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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Bajo el manto de la fiesta todos pueden burlarse de todos

Lo más complejo en el momento de glosar acerca del humor es caer en la indiferenciación de los elementos que lo configuran. Confundir la ironía con la sátira o la parodia, por ejemplo, resulta, además de fácil, pueril en cuanto contrapone esfuerzos y recursos diametralmente distintos. Además de destruir la interrelación entre los mismos por pura noción generalizadora. Hablamos, entonces, del humor como una estructura sumamente permeable a la definición que se haga de los elementos que la conforman. El problema de la indiferenciación tiene que ver con que el todo, en este caso el humor, se disuelve en un campo de diferencias parciales que impiden, en su caso, tomarlo como punta de lanza de un cánon. Esto, en rigor, no tiene por qué ser malo en sí mismo. Sobre todo si tenemos en cuenta que la cultura popular suele sufrir de una indeferencia crónica hacia las jerarquías propias de la otra cultura.

Dicho esto, me permito tildar a Raspa Kids (Glénat, 2010) de Álex Fito como una obra de humor con niños y, al mismo tiempo, ubicar a Sèrie B (Glénat 2010) de Deamo Bros en humor con, ejem, cultura de derribo. Nótese la diferencia entre decir de y decir con. En ambos casos hablamos de un conjunto de viñetas que exploran nuestra cotidianeidad con los elementos y los matices propios del humor como principal eje para demostrar que la niñez y lo que sucede en los papelotes funcionan como territorio fértil para la risa. Sobre todo si se hermana con un grafismo hipnótico, como sucede en ambos casos.

Me explico: si hoy a primera hora cogemos a la niñez como parque temático, podemos dar con un acuerdo consensual que se dirime en dos líneas generales: la sobreprotección y la infravaloración. Ambas cuestiones son en esencia complementarias, pero al mismo tiempo dibujan una suerte de diatriba entre los afectos y los roles, es decir, delimitan en base a opuestos el accionar del niño, uno cualquiera, en un paisaje determinado. Dicho de otra manera: a un niño no se le somete a según que experiencias para que no se haga daño al tiempo que se le juzga, por pura omisión, como incapaz para sobrellevar dicha experiencia. Esto es aplicable tanto en cuanto a dejarlos jugar solos en una plaza como en cuanto a dejarles hacer frente a testimonios culturales, ejem, para adultos. Entonces, Raspa Kids es una obra en la que, de manera implícita, estos dos factores están revelados en un estrato más profundo que el netamente liminar. Y aunque esto suene a pedantería, que lo hace, la cosa se resuelve de otra manera: con la risa. Es, de hecho, en la risa donde descansa la cualidad subversiva de una obra que, al contemplarla como bloque desarma porque se formula en base a lo macabro y al esperpento de una idea de sociedad que ha sido puesta en evidencia incluso en los límites de lo tolerable.

Y en esos límites se ubica también Sèrie B. No ya por estar compuesta sobre la base de ir dando soluciones de lo que los papelotes nos presentan como la problemática del hoy a primera hora bajo la óptica de quien se ha tragado más pelis fantásticas de lo estricamente necesario; sino porque, además, los tíos van y reaccionan, incluso, ante la condición de sabio que encarna la cultura: Punset como el maestro de todo lo oculto, como la guía de uso o el manual de instrucciones ante los devenires del contemporáneo no es del todo erróneo. O no, al menos, si piensas en los papelotes y en las claves que otorgan a las posibilidades de la divulgación científica aplicada al devenir cotidano. Si a este cóctel, más cercano a una molotov que a un daiquiri, le sumamos a un grupo de alienígenas de vacaciones como modelo de invasión o a los viajes en el tiempo como solución para el paro o las pensiones (dejándo a los ciudadanos en el pasado, por supuesto) o la capacidad de una inmobiliaria para usar lo maldito a su favor nos hablan, vaya, del hoy a primera hora. La distancia irónica en Sèrie B nos habla de los intentos del género fantástico por explicar nuestra cotidianeidad al tiempo que construye el correlato de las fobias de nuestra época o al menos las fobias identificables luego de asomarse a los papelotes.

Es entonces, cuando pensamos en los papelotes, que damos real cuenta de la propuestas de Álex Fito y los Deamo Bros., sendas obras que formulan el lenguaje de las viñetas con una marcada crítica hacia lo que nos rodea, con una mala baba incontestable, sobre todo el primero, para con la retórica que define el hoy a primera hora: la alegoría.

Indispensables, ambos.

Carlos Acevedo | 18 de mayo de 2010

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