Big Whack es una suerte de Spin-Off de Kyrie, nuevo europeo de Miguel Ángel Martín y una aventura que encarnan dos músicos y una máquina de ritmos que habla. Según leo por ahí, el nombre de la serie vendría a ser una suerte de parodia hacia Big Black un grupo de punknoise o alguna barrabasada ruidista semejante y, por tanto, atendible y estimulante. Sus historias/aventuras a página entera se publican en la revista musical Factory entre 1994 y 1998. Luego se edita un álbum (Big Whack. La Factoría, 2001) donde se incluye, también, Ice Freaks, serie de Miguel Ángel Martín que se publica en Rockdelux entre 1996 y 1998. Bien. Ahora saltamos hasta el año 2002, nos vamos al número uno del fanzine recto (Under Press/Comic) y saltamos páginas hasta llegar a la veinticinco. Allí nos encontraremos una nueva aventura de Big Whack. No, bueno, es más bien una reflexión; es más que una aventura, aunque esto sea inferir demasiado y tal. El caso es que lleva por nombre American Retro y retrata que, mira tú por donde, en los States todo va a una velocidad que lo flipas; los cambios y renovaciones en cuanto a moda, tendencias y usos sociales se suceden unos a otros sin parangón con unas consecuencias de lo más estimulantes: cambios estéticos para todo el quehacer de la cultura con capacidad permeable a lo que sucede a su alrededor. Lo que es igual a decir: todos menos uno, una excepción que, según Martín, no es otra que la del cómic. De hecho, el primer y último diálogo de la página dice así:

- El comic se ha convertido en un ghetto ultraconservador.

- Por no decir reaccionario.

Y se ve a uno de los personajes tirar por sobre su hombro el tebeo que ha llevado encima toda la página, y al cual se ha referido como un ámbito donde la ñoñez y la cursilería se aplican a degüello con un estilo gráfico rayando en lo rancio.

Vale.

Ahora, pongamos en práctica lo que más de uno y más de dos han dicho de la capacidad de Miguel Ángel Martín para dar con las claves que permiten entender nuestra época; intentemos, por un segundo, poner en práctica esa acusada capacidad de Martín para diseccionar nuestra época. Es entonces cuando asumo que lo que he dicho y firmado sigue ahí, mirándome como diciendo, eh, cabrón, que esto no se borra. Es junto entonces cuando en mi cabeza resuena una pregunta retórica que me gustaría que alguien me contestara: ¿Es que acaso el cómic se ha reducido, simplemente, a la reiteración incesante —en clave pop, es decir, desactivando la formulación inicial mientras la repite— de un puñado de Claves de Continuidad Conceptual que han funcionado como apaño comercial?

¿Hay alguien en la sala dispuesto a contestar? ¿Alguien levanta la mano? ¿El mundo editorial, sus novedades, pueden permitirnos responder éstas y otras preguntas con su (encomiable) labor? ¿Es una anomalía parte de un canon que no sea el de las anomalías? ¿O es que las propias anomalías formulan con su éxito un canon del éxito? Y, ya puestos, ¿qué es el éxito? ¿cómo se cuantifica el éxito? ¿es traducible el éxito de un autor de los states en su país de origen a un islote como España? ¿Y los gabachos? ¿Qué hacemos con los gabachos, los italianos, los belgas y los alemanes? ¿De donde proviene lo que hoy entendemos cómic? ¿Cuánto hay de nostalgia en esa formulación? ¿Y de búsqueda de respetabilidad? ¿Por qué cuando habían revistas mensuales el tebeo español parecía ir a la par del resto del mundo y ahora parece tener al menos seis de retraso?

En fin, como ya dije allá por el principio: Que nadie diga nada. Detesto que la gente pierda a sus amigos, responderé yo. Ésta vez sí.