Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
En ese punto estaba yo cuando se lo pregunté raudo y veloz a Lord Absence, quien, haciendo uso de su sabiduría característica, me replicó diciéndome que no podía comparar, en ningún caso, una revista con la otra. Primero por difusión y periodicidad, una cosa bastante fácil de zanjar y, sobre todo, porque El Manglar no tenía entre sus fuertes el contar con un factor generacional indiscutible. O sí, pero en el caso de ser así todo termina por resultar absolutamente macabro.
El Manglar no es un cajón de sastre de las vigencias de una generación; es, snif, otra cosa. Una revista de y sobre tebeos. El Víbora si era, sin duda, ese cajón de sastre que, además de aunar las vigencias de un grupo concreto bastante grande, al tiempo que permitía el desarrollo artístico de un puñado de autores fantásticos. Martí es uno de ellos, sin ir más lejos.
El hecho de que esa “ausencia” de un lugar donde se aúnen las vigencias es algo que me obsesiona. Un poco por mito, un poco porque tengo la sensación de que, en rigor, vivimos en la resaca de la fiesta que no fue. Nuestra época se define por el recuerdo borroso de una fiesta que nunca se ha festejado. El tono melancólico, los mohínes como alternativa a poner cojones así como el ombliguismo me hablan de esto. En el caso de los tebeos, además de contener estos factores recién enumerados, veo la fiesta que no se ha festejado sobre todo en la intención ésta tan de moda de realzar la jerarquía del tebeo en un paisaje cultural paupérrimo y decadente. Como si valiera de/por algo, sobre todo cuando recurren a una estrategia tan vacua como dividir el humor gráfico de la narrativa gráfica y tal. Sobre todo cuando se recurre a la academia buscando un sellito de garantía, rezándole a una figurita, pequeña y calva, de Chris Ware. Un autor fantástico, por cierto.
En fin, que en esto pensaba yo estos tres o cuatro días. Días que lleno disfrutando de la lectura del nuevo Mondo Brutto, el nº 41, y del visionado con libretita de The Wire. Y en estas dos catedrales del pensamiento y el buen hacer contemporáneos encuentro elementos que me llevan a pensar en esa fiesta, otra vez. En ese parque de diversiones que no era más que un descampado…
Volveremos sobre ello.
Mientras, avispado lector: ¡Compre Mondo Brutto y entérese!