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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Un acto social puede transformarse, sin ningún problema, en un atentado o en un velorio

No logro recordar cuando fue que lo leí, tampoco recuerdo cuando, pero se me ha grabado en la memoria una declaración de Galactus, fundador del Fanzine Mondo Brutto, donde comentaba que sus lectores eran tíos con gafas de pasta y bolsito, para luego añadir algo así como “y qué se le va a hacer”. Esa definición, según las prendas y accesorios, es la que puedes hacer de un moderno al uso. Un moderno, hoy a primera hora, es un tío que elabora un discurso que justifique sus ropas, sus lecturas y sus tonterías. No hay más. Ni por un lado ni por el otro.

De eso nos habla, a ratos, la labor de Juanjo Sáez, que no es otra que la de ser chistolaris en medios de moda o tendencias. Medios que articulan o articulaban el discurso de los modernos. No lo olvideís, la condición sine qua non de un moderno es la presencia de lo suyo en revistas relativamente independientes. No olvidéis que un moderno, en su acepción moderna, es aquel cuyo único ideal es el de abrazar la moda. Uf. Y ahí hizo la mili Juanjo Sáez, como un titán, riéndose de la gente que le leía como haría cualquier persona con cerebro en su lugar. No es por nada, pero la afectación sólo puede responderse con risas a costa de lo afectado. Vamos, que no hay otra manera.

Pero no me mireís así, que no me refiero sólo a su labor en función de una suerte de denuncia de un entorno que se engalanaba en base a lo ridículo y lo efímero que cualquier moda trae consigo, sino porque además convoca al punkismo más elemental y perfecto, que no es otro que aquel que permite la risa en función de la parodia del medio desde el cual se habla. La conciencia absoluta del formato, tanto de sus límites como de su público, es la base del punkismo, porque permite la reinvención constante y el juego sin monsergas ni límites más allá que el diálogo directo entre la obra y el público, que no entre el autor y el público. Ojo. Vamos, que aunque es muy posible que no lo sepa, Juanjo Sáez está respondiendo al enunciado perfecto de ese genio contemporáneo que es Harvey Kurtzman.

Y cuando digo que es muy probable que no lo sepa, que no reconozca al referente, me refiero a que Juanjo Sáez suele, muchas veces, hablar en serio o medio en serio, lo cual complica la gestión de su actividad, que es la de agitador, por pura noción comercial cosa que queda clarísima luego de la lectura de Yo, el volumen que Random House Mondadori acaba de sacar a la venta, donde Sáez, en lugar de seguir manteniendo un soliloquio, como hiciera en El Arte o Viviendo del cuento, decide acometer con diálogos en los que participa su ego que oficia de contrapunto y que interpela al personaje del propio Sáez a medida que intenta comentar su paso por el viñetismo profesional al tiempo que comenta lo difícil que le ha resultado salirse del estigma de mal rollista y mala leche. Vamos, que el tío nos viene a decir que lo de ser punki le viene ancho porque no le permite hace otro tipo de cosas. Cosas de la vida que se relata en primera persona.

Lo curioso del volumen, y quizá su mayor logro, es como resuelve la posibilidad de abordar la autobiografía a partir de la creación de un monstruo interno, el mismo que no le permite desarrollarse profesionalmente pero que sigue estando allí, dando la vara y sometiendo las ganas y el empeño del propio Sáez en función de no quedar nunca como un meapilas. Y lo logra, sale indemne, somete al lector a un tour de force emocional con reflexiones sobre la naturaleza de la creación que dichas en otro contexto merecerían tres o cuatro collejas pero que aquí sobreviven y dan cuerpo a un volumen sumamente honesto, gracioso y, mira tú por donde, nada apto para todos los públicos. O no al menos para adolescentes de con más de cinco lustros encima.

Carlos Acevedo | 16 de marzo de 2010

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