Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
En esa dinámica posición, tanto desde la profusión temática como desde una estética donde no hay temor en montar efectos sonoros a golpe de letraset, es donde hay que ubicar a Peter Petrake aunque su propio autor apunte que no haya por qué tomarlo en serio. Pero es justamente en la seriedad que evoca la recuperación de esta obra por parte de El Patito Editorial, donde radica la necesidad de establecer un protocolo de lectura para abordar esta obra que nació hace 40 años. Vamos, que a día de hoy no es moco de pavo abordar un tebeo trufado de nociones que son apreciables sólo desde la absoluta seriedad de los referentes que la conforman. Vaya, que su repercusión en el caótico paisaje que conforma lo pOp así lo sugiere.
Y, ya puestos, volvamos a Bond: la creación de Ian Fleming funciona, ya desde su nacimiento en 1952, como ejecución en clave glamourosa del rol del espía que por esos años, gracias a la Guerra Fría, era de unos matices que pa qué. Además, se encarga de generar una multitud de arquetipos que manifestaban de forma casi íntegra el caos de una época donde el fenómeno principal era la desinformación. Partiendo desde esa base, y dueño de un sentido de la maravilla que tira para atrás, Calatayud construye un personaje que no necesita de un origen claro, ya que de su origen se ha encargado la popularidad de 007: un guaperas del que no se sabe muy bien de donde sale ni por qué sale pero que logra que todo vuelva a la normalidad con cuatro hostias bien dadas. Como los grandes.
Ahora, el hecho de que en Peter Petrake esas hostias estén amparadas y estructuradas en base a las formulaciones contraculturales de finales de los sesenta ya es, valga la redundancia, la hostia. Nociones estéticas que beben tanto de la incipiente popularidad de Leary y su imaginario psicodelico como del arte pOp, que en el cartelismo de Heinz Edelmann y de la mano de George Dunning se representan en la popularísima Yellow Submarine (quizá la mayor influencia de Calatayud al momento de sentarse a las acuarelas). Y cuando hablamos de la fantabulosa película que se construyó a partir de canciones de The Beatles, hablamos también de una formulación del pastiche que trasciende su formato: una película de dibujos animados que recoge desde los arquetipos superheroícos hasta aquellos del horror para dar luz a una noción de la aventura que no le teme a la psicodelia. Es esta la valentía que está presente en las aventuras de Petrake, la que podemos ver claramente en la historia que lleva por nombre Viaje al Subconciente, donde nuestro héroe se enfrenta a una serie de arquetipos de las aventuras e incluso a sí mismo, como vuelta de tuerca brillante al fenómenos que encarna el Comic Code que en EEUU desactivara la capacidad subversiva y liminar de los tebeos de toda la vida; motivo que luego recuperaría en La vuelta del doctor Destruction, donde completa su labor gracias a la colaboración de los héroes de Trinca, revista donde el propio Petrake viera la luz.
Hablamos, entonces, de un todo hipermoderno que podría tener que ver, precisamente, con el ideal de Trinca que, según Pedro Porcel, bebe de Pilote, la única revista europea capaz de presumir de igualar, en cuanto a influencia, a la Mad de Harvey Kurtzman. Pero a lo que iba: detrás de este volumen cargado de un sense of wonder sin parangón hay una seriedad que sólo es apreciable desde la distancia histórica, porque hoy, para afrontar lo pOp, se tiende a dotarlo de un costumbrismo ridículo propio de la prensa rosa de toda la vida.
Ante esta desvinculación de lo genérico, la lectura atenta de Peter Petrake se torna necesaria y vitamínica. La ecuación hostias + psicodelia es lo que tiene. Y que Dios Bendiga a Calatayud.
2010-03-30 14:06
Amén!