festival International de la Bande Dessinée que se celebra en enero en Angoulême para salir de allí con la idea de montar un fanzine sobre humor. Esa idea se realizó y ese fanzine es ahora ¡Caramba!, un lomo precioso lleno de ciento y pico páginas con sobrecubierta y una retahíla de treinta nombres propios donde se mezclan buena parte de lo que podríamos llegar a entender como cómic español actual, ya que todos los colaboradores algo tienen que ver con el mundo del cómic, del tebeísmo. Algunos, de hecho, se ganan la vida con ello. Es más: hay uno que ejerce de reseñista y que fundó un fanzine que lleva la tira ahí, al pié del cañón (aunque muy posiblemente esto último tenga que ver con el tío en cuestión se ha desentendido). Y el autor del único texto, autónomo aunque ilustrado, seguro que lee tebeos. Segurísimo.
Pero la idea de este comentario no era entrar a enumerar quién está dentro y quién fuera de ¡Caramba!, qué hacen o dejan de hacer los autores convocados, sino dar con otra clave. Una que, sin desmerecer lo hecho, lo leído y disfrutado, obliga a meditar acerca de por qué si los papelotes nos dicen que en España el cómic vive en uno de sus mejores momentos esa realidad es palpable desde fuera, allende las fronteras.
De mi visita a Toulusse recuerdo, sobre todo, lo bien acompañados que estaban los entonces dos volúmenes que había editado Ultrarradio, Mortland y Transdimensional Express, volúmenes que aquí, en cualquier tienda del ramo, parecen una rara avis. En principio, pensé que esto se debía al hecho de que están muy cuidados, son preciosos, o a que gozan de un espíritu independiente bien entendido*. También pensé en la radicalidad y originalidad de su propuesta, que detallaré en otro momento, apenas me haga con su última publicación, y en cómo productos así hablan mejor del estado del cómic español que las cantidades de tochos que se venden en las grandes superficies. Recuerdo haber pensando entonces que había una parte de la producción española que, muy posiblemente, no tuviera la repercusión que se merece porque le falta el público que abarrotaba las instalaciones universitarias donde se festejó el festival ese de autoedición, libro ilustrado, tebeos, fanzines, etcétera. Quizás, pensé entonces y pienso ahora, lo que falta es que de alguna manera, por muy odioso que suene, se eduque al público en que hay vida más allá de las pelusillas del ombligo de cuatro norteamericanos, dos ingleses, tres franceses y una iraní.
Desde esa perspectiva, no puedo evitar agradecer ¡Caramba!. Como gesto, iniciativa y como prueba fehaciente de la existencia del cómic más allá de una industria incipiente que ofrece pocas sorpresas fuera de los formatos importados o del como etiquetar al medio para vender a granel. Pienso ahora que Bartual, más que importar una manera de hacer, ha querido importar una sensación. Y si lo pienso es porque ¡Caramba!, al menos en cuanto a la risa, que, supongo, era su objetivo último, ha logrado conjugar una buenas carcajadas, tres o cuatro risas largas y alguna sonrisa con una factura primorosa y una presentación tan dedicada que revive en uno la posibilidad de la fiesta. Una independiente, con un staff acojonante y donde sobran las risas. Y eso, si me lo permites, avispado lector, es bueno subrayarlo. Ya luego hablaremos acerca de si logra o no sus objetivos, de si las reflexiones en torno al humor que se desprenden de ¡Caramba! son acertadas o no.
Así que ve y hazte con él, avispado lector. Y recuerda: no todo van a ser las pelusillas del ombligo de cuatro norteamericanos, etc.