Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.
Uno de los elementos claves en las novelas que han dado forma al realismo mágico ha sido la inclusión de prostíbulos, casas de citas o sombreros y lupanales como dinamitadores de la acción. Otro elemento, no menos importante, es aquel que formula la idea de la marginalidad a partir de la descripción realista del paisaje donde encontramos a una serie de personajes que, en su mayoría, encarnan e ilustran un entorno esperpéntico. El siguiente, y definitivo, tiene que ver con la inclusión a modo de espectro de dictadores. Todas cosas de la época, del terreno contingente y de la formulación de obras que, en base a las propias nociones, evocan, más allá de cualquier característica generacional, un funcionamiento que descansa en el tratamiento de lo cotidiano como terreno donde lo anecdótico precede y determina el accionar de los personajes; convirtiendo al entramado del relato en material de tesis, para entendernos.
Efectivamente, en El Hijo la formulación parece estar planteada como exorcismo autobiográfico (incluso antes de leer la nota final de su guionista) al tiempo que funciona como denuncia de una serie de comportamientos propios de la España apenas posterior a la Guerra Civil, cuya construcción de patrones morales sigue intacta en según qué medios de comunicación y escuchando con atención a según qué políticos. Pero no nos desviemos: es importantísimo hoy a primera hora el hecho de que Torrecillas y Alba hayan logrado dan forma a un relato trufado de una serie de clichés en cuanto a la posición de las entidades de poder en el infierno particular y real de Matías, un joven boxeador que busca a su madre: una mujer que, aish, fue regalada luego de una partidita de poker.
Y es en ese transcurrir, que es también una búsqueda que le refiere al descubrimiento liminar del entorno una función épica, donde las capacidades de Torrecillas y Alba se articulan, ya que permiten que la trascendencia del relato funcione al abordar la narrativa a cuadritos desde perspectivas más cercanas a lo que hemos aprendido desde Francia. Allí, en esas nociones,se conjugan una serie de formulas narrativas que trascienden y renuevan el formato en cuanto desarollan elementos que, a pesar de su capital importancia, se han visto mermados gracias a la profusión de páginas de relleno que, en general, responder solamente a las exigencias del tímido mercado comiquero y no a las nociones narrativas que encierra una obra narrativa. Dicho de otra manera, El Hijo invita a pensar, otra vez, si el término Novela Gráfica es adecuado para nominar a las obras de más de X páginas ya que a pesar de algún fallo inherente al tempo que evoca una obra de largo aliento, la obra de Torrecillas y Alba reencuentra su horizonte en base a la transgresión de la intimidad de los personajes. Vamos, que mola un huevo.