Libro de notas

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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Todos, todos, todos tenemos la razón

Robert Musil decía que la crítica partía de la capacidad de tener razón o de estar en lo correcto, algo así. Cito de memoria, no tengo tiempo para recoger la cita exacta. Perdón. En cualquier caso, Musil tiene más razón que un santo: la autoridad del crítico descansa en que el crítico crea que dispone de ella y ya. Su juicio vale porque tiene razón. Bueno, eso sí: además de tener razón, el crítico ha de estar alerta y siempre en guardia ante los designios del tiempo y de las modas, porque ha de reconocer un aparato referencial que le permita explicar(se) mejor las obras a las que se ha de acercar porque su finalidad no está en narrar lo meramente liminar. El crítico es, en suma, un tío con un bizarra idea del yo. De hecho, es tan bizarra su idea del yo que se dirime entre la etimología francesa, la hispánica y la sajona. En resumen: un crítico es alguien que habla de más de una cosa a la vez o que, vaya, se le puede leer de más de una manera. Por el contrario, un académico, es una persona que sólo habla de una cosa y que tiene razón porque así lo dice su título que, ya puestos, es lo más parecido a un título nobiliario que te puedas imaginar: sólo sirve en tu terruño. Un académico no es un crítico en sentido estricto porque utiliza un aparato referencial atendible sólo desde la especialización en un ámbito concreto y porque a lo otro, a lo que no corresponde a su especialización, le otorga una cualidad ficcional que es pausible sólo cuando está abierto a cualquier cosa. De todas maneras, he de decir que, en primera instancia, tanto los críticos como los académicos me parecen personas estupendas.

Esto, lo de arriba, es lo que primero que me asalta al pensar el —sí, el; no en— fantástico volumen que lleva por nombre La Arquitectura de las Viñetas: Texto y discurso en el cómic de Rubén Varillas, a la sazón responsable de un blog interesantísimo y colaborador de diversos medios. Pues bien, el caso es que el volumen, al que me he acercado con la sana curiosidad de quién percibe perspectivas afines, me ha dejado bastante frío, pero no tanto por lo que dice sino por cómo lo dice. Por cómo termina por alejar el fenómeno del que habla, discurre y, a ratos, desbarra, de su naturaleza popular y por cómo encorseta una serie de nociones propias del tebeo a una teoría que no es capaz de abarcarlas porque procede de otro ámbito, de uno donde el grafismo no existe más que como condimento y no como premisa inicial. Y lo hace, ojo, con buenas maneras, con una claridad expositiva que lo flipas, pero que funciona únicamente desde la más exhaustiva especialización. Además, cuenta con una clara intención de sacar buena nota: el hecho de ser una tesis universitaria es el problema más grave de éste volumen. Porque a) lo vuelve ilegible para el aficionado sin nociones de narratología, porque b) explica cuatro veces lo mismo y porque c) va de llena páginas. Vamos, que tiene los problemas que tienen todas las tesis, lo cual explica que —gracias a dios— no todas se publiquen. Vamos, que para el aficionado de a pie este libro es un tostón de cuidado.

Lo curioso es que, según dice en su blog, Varillas cuenta con esta lectura, con una que tilde su obra de tostón, lo cual me obliga a pensar hacia dónde se dirige o, simplemente, hacia dónde pretende llegar o, ya puestos, quién es el lector ideal para este volumen. Y hago particular énfasis en esto porque me resulta complejo dilucidar en que punto la tesis inicial del volumen, así como el volumen en sí, se pueda re-formular como parte importante del sustrato teórico necesario para avanzar en el estudio del medio. Es decir, que sí, que vale, que funcionará, como dice Roman Gubern en el prólogo, como bibliografía necesaria ante cualquier estudio, pero esto será posible sólo en un ámbito concreto donde pesan más las lecturas obligatorias que las necesarias y útiles. Hablo, obviamente, del ámbito académico. Pero incluso desde allí lo veo cojo, falto de la enjundia que le garantizaría éxito dentro de la avanzadilla académica que sobrevuela a la cultura popular desde ya un buen rato. Cincuenta y pico años, o así.

De todas maneras, mi posición ante el volumen es la del indeciso. Valoro el gesto de Varillas, su intención de incorporar una metodología que maneja y domina al cómic, pero no me gusta el acabado. La Arquitectura de las Viñetas es, básicamente, un manual en lenguaje técnico sobre cosas que son inherentes al medio, que todo lector conoce o intuye y que, sin duda,es capaz de apreciar aún cuando no sabe como nominarlas. Y con esto no quiero desmerecer el trabajo de Varillas, todo lo contrario, pero me parece que su caso puede abrir el debate acerca de lo que se concibe desde la academia, esos sistemas complejos que no tienen ninguna relación con el lector de a pie. Que, mira tú por donde, es el que más cerca está de tener razón.

Carlos Acevedo | 26 de octubre de 2010

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