Por ser lunes y por no querer aburrir al personal, me voy a la billy de los tebeos y decido escribir sobre lo primero que encuentre; pero reparo en lo segundo o tercero, por fuerza gráfica y porque el recuerdo de su lectura que ha ido creciendo con el tiempo y porque cada vez que pienso en él todo lo otro desluce porque resulta sumamente difícil jugar en el ámbito de la tragedia y salir indemne. Por eso cojo Ambigü, para releerlo, editado por Camaleón Ediciones en 1993 y firmado por Santiago Sequeiros. Sequeiros es dueño de un trazo magistral y de un uso sumamente expresivo del blanco y negro; trabaja con valores cromáticos absolutos que le otorgan un marcado ánimo lírico de la contienda apocalíptica para el bien que desarrolla en Ambigü, un álbum donde todo parece estar sometido a la resolución en clave de género negro, aunque lo más negro pareciese ser la máscara del prota, máscara de cremallera a modo de boca. De ahí, también, su lirismo, porque el ambiente se termina de construir a partir de su propia oscuridad más allá de la razón contextual y de paisaje. Esto es importante, porque aún a día de hoy no hay nada objetivo en las prácticas sexuales no tradicionales, ni que hablar de las extremas. Pero no todo va a ser sublevarse ante lo normal y corriente, no. Hay en Sequeiros algo de José Muñoz, bastante explícito, pero yo también lo habitan referencias veladas al viejo Breccia, que me asalta al ver como el gallego va organizando las tintas en torno a la historia, volviendo los lanses más largos y más guapos, jugando al despiste y a la seducción que se plantea en lo desconocido. De hecho, muchas veces, el texto parece mero condimento.

Sequeiros ha entendido a la perfección la lección que más de un guionista, tanto de tebeos como de audiovisual, ha olvidado: no le ponga pies a las fotos, oiga, que no hace falta. Porque ya se ve todo lo que se debía de ver, porque todas y cada una de las viñetas formulan una noción de realidad que no es necesario subrayar. Y bajo esa eclipsada regla no escrita, las imágenes que componen esta historia, sus viñetas, logran significar por sí mismas; logran sostenerse como abismos donde la cordura no ha de existir. De hecho, los abismos de tinta que construyen al relato tienen aún más peso que el texto, dejando claro que Sequeiros ha entendido que en esto de los tebeos todo ha de significar. Que en caso contrario volvemos a los libros.

En Ambigü hay también buenas maneras en cuanto a la narración, Sequeiros sí que sabe de formular una página que sea realmente expresiva, que permita resolver su condición y que se ejecute desde la mayor libertad posible. Efectivamente, y aunque suene redundante, en este volumen Siqueiros consigue dar rienda suelta a su creatividad amparándose en el expresionismo mejor entendido, que es aquel que se ampara en una gramática visual reventada a golpe de experimentación y desarrollo de las tintas. En Ambigü encuentro, además, una capacidad para trabajar el espacio y el tiempo que me absorbe, que me lleva cogido por los huevos a un ambiente cuyos excesos parecen sacados de una fantasía erótica de un Peter Sotos al borde de la sobredosis de farlopa. En estos tiempos de lágrimas y buen rollismo, Ambigü es un antídoto que funciona al exponernos ante los olores y los sabores de lo vivo. Bravo.