Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Sabato era un escritor cuya prosa era puro siglo XX, ya que tenía el victimismo del pueblo judío y toda la culpa posible del cristianismo. Como buen argentino, era más europeo que latinoamericano y más figura que genio, pero no vengo aquí —básicamente porque no creo que sea el lugar— a debatir acerca de si su obra ha aguantado en condiciones el paso del tiempo. Podría hacerlo, sí, podría, porque a Sabato me lo sé. Lo leí con fruición a mis quince años y lo seguí haciendo después, aunque con cierto desdén, cuando decidió que podía darnos lecciones morales, que en su caso tenía que ver con la estoicidad como excusa ante ciertas monstruosas actitudes reparadas, eso sí, con gran voluntad y trabajo.
Hace cosa de un año intenté releer Abbadón, el exterminador y fui incapaz. Por la misma época, si fui capaz de leerme El Túnel, porque es más corto, y El informe sobre ciegos. Del resto de Sobre héroes y tumbas, ni hablar. Con sus ensayos tampoco pude. Pero mientras lo leía me di cuenta de que mi relación con Sabato era como mi relación con Lovecraft o con el siglo XIX, que le tengo cariño a obras y autores empeñados en enseñarnos el horror y la oscuridad como parte inherente del ser humano. Autores que desdibujan la vida, porque la hacen grotesca e incómoda y que por eso prefiero. Para lo otro, digamos, ya tengo a la televisión o a internet.
Sabato envejeció mal como intelectual y su obra ha envejecido quizás peor, pero aún así la considero necesaria. En estos días en los que todo parece remitirnos al medioevo, aún más. Sobre todo porque se han olvidado de devolvernos, también, la risa. Pero ese es otro tema. Otro aspecto de la necesidad de ésta recuperación de la obra del autor argentino, más allá de mi bibliografía personal, una larga ristra de notas al pie extraíbles de cada cosa que digo o escribo, tiene que ver con que detrás de la opresión nos enseña el correlato de un mundo donde no hay orden posible. Pienso, entonces, en cómo rendirle tributo como víctima de las efemérides que soy. Y lo hago en voz alta, como pueden ver.
Pienso en qué leer y en qué debería leer el hombre contemporáneo y la mujer moderna y me quedo con El informe sobre ciegos, pero no el del libro, sino el que ilustrara ese genio absoluto que es Alberto Breccia y que es un cómic que mejora el relato original. Y no poco.
La voluntad de Breccia, un autor caprichoso y, quizás por ello, sumamente acertado a la hora de elegir las obras sobre las cuales trabajar, supo incidir en que El informe sobre ciegos de Sabato era una obra que le permitiría experimentar en un ámbito determinado del uso de las tintas y las acuarelas, de las aguadas y del trazo que hace a su obra de talante y corte expresionista. Breccia lo sabía y allí puso su empeño último, porque El informe sobre ciegos es una de sus últimas obras, que son las obras donde Breccia se vanagloria de su talento y enfrenta al mundo con el pecho henchido porque sabe, porque está seguro, que lo suyo ha dejado de ser sólo un trabajo. Cuando Breccia empezó esto de dedicarse a los tebeos era, en general, un trabajo como cualquier otro y, en particular, un trabajo mejor que se rasqueteador de tripas. Breccia, hacia finales de la década del treinta, se formó entre el folletín y la ilustración de la noticia de actualidad, tuvo que copiar y demoró años en conseguir un estilo y un uso de los materiales que ya querría para sí mucho dibujante que no sabe que el desarrollo de un estilo es el resultado del trabajo incesante e incluso doloroso.
Si bien la obra personal de Breccia es variopinta y oscila entre la ciencia ficción, el humor y el devenir de lo plástico, es sobre todo interesante su apego a lo fantástico como parte esencial para adentrarse en el horror contemporáneo, en el horror que encierra las ciudades en sus calles y que hace del hombre una víctima de sí mismo y de sus construcciones. Breccia sabía, y esto lo podréis comprobar en un par de meses, que la representación del mal, y por tanto del horror, ha de ser peor que cualquier idea de que ello pueda tenerse. Por eso elige atormentar, él también, a Fernando Vidal Olmos, protagonista de El informe sobre ciegos, porque a través de él y obedeciendo a los gestos de Sabato podría dar pie a una obra donde su talento se viera enaltecido, porque el nivel de sugestión que provocan sus tintas superaría a las ideas de cualquier lector. Y a las de Sabato mismo, todo sea dicho. Para que luego vengan a hablarle a uno de normalización y toda la pesca