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Kliong! por Carlos Acevedo

Kliong!, a razón de cada martes, se encargará de desmenuzar el mundo del tebeo y del cómic desde una perspectiva que llama a la rotura y al trompicón. Kliong tiene más que ver con una olla que cae por torpeza que con un arrebato o un golpe, aunque a buen seguro no saldrás sin moratones.

Una sensibilidad notoriamente representativa de un sector

Viene siendo hora de reconocer que el manga ha calado hondo en la producción occidental y que, snif, no hay vuelta atrás. Aunque, claro, también estamos en ese interesante instante coyuntural en el cual las normas de lo exterior se mezclan y difuminan con “lo propio”. La contrapartida es clara en Taiyou Matsumoto, por ejemplo, quién ha labrado su modo de entender el manga a partir de la influencia de Moebius, Enki Bilal o José Muñoz. Partiendo de esa base, se debe pronosticar y proferir el análisis de las obras que abordan ese influjo desde una lógica activa; sobre todo teniendo en cuenta que la presencia del formato jápones no cuenta con una larga data excepto en un grupo de personas, una suerte de círculo de iniciados, y porque, de alguna manera, la fusión más notable por cuantiosa, al menos en cuanto al panorama español, ha sido la sátira sexual de arquetipos pop como pueden ser Dragon Ball o Sailor Moon. Ante esto, cabría pensar en Pinocho Blues de Carlos Bibrián (Glénat, 2010) como un intento de otorgar al mapa de la producción española un cariz orientalista de ojos grandes, chistes de semen y algún desmelene pop con un tinte fantástico y mítico muy marcado. También, sería un buen momento para asumir, de una mala vez, que al momento de intentar recoger ese testigo hay que pensar en un proyecto futuro y no dotar al intento de Bribián de algún adjetivo poco alentador. Se podría, sí, pero al mismo tiempo estaría evitando la lectura del tebeo (¿o manga?) en cuestión sin dilucidar su valía como parte de un todo dentro de lo que propone un mercado creciente como es el español.

Al pensar el mercado español, debemos pensar en toda una tradición que tiene que ver con recoger el testigo de parámetros narrativos importados e impostados como bastión de un régimen “alimenticio”, gran parte de la producción de Toutain o Bruguera en el pasado habla de esa noción, al tiempo que deberíamos entender que vivimos una época que tiende al pastiche y a la distancia irónica como valías únicas de la actividad creativa. Un campo minado, entonces, el que sostiene la producción cultural, la cual otorga el grado de referentes absolutos a lo que sucede fuera. Teniendo en cuenta esto: ¿dónde ubicamos a obras como Santo Cristo o El Vecino ? Ambas son obras que hablan de una idiosincracia castiza y que, más allá de sus puntos de partida, los superhéroes en uno y los resortes narrativos del manga en el otro, funcionan como un estupendo muestrario de nociones que declaman cierta “propiedad territorial”. El caso de Pinocho Blues es bien distinto, ya que no sólo acusa recibo de la matriz narrativa propia del manga como único proyecto estilístico, sino que, para más inri, funciona directamente bajo la lógica que prima en las obras más características del medio: profusión de sucesos sin orden aparente, una débil construcción de personajes, chistes que sólo hacen gracia a un pre-escolar y, vaya, una noción referencial de trazo grueso, sin matices.

Es así que la construcción de Bribián pierde fuelle, dedicando todos sus esfuerzos en narrar en clave de manga una acción de género que habla de crisis, quizá aduciendo que el género es propugnable sólo en clave de denuncia, y que, a medida que avanza el relato, se transforma, de aquella manera, en una revisión de la noción nipona de coming-on-age. El déficit de la narración, sus mimbres tan deslavados y desbalanceados, además de algún uso horroroso de medios digitales como el continuo titubeo de sus nociones estilísticas, le otorgan al pastiche que reinterpreta e intenta dinamizar el clásico de Carlo Collodi, siempre bajo una lógica nipona, una idea que queda en pie como una intentona de revisión que carece tanto del talento como de las buenas artes para ser una primera prueba superada del largo aliento que supone, por pura convención, la construcción de una “novela gráfica”.

Carlos Acevedo | 23 de febrero de 2010

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